Escuchar con prontitud a Dios verdadera sabiduría del creyente
1Sam. 3, 1-10.19-20; Sal. 39Mc. 1, 29-39
Saber escuchar a Dios sin ninguna confusión, podríamos
decir que es la verdadera sabiduría del creyente. Muchas veces no nos es fácil distinguir la voz del Señor
en medio de tantas cosas que suenan a nuestro alrededor. Muchas cosas nos hacen
ruido en la vida, bien porque nosotros equivocadamente las busquemos, o bien
porque el espíritu maligno siempre quiere crear confusión en nuestro interior
para así apartarnos de Dios y apartarnos de lo que es su voluntad.
Y no nos basta una buena voluntad por nuestra parte. Es
un don y una gracia del Señor que también se
nos puede manifestar de muchas maneras. Es una sabiduría que tenemos que
saber pedirle al Señor. Es precisamente lo que nos hace creyentes, nos
distingue como creyentes, el saber escuchar a Dios sin ninguna confusión.
Es lo que podemos descubrir en esta lectura del libro
de Samuel que hemos escuchado en la primera lectura. Ya nos dice el texto
sagrado que ‘por aquellos días las
palabras del Señor era raras y no eran frecuentes las visiones’. Más
adelante nos dirá que ‘Samuel aún no
conocía al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor’.
En las lecturas de los días pasados se nos preparaba
para escuchar la historia de quien iba a ser un gran profeta que guiase en
momentos decisivos e importantes al pueblo de Israel. El texto que hoy
escuchamos podríamos llamarlo la historia de la vocación de Samuel, porque es
cuando siente esa llamada del Señor, pero es un texto que nos viene bien
reflexionar sobre cómo nosotros abrir nuestro corazón a Dios para escucharle
allá en lo más hondo de nosotros mismos y descubrir los designios de Dios para
nuestra vida y para nuestra historia.
Samuel era aún un niño. Recordamos cómo Ana, su madre,
en su petición al Señor del don de la maternidad había prometido consagrar el
niño al Señor. Lo contemplamos niño en el entorno del templo, en Silo, junto al
Sacerdote Elí. Y es allí, en la noche, cuando escucha la llamada del Señor.
Pero Samuel no conocía la voz del Señor. Por eso acude corriendo a donde estaba
el sacerdote. ‘Aquí estoy. Vengo porque
me has llamado’ Así una y otra vez, varias veces, en que el sacerdote le
manda acostarse porque no le ha llamado. Pronto el anciano sacerdote
comprenderá que es la voz del Señor el que está llamando al niño y le enseñará
a abrir su corazón a Dios. ‘Habla, Señor,
que tu siervo te escucha’.
Será la
respuesta del niño Samuel cuando de nuevo escucha la voz del Señor que le llama.
‘Habla, Señor, que tu siervo te escucha’.
Abre sus oídos, abre su corazón para escuchar la voz del Señor. No es solo
oírla; ese escuchar entraña mucho más; significa querer cumplir, querer
realizar en la vida, querer obedecer al Señor.
El Señor nos habla; el Señor nos llama; el Señor tantas
veces se nos manifiesta allá en el corazón. Es necesario, como decíamos, tener
esa sabiduría del Espíritu para saber discernir la voz del Señor, para oír y
escuchar al Señor. Es necesario dejarse conducir, porque cuando el Señor nos
habla enriquece nuestra vida con su gracia pero para ponernos en camino. No
siempre sabemos escuchar, pero no
siempre sabemos ponernos en camino, realizar en nuestra vida aquello que el
Señor nos pide, aquello que el Señor nos dice.
Que haya esa prontitud en nuestra corazón, en nuestra
vida, como la del niño Samuel, para acudir a escuchar la voz del Señor. Que
nada nos distraiga, que nada nos entretenga; tenemos el peligro de estar
entretenidos, distraídos, ajenos a esa voz del Señor. Que tengamos la fuerza
del Espíritu divino, que nos ilumine y nos envuelva ese Espíritu de Sabiduría,
de la Sabiduría de Dios. Y que el Espíritu divino nos llene de su fortaleza
para que con prontitud realicemos todo aquello que nos pide el Señor.
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