El amor de Jesús nos contagia y nos hace fructificar en el amor
1Sam. 4, 1-11; Sal. 41; Mc. 1, 40-45
Qué fuerza
más poderosa tiene el amor. Desde un amor verdadero cuánto podemos hacer y
cuando vivimos impregnados por el amor vemos cómo en torno de nosotros van como
surgiendo y ramificándose nuevas plantas de amor que van impregnando todo
cuanto nos rodea.
Hace unos
días en las redes sociales circulaba un video muy hermoso que quise también
compartir con mis amigos. Es difícil que ahora en palabras pueda expresar la
fuerza de aquellas imágenes tan hermosas que nos ofrecía el video. Todo
arrancaba de un gesto muy sencillo que fue una persona que se acercó a levantar
a un muchacho que circulando en medio de la gente, de repente cayó al suelo y
quedó como mal herido. El que aquella persona desconocida le ayudara a
levantarse sin más provocó que aquel muchacho ayudara a una anciana que
caminaba con dificultad con sus bolsos y paquetes hasta llegar a su portal;
pero luego seria aquella anciana la que ofreció ayuda a un pobre que estaba
sentado en el suelo del portal, y así se fue desencadenando una serie de gestos
hermosos en que unas personas al sentirse ayudadas al tiempo hacían lo mismo
con los que iban encontrando a su paso. El amor provocó el amor e hizo que se
fuera ramificando en muchos otros gestos de amor y de solidaridad. Eran muy
hermosas las imágenes de aquel video. http://mundoconsejos.com/un-chico-se-cae-de-su-patineta-y-produce-una-cadena-de-eventos-hermosos/
Escuchando
hoy el evangelio y lo que venimos escuchando en estas primeras páginas del
evangelio de Marcos es lo que vemos que va significando la presencia de Jesús
en medio de las gentes. Desde el amor de Jesús que podíamos decir se desprendía
de su persona, ya ayer veíamos que primero le llevan a casa de Simón y de
Andrés donde la suegra de Simón está enferma y Jesús la levanta de su postración.
Más tarde veremos cómo la población entera se agolpaba a la puerta del casa
donde estaba Jesús, porque todos querían estar con El, no solo escucharle sino
sentir sobre ellos lo que era su amor, su misericordia, su acogida cuando a
todos atendía, para todos tenía una palabra, y a todos liberaba de sus males.
Cuántas
veces el ser escuchados y valorados, el ser tenidos en cuenta nos vale mucho
más que cualquier medicina para curar nuestras enfermedades. Cuánto nos tendría
que hacer pensar todo esto para nuestras actitudes y posturas ante el
sufrimiento de los demás, porque hemos de reconocer que son cosas que muchas
veces nos cuesta hacer.
No era ya
solo el milagro donde se veían libres de su enfermedad o su invalidez sino que
tendríamos que decir era la acogida de Jesús a cuantos con sufrimiento llegaban
hasta él. Hoy en el evangelio escuchamos que es un leproso el que se acerca a
Jesús. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, le pide a Jesús, pero lo más hermoso es
el amor y la cercanía de Jesús que se acerca hasta él, extiende su mano y lo
toca – lo que era inconcebible para los puritanos porque el tocar a un leproso
era una impureza legal que se cometía – y, por supuesto, lo cura.
El amor de
Jesús provoca el amor, porque, como escuchamos ayer y en ese sentido escucharemos
mañana, la solidaridad se despertaba en todos, que traían a sus enfermos, a los
impedidos hasta Jesús para que los curara, como mañana veremos la inventiva del
amor en aquellos que traen el paralítico y lo descolgarán desde la azotea hasta
los pies de Jesús.
Estamos
contemplando, es cierto el poder de Jesús, pero tendríamos que descubrir detrás
de todo ello cómo se manifiesta lo que es el amor que el Señor nos tiene. Y
contemplando ese amor de Dios eso provoque nuestro amor, despierte nuestro amor,
nuestra capacidad de solidaridad y de acogida a cuantos están a nuestro lado.
No estará en nuestras manos la curación de una enfermedad, pero sí está en
nosotros la capacidad del amor con que hemos de saber acoger a los demás.
Que así
vaya fructificando el amor, se vaya ramificando, como decíamos antes, y
contagiemos a cuantos nos rodean de ese amor. Con ello seremos signos ante los
demás del amor de Dios.
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