Éste es mi Hijo en quien se manifiestan todas mis predilecciones y todo mi amor
Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hechos, 10, 34-38; Mt. 3, 13-17
En la navidad los ángeles cantaban la gloria de Dios
anunciando el nacimiento del Salvador y los pastores corrieron a Belén para ver
lo que los ángeles les habían dicho. En la Epifanía una estrella apareció en el
cielo dándonos señales de salvación para todos los hombres y vimos venir a los
Magos de Oriente para adorar al Niño que encontraron con María, su madre,
reconociendo así que su luz llegaba para
todos los hombres. Hoy los cielos se abren sobre el Jordán para que se
manifieste la gloria del Señor pero sea la voz del cielo la que se escuche
señalando que aquel Jesús que salía de las aguas bautismales del Jordán era el
Hijo amado y predilecto del Padre a quien todos habíamos de escuchar.
Se completan las fiestas de la Navidad y la Epifanía
llega a su culminación en la teofanía que se manifestó allá en las orillas del
Jordán. Allí había acudido Jesús y se había acercado al Bautista como uno más
para que lo bautizara. Juan se resiste porque el Espíritu le hace reconocer a
quien está ante él; ‘Soy yo el que
necesito que Tú me bautices’, le dice. Pero Jesús le replica: ‘Déjalo ahora. Está bien que cumplamos lo
que Dios quiere’.
El que al entrar en el mundo exclamaría, como nos dice
la carta a los Hebreos, ‘Aquí estoy, oh
Padre, para hacer tu voluntad’, ya le vemos de nuevo diciendo que ‘cumplamos lo que Dios quiere’, que lo
que tenemos que hacer siempre es la voluntad de Dios. ‘Mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, les dirá a los
discípulos allá junto al pozo de Jacob; y cuando va a comenzar la Pascua
exclamará de igual manera ‘no se haga mi
voluntad sino la tuya’. Por algo nos enseñará que cuando oremos siempre proclamemos
que lo que queremos es hacer la voluntad de Dios.
¿Cómo no se iba a escuchar la voz el cielo señalándolo
como el Hijo amado y preferido del Padre? Es lo que ahora escuchamos en medio
de impresionante teofanía, impresionante manifestación de la gloria del Señor.
Es como diría más tarde Juan haciendo referencia a este momento aquel sobre
quien está viendo bajar al Espíritu en forma de paloma y el que luego va a
bautizar en Espíritu Santo y fuego. ‘Yo
lo he visto, nos dirá el Bautista, y
doy testimonio de que El es el Hijo de Dios’.
Un día el profeta había anunciado, como hoy hemos
escuchado en la primera lectura, ‘mirad a
mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto
mi Espíritu para que traiga el derecho a las naciones… te he formado y te hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones…’
Hoy escuchamos la voz del cielo: ‘Este es mi Hijo, el amado, el predilecto’, éste es mi Hijo, sí, en
quien se manifiestan todas mis predilecciones y todo mi amor; este es mi Hijo, el
Hijo que envío como siervo, porque no ha venido para ser servido sino para
servir; este es mi Hijo amado, en quien se está manifestando todo mi amor, el
que os envío como la mayor prueba de mi amor y os lo entregó y El se entregará
hasta el final, hasta amar con el mayor amor porque será capaz de dar su vida
por todos y no hay mayor amor que el de quien da la vida por los que ama; este
es mi Hijo en quien se va a realizar la Alianza eterna y definitiva en el amor
y el que va a ser la luz de las naciones,
la luz para todos para que todos alcancen la salvación.
La liturgia hoy nos dice y nos lo repite una y otra
vez que en el Bautismo de Cristo en el
Jordán se nos manifiesta el Hijo amado y predilecto de Dios; se nos manifiesta
Dios en nuestra carne, cuando contemplamos a Jesús y cuando lo contemplamos así
señalado desde el cielo; pero nos dice también, como expresaremos en el
prefacio, que ‘en el bautismo de Cristo
en el Jordán has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del
nuevo bautismo’, pero además ‘hiciste
descender tu voz desde el cielo para que el mundo creyese que tu Palabra
habitaba entre nosotros; y por medio del Espíritu, manifestado en forma de
paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen en El al Mesías,
enviado para anunciar la salvación a los pobres’.
Maravillas del Bautismo de Jesús que hoy estamos
contemplando y celebrando. Revelación de amor que nos hace conocer y comprender
quién es en verdad Jesús, nuestro Mesías Salvador, pero el Hijo amado de Dios,
Palabra eterna de Dios que habita ya para siempre entre nosotros. Aquel
bautismo penitencial de Juan al que los pecadores se sometían para purificarse
preparando la venida del Mesías y que Jesús no necesitaba porque era el Justo y
el Santo de Dios, porque Dios así lo quiso - ‘está bien que cumplamos la voluntad del Padre’, que le decía Jesús
a Juan - se convirtió en la gran señal
que nos hacía escuchar a Dios, que nos hacía conocer en toda su profundidad a
Jesús, pero nos hacía también comprender la nueva dignidad a la que nosotros éramos
llamados con la salvación de Jesús.
Sí, se estaba manifestando el misterio del nuevo
Bautismo, como decíamos también en el prefacio. En el agua y el Espíritu
nosotros habíamos de ser bautizados ‘para
ser transformados interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante
a nosotros’, como expresamos en una de las oraciones de la liturgia de hoy. ‘Concede a tus hijos de adopción, renacidos
del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia… para que
podamos llamarnos y ser en verdad hijos’, que pedimos también con la
liturgia.
Culminación de la Epifanía del Señor que ha de ser
también nuestra epifanía. Epifanía del Señor porque culmina hoy toda esa
manifestación de quien es Jesús, aquel niño, hijo de María, nacido en Belén y a quien contemplábamos
envuelto en pañales y recostado en un pesebre o en brazos de María; es el Hijo
amado de Dios, es la Epifanía de la luz de Dios y de su amor por nosotros para
que nunca más tengamos tinieblas ni
estemos sometidos al pecado.
Pero, decíamos, es también nuestra epifanía, porque se
nos está manifestando a donde somos nosotros llamados; se nos está manifestando esa dignidad nueva que
a nosotros se nos va a conferir por el agua y el Espíritu en el Bautismo que
nosotros recibimos. ‘Dios nos eligió en
la persona de Cristo, desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos
santos e irreprochables por el amor; El nos destinó en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya - por puro amor, como es siempre el amor de Dios -
a ser sus hijos’.
Por eso hoy al celebrar el Bautismo del Señor
recordamos nuestro propio bautismo, recordamos nuestra dignidad, la dignidad de
los hijos por pura gracia del Señor. Un motivo grande para dar gracias al
Señor; un motivo para la alabanza y la bendición al Señor. Una llamada a
nuestra vida para que vivamos conforme a esa dignidad; una llamada a la
santidad de nuestra vida en la que hemos de crecer más y más. Somos también los
ungidos por el Espíritu del Señor y así, como otros Cristos, hemos de ser
santos e irreprochables en el amor. Que todo sea siempre para la alabanza del
Señor.
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