Soñemos,
aspiremos a cosas grandes, somos capaces a pesar de nuestra debilidad, ese
camino no lo vamos a hacer solos, contamos siempre con el Espíritu del Señor
Eclesiástico 17,20-28; Sal 31; Marcos
10,17-27
Hay momentos en que parece que estamos
dispuestos a comernos el mundo; nos sentimos animados y en nuestros deseos
parece que todo lo vemos color de rosa, o al menos nos sentimos capaces de
hacer muchas cosas. ¿Sueños? No es malo soñar, pero no nos podemos quedar en el
sueño sino mirar la realidad y ver lo que es posible.
Es bueno que deseemos más, que queramos
hacer grandes cosas, que nos preguntemos qué más podemos hacer, que nos hagamos
planes y tengamos buenos propósitos. Pero hay que caminar en el día a día,
porque cuando nos enfrentamos a eso que soñamos o nos planificamos, quizá nos
damos cuenta que no es tan fácil, que parece que eso que nos propusimos nos
supera, y tenemos el peligro de comenzar a relantizar nuestros buenos
propósitos y al final nos demos la vuelta y volvamos a lo de siempre.
Muchas rémoras pueden aparecer en
nuestra vida que nos frenen, cansancios y desganas, inconstancia para
perseverar, metas que nos parecen imposibles de alcanzar, cosas de nuestro
entorno que nos distraen de lo que nos propusimos, quizá el que los que están a
nuestro lado no nos entiendan y nos digan que por qué nos metemos en esos
berenjenales y nos llamen locos, apegos interiores o en la rutina de nuestras
vidas que nos arrastran como un peso de debilidad…
Hoy el evangelio nos habla de un joven
que con mucho entusiasmo se acercó a Jesús preguntándole que había de hacer
para alcanzar la vida eterna. En su respuesta Jesús va dando pasos para ver el
camino que hace aquel joven. Le propone los mandamientos, pero él ha sido bueno
y cumplidor desde su niñez; da un paso más Jesús pidiéndole que se desprenda de
lo que tiene, que sea capaz de quedarse sin nada para compartirlo con los
pobres y que así tendrá un tesoro en el cielo. ¿No le ha preguntado que hacer
para alcanzar la vida eterna? Jesús le habla del verdadero tesoro que ha de
atesorar en el cielo.
Los entusiasmos se van para el piso.
Era bueno, pero había vivido rodeado de bienes y comodidades, y comenzar ahora
de cero sin nada en que apoyarse, le parece algo imposible. Las aves del cielo
tienen nido y las fieras tienen sus guaridas, pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar su cabeza, diría Jesús también a otro que quería seguirle.
Cuando queremos tener asegurado nuestro
nido o nuestra guarida, cuando queremos tenernos aseguradas para siempre las
cosas materiales en las que apoyarnos en cualquier situación hemos
materializado mucho nuestra vida y seremos incapaces de entender lo que son los
valores espirituales. Cuando solo caminamos apoyándonos en los bastones que se
sustentan en el suelo, no sabemos mirar a lo alto para descubrir otros caminos,
para encontrar otro sentido de vida.
Le pasó a aquel joven que se dio la
vuelta y se fue por donde había venido, o mejor se fue a donde había estado
siempre, pero ya sin sueños de vida eterna. La tristeza invadió su alma, porque
no fue capaz de levantar vuelo. Nosotros buscamos risas y alegrías efímeras y
tampoco llegamos a descubrir muchas veces – o al menos cerramos los ojos –
aquellas cosas que nos pueden dar verdadera felicidad. Reímos y cantamos en
muchas ocasiones, pero la tristeza permanece en nuestra alma; corremos como
locos en la vida tras muchas cosas, pero nunca nos sentiremos satisfechos de
verdad.
Soñemos, sí, aspiremos a cosas grandes,
veamos que somos capaces a pesar de nuestra debilidad, porque ese camino no lo
vamos a hacer solos; contamos siempre
con la fortaleza del Espíritu del Señor.
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