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sábado, 9 de marzo de 2019

Tendríamos que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe viviéndola con alegría



Tendríamos que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe viviéndola con alegría

 Isaías 58,9-14; Sal 85; Lucas 5,27-32

Dar un cambio de rumbo a la vida en un momento determinado nos puede llenar de interrogantes, puede hacer que surjan dudas en nuestro interior y hasta puede aparecer como una cierta angustia y temor sobre si nos hemos equivocado o no con tal decisión y la incógnita en cierto modo que puede deparar ese futuro cuyo camino se inicia.
Pero también podemos sentir mucha paz en nuestro interior, conscientes de lo nuevo y de lo bueno que nos abre nuevos caminos en la vida, y esa paz llena de gozo nuestro corazón. Por eso queremos compartirlo con aquellas personas que apreciamos, queremos hacer participes de nuestro gozo a nuestros amigos, y hasta en la expresión de nuestro semblante todos se sentirán gozosos con nuestra alegría. Será algo que no podemos ocultar, que en cierto modo queremos compartir. Habremos tenido quizá en algún momento una experiencia así en la que además quisiéramos tener a nuestro lado a todos aquellos que queremos.
Hoy el evangelio nos ha hablado que Jesús al pasar junto a la garita de un recaudador de impuestos, lo invitó a seguirle. En lo escueto que es el evangelio en palabras en la descripción de los hechos nos dice que inmediatamente Leví se levantó y dejándolo todo se dispuso a seguir a Jesús. Quiero fijarme en unos aspectos que considero importantes y se nos pueden pasar desapercibidos.
¿Qué inquietudes había en el corazón de aquel hombre? ¿Estaba satisfecho de su vida en que más o menos lo tenía todo resuelto, pues su trabajo le producía buenas ganancias? ¿A qué se debía aquella prontitud? Aunque el evangelio habla de inmediatez podemos pensar con toda normalidad en un proceso que se produjo en el corazón de aquel hombre que le llevó a ese encuentro con Jesús y a disponerse a seguirle. Fue un día de luz para su vida, fue una experiencia inolvidable, una experiencia de las que llenan de gozo el corazón. Era una decisión muy grande la que estaba tomando para dejarlo todo y seguir a Jesús.
Por eso en el relato del evangelio se nos habla de que hizo un banquete para Jesús y los discípulos, y también invitó a todos los que eran sus amigos. Es cierto que esto provocará en los puritanos fariseos unas reacciones que no eran raras en ellos. Allí andan criticando a Jesús porque come con publicanos y pecadores. Pero Jesús es el médico que viene a curar, no a los sanos sino a los enfermos.
Esta actitud de Leví en que manifiesta el gozo por su encuentro con Jesús para seguirle creo que tendría que hacernos pensar. ¿Cuál es nuestra reacción ante nuestro encuentro con Jesús? Parece como si nos hubiéramos acostumbrado tanto que ya parece que eso no nos dice nada.
¿Por qué lo digo? Pensemos en lo que son nuestros encuentros con Jesús en la Eucaristía o en los sacramentos. ¿Cómo los vivimos? ¿Salimos con verdadero gozo en nuestro corazón de nuestras celebraciones y con deseos de compartir lo que llevamos en el corazón con los demás? ¿Cuántas veces tras la escucha de la Palabra de Dios al encontrarnos con los demás hemos tratado de comunicarle ese gozo que llevamos dentro de nosotros?
Tendríamos que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe, viviéndola con alegría, con verdadero compromiso, compartiendo con los demás lo que llevamos en el corazón.

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