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jueves, 7 de septiembre de 2023

Son necesarios hoy cristianos valientes y arriesgados que se lancen por el mundo para ser nuevos pescadores de hombres

 


Son necesarios hoy cristianos valientes y arriesgados que se lancen por el mundo para ser nuevos pescadores de hombres

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11

Nos habrá sucedido. Una persona por la que sentíamos gran aprecio, o tal vez un amigo de mucha confianza, nos pidió en determinado momento que hiciéramos algo - por supuesto que no era ninguna cosa dañina - pero que a nosotros quizás nos parecía algo descabellado, algo que no se podría realizar por lo difícil, o incluso imposible, pero ante la insistencia de esa persona o amigo al final nos decidimos a realizarlo y nos salió muchísimo mejor que lo que esperábamos. Fue la confianza en el amigo lo que al final nos motivó, sobre todo por no desairar, por contentarlo, aunque nosotros pensábamos que no se tendría resultado. 

La confianza hizo posible aquello que nos parecía imposible; y esto nos puede suceder en muchos aspectos de la vida que pueden referirse también a nuestra superación personal en algo en lo que de alguna manera teníamos que crecer, o de lo que tendríamos quizás que arrancarnos para buscar algo mejor. Nos comemos, por así decirlo, nuestro orgullo, pero al final salimos enriquecidos. Ojalá, nos decimos, tuviéramos más confianza en aquellos que están a nuestro lado y quieren ayudarnos, o quieren que abramos nuevos caminos en la vida.

Algo así estamos contemplando en el evangelio. Estamos en unos primeros momentos de la predicación de Jesus, pero ya la gente se interesaba por su palabra y querían escucharle, y también ya algunos comenzaban a mostrar su confianza en Jesus que tantas esperanzas despertaba en sus corazones. 

Una multitud grande se había congregado allí en la orilla del lago, y ya se hace difícil que todos puedan verle y escucharle. Por eso Jesús se atreve a subirse en una de aquellas barcas que han regresado de su faena, mientras los pescadores andan lavando y ordenando las redes para futuras faenas. Desde allí, con la gente reunida en la playa, puede hablarles mejor para que todos le puedan escuchar.

Terminado el rato de su enseñanza a la gente Jesús les pide a los pescadores, era la barca de Simón Pedro, que remen mar adentro en el lago para echar las redes. Pienso en la cara de asombro de los pescadores cuando ellos están cansados de haber pasado una noche bregando sin coger nada. Pero es ahí donde aflora la confianza de aquellos pescadores que ya se han ido entusiasmando por la predicación de Jesús y comienzan a mostrar interés por hacerse sus discípulos. Es Pedro el que se adelanta. 'Hemos estado toda la noche bregando sin coger nada - bien conocemos nosotros el lago y sabemos que hay momentos en que no hay remedio porque no hay nada que pescar - pero porque tú lo dices, por tu palabra, echaré las redes' de nuevo.

Ya conocemos el resultado por lo que nos narra el evangelio. Era tan grande la redada de peces que tuvieron que llamar a los compañeros de la otra barca para que les ayudaran. No salían de su asombro. Simón Pedro se siente sobrecogido. Está sintiendo que algo grande está sucediendo, que allí está la mano de Dios  que toca sus vidas por la presencia de Jesus. 'Apártate de mí, que soy un pecador', terminará diciendo Simon Pedro y postrándose a los pies de Jesus. Pero Jesus quiere contar con ellos para algo más que tener una pesca milagrosa como la que ahora ha sucedido. Jesus quiere confiarles un día una misión. 'Venid conmigo y os haré pescadores de hombres'.

Habían sido capaces de despojarse de su yo, de lo que habían sido sus experiencias de vida hasta entonces, lo que hasta entonces sabían hacer, habían sido capaces de confiar en algo nuevo y distinto aunque eso cambiará todos sus esquemas mentales. Y eso no es fácil. Pesan mucho nuestras costumbres, nuestras rutinas, lo que hemos hecho siempre, lo que creíamos que sabíamos muy bien hacer desde siempre para comenzar a hacer algo nuevo y distinto. 

Cómo nos cuesta arrancarnos de una costumbre que está muy arraigada en nuestra vida, cómo nos cuesta arriesgarnos a algo nuevo que no nos ofrece tantas seguridades como aquello que estamos acostumbrados a hacer, cómo nos entran suspicacias y desconfianzas cuando nos ofrecen algo nuevo que no conocemos y que nos aseguran que podemos realizar. Nos pueden muchas veces nuestros miedos y no queremos arriesgarnos.

Como nos recordaba el Papa Francisco en las Jornada Mundial de la Juventud: 'Para echar nuevamente las redes al mar, es necesario dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo, tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico que nos asaltan frente a las dificultades. Es necesario hacerlo para pasar del derrotismo a la fe, como Simón que, aun habiendo trabajado en vano toda la noche, afirmó: Si tú lo dices, echaré las redes'.

¿Qué estaríamos dispuestos nosotros a hacer en este sentido? ¿A qué estaríamos dispuestos a arriesgarnos? ¿No necesitará la Iglesia de hoy tener esa valentía y arrojo del Espíritu para poder responder a las angustias y a las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? Se necesitan cristianos valientes y arriesgados para lanzarnos por el mundo para ser en verdad nuevos pescadores de hombre, como nos está invitando Jesús.


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