Vistas de página en total

domingo, 18 de mayo de 2025

Es la hora de la glorificación, porque es la hora de la entrega, es la hora del amor y ese será el camino de nuestra gloria y nuestro triunfo con el que haremos un mundo mejor

 


Es la hora de la glorificación, porque es la hora de la entrega, es la hora del amor y ese será el camino de nuestra gloria  y nuestro triunfo con el que haremos un mundo mejor

Hechos 14, 21b-27; Salmo 144; Apocalipsis 21, 1-5ª; Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando hablamos de gloria, de glorificación y lo hacemos en términos muy a lo humano, a lo terreno y material, por decirlo de alguna manera, pensamos en triunfos, en victorias, en aclamaciones; la gloria de un deportista es la victoria personal o la victoria de su equipo, es el triunfo sobre el adversario, es la aclamación que va a tener de sus seguidores o de los que valoran esa victoria; salvo que nos hagamos unas interpretaciones ya muy particulares en las que se admire el esfuerzo realizado aunque no haya vencido se suele decir que su victoria es su superación, es su esfuerzo, o es el lograr llegar a aquella final aunque no haya habido triunfo sobre el adversario.

¿Cómo podemos entender las palabras que emplea Jesús hoy en el evangelio en las que habla de que ha llegado la hora de la glorificación precisamente en el contexto en que las pronuncia? Ya al comenzar la cena pascual el evangelista nos dice que ha llegado su hora, y lo repetirá Jesús en distintos momentos. Ya anteriormente hablando en Jerusalén había hablado de que estaba deseando que llegara la hora de la glorificación, mientras se escucha como un grito una voz venida del cielo que habla de esa glorificación.

Ahora ha salido ya Judas del cenáculo, y bien sabemos por los derroteros por los que caminaba pues iba a preparar el prendimiento de Jesús en aquella noche, y Jesús vuelve a hablar de glorificación. ‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros’. Son palabras que tienen un tinte especial, de ahí la tristeza que embarga al grupo de los discípulos, que no entienden lo que suceda, pero que presienten que algo especial va a suceder, como Jesús les había anunciado y ellos no habían comprendido.

Es el comienzo de la pasión; pronto vendrá el prendimiento, y como les ha dicho Jesús ‘me queda poco de estar con vosotros’. Pero es la hora de la entrega y del amor. Aunque sea difícil de ver y comprender todo lo que va a suceder tiene un sentido. Es el sentido de quien se entrega por nosotros, es el sentido del amor. Es el amor de Dios al hombre y al mundo que no se detiene hasta entregar a su Hijo para que nosotros tengamos vida. Aunque sean pasos amargos, porque a nadie le gusta el sufrimiento, fueron los pasos decididos con que Jesús subía a Jerusalén sabiendo que el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles, pero nadie le arrebata la vida, como nos dirá en una ocasión, sino que El la entrega libremente.

Puede pedirle al Padre que le libere de ese cáliz, pero El está dispuesto a llegar hasta el final. Porque no hay amor más grande que el de quien entrega su vida por los que ama. Es lo que está haciendo Jesús y la gloria de Dios se manifiesta cuando se manifiesta el amor, cuando llegamos a descubrir lo que es el amor que Dios nos tiene. Es la hora de la glorificación, porque es la hora de la entrega, es la hora del amor. Era lo que los judíos no entendían de la manera en cómo Jesús e presentaba como Mesías. Para ellos el Mesías tenía que se un caudillo que hiciera la guerra a quienes los oprimían para en esa violencia dominarlos y conquistar su libertad. No era la guerra que Jesús iba a emprender ni la que nos confiara a nosotros sus seguidores.

Y ese será el camino de nuestra gloria, el camino de nuestro triunfo. Es nuestra lucha y nosotros queremos ver también derrotados nuestros enemigos, pero nuestra victoria no viene por la violencia, nuestra victoria viene por el amor. Por eso nos dirá que será nuestro distintivo, por lo que nos conocerán. Es su ley y su mandato, amar. ‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros’.

Es la tarea que nos confía, pone en nuestras manos para poder manifestar la gloria de Dios. Solo en el amor se va a manifestar la gloria de Dios. Muchas veces tenemos la tentación de la ostentación en las cosas externas. Nos rodeamos de muchos resplandores y brillos que no son sino hojarasca; tenemos demasiadas manifestaciones de poder desde la imposición y desde la vanidad. Todavía seguimos sin entender las palabras de Jesús y pretendemos imponernos, convertir nuestra manera de ver y vivir el amor en leyes humanas que terminan maleándose porque se nos meterán nuestros intereses y nuestras vanidades por medio. Incluso hasta cuando hablamos de paz en tantos conflictos como nos encontramos en el mundo, terminamos hablando de imposiciones y exigencias, pero llegamos a entender que solo por el camino del amor es como la vamos a encontrar.

Tenemos que ver el camino de Jesús para hacerlo nuestro camino. Tenemos que ver lo que fue la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús para que lo hagamos también nuestra gloria porque emprendamos ese mismo camino de entrega y de amor. Despojémonos de esas ansias de poder que se sigue manifestando en nosotros y en nuestra Iglesia, esa fastuosidad y vanidad que lo que hace es crear abismos y distancias, que además nos están alejando del evangelio. Bajemos a ese terreno llano donde nos sentimos todos a la misma altura y se palpa la cercanía entre nosotros porque estamos todos caminando el mismo camino del amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario