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jueves, 7 de marzo de 2019

Jesús nos está hablando de su entrega y de su muerte, Jesús nos está hablando de ese amor el más grande porque es el que es capaz de dar la vida por los que ama


Jesús nos está hablando de su entrega y de su muerte, Jesús nos está hablando de ese amor el más grande porque es el que es capaz de dar la vida por los que ama

Deuteronomio 30,15-20; Sal 1; Lucas 9,22-25

Nos queremos comer el mundo, es un sentimiento y un deseo que aparece de una manera u otra dentro de nosotros. Luchamos y nos afanamos cada día con nuestros trabajos, con nuestros sueños y nuestras ilusiones, tenemos siempre esperanza de lograr metas aunque muchas veces las pongamos en unas ganancias materiales, en unos lugares de prestigio, en unos puestos donde podamos ejercer nuestro poder. Y cuando vamos logrando esas metas nos sentimos satisfechos y quizá nace en nosotros un deseo de más cosas.
Hay muchas veces en todo eso buenos deseos y buena voluntad, aunque fácilmente se nos pueden enturbiar esos deseos con ambiciones un tanto egoístas, buscando más nuestro propio bien o nuestro propio prestigio que el bien que podamos lograr por nuestro mundo.
Y hoy  nos viene a decir Jesús que de qué nos vale ganar el mundo entero si perdemos nuestra alma. Parece como un jarro de agua fría. Lo que quiere Jesús es hacernos pensar para que nos hagamos una buena escala de valores. No siempre todo vale, muchas veces incluso algo que en principio nos parece bueno se nos puede enturbiar con ambiciones egoístas. Tenemos que saber buscar lo que verdaderamente es importante. Y algunas veces parece que andamos confusos, porque recibimos tantas influencias de todas partes que no sabemos a qué quedarnos.
Estamos ahora comenzando un camino, el camino cuaresmal. Un tiempo para detenernos, para la reflexión, para pensarnos las cosas, para tratar de buscar lo que verdaderamente es importante, para escuchar al Espíritu del Señor en nuestro corazón y dejarnos guiar por su palabra.
Como nos decía la lectura del Deuteronomio se nos abren delante de nosotros dos caminos, estamos como en la encrucijada y hemos de saber elegir. Caminos que parece que son fáciles y nos llevan a vida, quizá al final nos están conduciendo a la muerte; caminos que nos parecen tortuosos y difíciles, que nos exigen sacrificio y hasta renuncia a muchas cosas, nos conducirán a la vida.
Porque además no es cuestión de dejarse arrastrar por lo fácil o por lo que hace todo el mundo aunque nos parezcan todos tan felices. ¿Tendrán la verdadera felicidad? Quizá detrás de muchas risas hay muchas lágrimas camufladas, muchos sufrimientos ocultos, muchas dudas en el interior, muchos interrogantes sin responder, y tratamos de distraernos de lo que nos parece difícil y compensarlo de la manera que sea.
Por eso, ese planteamiento que nos hace Jesús tiene que hacernos pensar. Ya desde el primer paso de nuestra cuaresma Jesús  nos anuncia la Pascua, y en la parte que tiene de pasión, pero que es la parte más hermosa del amor aunque a veces no lo comprendamos.
Jesús nos está hablando de su entrega y de su muerte, Jesús nos está hablando de ese amor el más grande porque es el que es capaz de dar la vida por los que ama. Pero para emprender el camino de esa Pascua hará falta hacernos planteamientos serios, tendremos que descubrir a qué tenemos que negarnos, cual es la cruz que tenemos que tomar y seguir entonces el camino de Jesús. El camino de dar la vida, que parece que es perderla, pero que realmente es ganarla. Es lo que hizo Jesús y lo que nos está pidiendo que hagamos nosotros. Queremos comernos el mundo, pero escuchemos lo que Jesús nos dice que es lo más importante.

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