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sábado, 11 de enero de 2014

Jesús quiere limpiarnos, como un signo nos liberará de enfermedades y dolencias

1Jn. 5, 5-6. 8-13; Sal.147; Lc. 5, 12-16
Estamos ya a punto de concluir las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía que llegarán a su momento culminante cuando el domingo celebremos el Bautismo del Señor en el Jordán. De manera especial esta semana después de la Epifanía hemos ido haciendo un recorrido por el Evangelio donde se nos va manifestando cuál es la misión de Jesús, viendo sus primeros momentos de predicación, viendo sus obras o escuchando el anuncio programático de su misión en la Sinagoga de Nazaret.
Hoy se nos manifiesta un signo más en el evangelio que hemos escuchado. Una prueba y manifestación del poder de Jesús al que ya se ha hecho referencia cuando se  nos narraba que le traían enfermos aquejados con todo tipo de dolencias a que Jesús los curara. Pero siempre decimos que son signos que nos manifiestan la salvación que Jesús quiere ofrecernos que va más allá de la curación de unas enfermedades.
Son las señales del Reino de Dios que se está realizando y en el que hay que creer. Son las señales de quién es realmente Jesús. Un día Juan desde la cárcel le enviará una embajada para preguntarle si es El quien ha de venir o han de esperar a otro. Y Jesús les dirá que vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído; los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y resucitan los muertos.
Son signos que ya nos anunciaban los profetas de la salvación que Jesús viene a ofrecernos. Signos que corroboran el poder taumatúrgico de Jesús, que es el Hijo de Dios y así se manifiesta en todo su poder y gloria, pero signos que nos están hablando de salvación, de purificación, de transformación del corazón, de vida nueva de la que Jesús quiere llenarnos.
Hoy es un leproso el que se acerca a Jesús; el que se atreve a acercarse a Jesús, como ya tantas veces hemos comentado la marginación en la que tenían que vivir quienes estaban aquejados de esta enfermedad. Pero nos está manifestando la valentía de este hombre, que por una parte está reconociendo el mal que hay en su vida, su lepra y su enfermedad, pero que por otra parte se atreve a acercarse a Jesús a pesar de todas las normas y prohibiciones, pero que nos manifiesta también la fe y confianza total que tenía en Jesús que sabía que podía curarle de su mal. ‘Al ver a Jesús cayó rostro en tierra y le suplicó: Si quieres, puedes limpiarme’.
Claro que Jesús quiere limpiarlo. ‘Quiero, le dice, queda limpio, y extendió la mano y lo tocó’. A eso ha venido. Jesús quiere limpiarlo; como un signo nos liberará de enfermedades y dolencias, pero nos quiere resucitar de nuestras muertes, levantarnos de nuestro pecado, purificarnos de nuestras manchas y de nuestras maldades, sacarnos de nuestros aislamientos y egoísmos insolidarios, llevarnos de las tinieblas a la luz, inundarnos de su vida.
Ahí está Jesús que se acerca a nuestra vida y quiere tocar nuestro corazón para transformarlo. Quizá seamos nosotros los que no tengamos la valentía de aquel leproso para llegar hasta Jesús y postrarnos en su presencia reconociendo nuestro mal, nuestras lepras, nuestras muertes, nuestros pecados. No siempre tenemos la suficiente humildad para reconocerlo, y es un paso muy necesario para que se pueda realizar esa transformación que Jesús quiere realizar en nuestra vida. Nos cuesta porque aun nuestro amor no es tan grande, que seguimos inmersos en nuestros temores. Y quien teme es que no ha terminado de amar de verdad.
Que el Señor nos libere de esos temores; que arranque de nosotros esos miedos; que nos enseñe a amar de verdad y a tumba abierta; que seamos capaces de poner toda nuestra confianza en su amor; que por la fuerza de su Espíritu llenemos de humildad nuestro corazón. Así llegaremos a la salvación que Jesús nos ofrece.

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