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martes, 5 de septiembre de 2023

Cuidado que el mundo nos esté diciendo que eso no va con ellos y se desentiende porque al anuncio de la Palabra que le hacemos le falta autoridad y convicción



 Cuidado que el mundo nos esté diciendo que eso no va con ellos y se desentiende porque al anuncio de la Palabra que le hacemos le falta autoridad y convicción

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37

Estamos cansados de palabras y más palabras; todo el mundo tiene algo que decir, algo que proponer, promesas que hacer; pero muchas veces palabras que se lleva el viento; palabras que son como cantinelas repetidas en labios de uno y en labios de otro; palabras muchas veces huecas, vacías, que parecen como repetidoras de algo que está mandado decir y que se dice porque está mandado así, pero que notamos que están vacías de contenido, que no tienen alma; aunque a veces veamos que se pone mucho énfasis, sin embargo notamos que en el fondo son palabras como repetidas de memoria y sin contenido que salga del corazón de quienes las pronuncian; palabras, por otra parte, que podrían decir algo, pero que son dichas con tan poca fuerza de vida que al final tampoco nos convencen.

Nos cuesta encontrar palabras hondas, palabras que de verdad salgan del corazón, que tengan autoridad en sí mismas, que nos planteen un interrogante o que nos den una respuesta, palabras que ayuden a vivir y palabras que estén llenas de vida. Pasa hoy y ha pasado en todos los tiempos y lugares. Encontrar quien nos diga una palabra clara que nos llegue al corazón es como encontrar un tesoro.

Cuando Jesús comenzó a hablar a las gentes sentían que había algo distinto. Sus palabras llegaban al corazón y llegaban a la vida, aunque no todos las recibieran de la misma manera. Pero había quien entraba en sintonía con la palabra de Jesús, quienes poco a poco iban abriendo su corazón a aquellas palabras y sentían que algo se iba renovando en su interior. Eran palabras dichas con autoridad. Así comienzan a reconocerlo algunos, muchos, aunque también porque tenían su corazón muy encerrado en una coraza reaccionaban también de forma negativa diciéndole a Jesús qué tenía que ver con ellos.

Pero sí tenía que ver con ellos, sí tiene que ver con nosotros; El no quiere desentenderse de nosotros, quiere estar a nuestro lado allí donde estamos con nuestros problemas, y allí siempre tiene para nosotros una palabra de vida, una palabra de salvación. Nosotros le interesamos a Jesus y nos manifiesta su cercanía, su caminar a nuestro lado, el tendernos la mano una y otra vez allí donde estamos, aunque nos parezca que estamos hundidos, para levantarnos, para ponernos en camino de nueva vida.

Es lo que contemplamos hoy en el evangelio. La gente reconoce que Jesús habla con autoridad. Su palabra no es una dulce melodía que nos adormezca sino que será un grito fuerte en el corazón que nos despierte, que nos ponga en camino de liberación, de poder comenzar una senda nueva. Nos cuesta a veces escucharle y también le ofrecemos nuestras resistencias como aquel poseído del espíritu maligno del que nos habla el evangelio; no queremos en ocasiones que esa palabra de Jesús nos inquiete, preferimos una dulzaina que nos adormezca, por no hacer el esfuerzo de levantarnos y cambiar. Abramos sin temor nuestro corazón a la palabra de Jesús.

Pero esto nos enseña también cómo nosotros hemos de transmitir esa palabra, cómo nosotros también tenemos que hacer el anuncio. Tenemos que saber ir con la autoridad de Jesús, con el convencimiento claro de nuestro corazón, con la firmeza al tiempo que con la seguridad y la alegría de quien ha experimentado en sí mismo esa salvación que nos ofrece Jesús y que nosotros queremos transmitir a los demás.

Qué lástima que muchas veces no parecemos convencidos, no damos la impresión de que lo que queremos transmitir es lo que lo nosotros ya experimentamos y ahora vivimos. Es la firmeza y la autoridad con que tiene que mostrarse la Iglesia, pero no una autoridad de imposición, que eso sería muy fácil, sino la autoridad de lo que es su vida. Es un cuidado muy meticuloso que tenemos que mostrar quienes de una manera o de otra hacemos anuncio de la Palabra de Dios, ya porque seamos los lectores que la proclamamos en la celebración, ya porque sean los que con la autoridad de la Iglesia tratan de hacerla llegar al pueblo de Dios y al mundo que nos rodea. Cuidado con los recitativos de nuestra entonación a la hora de la proclamación que se pueden convertir en música cansina que al final no interese ni llame la atención.

¿Será por eso por lo que el mundo de nuestro tiempo no muestra ningun interés por el anuncio del Evangelio? ¿Nos estarán diciendo también como aquel hombre del evangelio y eso qué tiene que ver conmigo y con mi vida? Y el mundo nos da la espalda y se va a sus cosas, y no termina de mostrar algun interés por la Palabra que proclamamos. Es algo muy serio que los cristianos tendriamos que plantearnos.


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