Ef. 4, 1-6;
Sal. 23;
Lc. 12, 54-59
Como los peldaños de una escalera que nos eleva para llevarnos hasta Dios o que nos hace bajar al mismo tiempo hasta la verdad más honda de nosotros mismos, san Pablo nos señala una hermosa serie de actitudes que hemos de saber poner en nuestra vida: humildad, bondad, comprensión, mutua y gozosa aceptación en el amor, unidad en el Espíritu y paz.
Es la senda que nos conduce a la paz verdadera. Es la consecuencia de la fe que vivimos; son los compromisos con los que hemos de responder a la llamada de amor que nos hace Dios. Por dos veces en este corto texto de apenas seis versículos, se nos habla de vocación, de llamada, de convocación. Desde esa vocación hemos de tener un estilo de vivir que es lo que ahora se nos señala; y esa vocación nos llena de esperanza en alcanzar lo que es la meta de nuestra vida.
Primero nos dice ‘os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados’. Luego nos dirá ‘un solo cuerpo y un solo Espíritu como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados’. Por eso nos dice: ‘sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz’.
Todo ha de ser unidad porque uno solo es el Señor y una es la fe, y uno solo es el Bautismo en el que hemos sido bautizados. ‘Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios Padre de todo…’ ¿Cómo lograr esa unidad? Son los peldaños que decíamos al principio.
Sólo desde la humildad y el amor lo lograremos. Humildad y amor que se han de manifestar en gestos sencillos y amables que tengamos unos con otros. Sólo así podremos lograr una convivencia en paz. Sólo desde esa humildad sabremos ser comprensivos con los demás porque primero nos hemos mirado a nosotros mismos. Si vemos en nosotros debilidades - ¿quién no las tiene? – y fallos cómo no ser comprensivos con las flaquezas que pueda tener el hermano.
Nos comprenderemos, nos aceptaremos, sabremos caminar juntos. Es la unidad del Espíritu de la que nos habla el apóstol. No siempre es fácil pero nos esforzamos en conseguirla. Es que todo está ceñido con el cinturón del amor. Los que se aman se comprenden y se disculpan, se ayudan mutuamente a superarse y son como un aliciente y estímulo gozoso los unos para los otros. Al final todo será armonía y paz. Y esto tenemos que irlo logrando en el día a día de nuestra vida. No hace falta buscar cosas extrañas o extraordinarias. En lo sencillo y humilde que podemos hacer cada día en nuestra relación y trato con aquellos con los que convivimos, con los que estamos en las diversas circunstancias de la vida.
Qué dichosos y felices seríamos si fuéramos capaces de subir esos peldaños aunque fuera con esfuerzo. Y lo podemos ser. Y tenemos que demostrarle al mundo que por la fe que tenemos en Jesús somos las personas más felices. Es que lo que nos enseña Jesús siempre nos llevará a la dicha y a la mejor felicidad cuando nos hacemos felices los unos a los otros.
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