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lunes, 4 de marzo de 2019

Soñemos, aspiremos a cosas grandes, somos capaces a pesar de nuestra debilidad, ese camino no lo vamos a hacer solos, contamos siempre con el Espíritu del Señor



Soñemos, aspiremos a cosas grandes, somos capaces a pesar de nuestra debilidad, ese camino no lo vamos a hacer solos, contamos siempre con el Espíritu del Señor

Eclesiástico 17,20-28; Sal 31; Marcos 10,17-27
Hay momentos en que parece que estamos dispuestos a comernos el mundo; nos sentimos animados y en nuestros deseos parece que todo lo vemos color de rosa, o al menos nos sentimos capaces de hacer muchas cosas. ¿Sueños? No es malo soñar, pero no nos podemos quedar en el sueño sino mirar la realidad y ver lo que es posible.
Es bueno que deseemos más, que queramos hacer grandes cosas, que nos preguntemos qué más podemos hacer, que nos hagamos planes y tengamos buenos propósitos. Pero hay que caminar en el día a día, porque cuando nos enfrentamos a eso que soñamos o nos planificamos, quizá nos damos cuenta que no es tan fácil, que parece que eso que nos propusimos nos supera, y tenemos el peligro de comenzar a relantizar nuestros buenos propósitos y al final nos demos la vuelta y volvamos a lo de siempre.
Muchas rémoras pueden aparecer en nuestra vida que nos frenen, cansancios y desganas, inconstancia para perseverar, metas que nos parecen imposibles de alcanzar, cosas de nuestro entorno que nos distraen de lo que nos propusimos, quizá el que los que están a nuestro lado no nos entiendan y nos digan que por qué nos metemos en esos berenjenales y nos llamen locos, apegos interiores o en la rutina de nuestras vidas que nos arrastran como un peso de debilidad…
Hoy el evangelio nos habla de un joven que con mucho entusiasmo se acercó a Jesús preguntándole que había de hacer para alcanzar la vida eterna. En su respuesta Jesús va dando pasos para ver el camino que hace aquel joven. Le propone los mandamientos, pero él ha sido bueno y cumplidor desde su niñez; da un paso más Jesús pidiéndole que se desprenda de lo que tiene, que sea capaz de quedarse sin nada para compartirlo con los pobres y que así tendrá un tesoro en el cielo. ¿No le ha preguntado que hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le habla del verdadero tesoro que ha de atesorar en el cielo.
Los entusiasmos se van para el piso. Era bueno, pero había vivido rodeado de bienes y comodidades, y comenzar ahora de cero sin nada en que apoyarse, le parece algo imposible. Las aves del cielo tienen nido y las fieras tienen sus guaridas, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, diría Jesús también a otro que quería seguirle.
Cuando queremos tener asegurado nuestro nido o nuestra guarida, cuando queremos tenernos aseguradas para siempre las cosas materiales en las que apoyarnos en cualquier situación hemos materializado mucho nuestra vida y seremos incapaces de entender lo que son los valores espirituales. Cuando solo caminamos apoyándonos en los bastones que se sustentan en el suelo, no sabemos mirar a lo alto para descubrir otros caminos, para encontrar otro sentido de vida.
Le pasó a aquel joven que se dio la vuelta y se fue por donde había venido, o mejor se fue a donde había estado siempre, pero ya sin sueños de vida eterna. La tristeza invadió su alma, porque no fue capaz de levantar vuelo. Nosotros buscamos risas y alegrías efímeras y tampoco llegamos a descubrir muchas veces – o al menos cerramos los ojos – aquellas cosas que nos pueden dar verdadera felicidad. Reímos y cantamos en muchas ocasiones, pero la tristeza permanece en nuestra alma; corremos como locos en la vida tras muchas cosas, pero nunca nos sentiremos satisfechos de verdad.
Soñemos, sí, aspiremos a cosas grandes, veamos que somos capaces a pesar de nuestra debilidad, porque ese camino no lo vamos  a hacer solos; contamos siempre con la fortaleza del Espíritu del Señor.

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