Serán
los pequeños y los sencillos los bendecidos de Dios, los que poseerán el Reino
y los que por la pureza de su corazón podrán ver a Dios
Santiago 5,13-20; Sal 140; Marcos 10,13-16
Uno de los
rasgos humanos que destacan en la vida de Jesús es su cercanía. Muchas veces
nosotros en la lejanía e influenciados por imágenes en las que a través de los
tiempos los artistas han querido plasmar la figura de Jesús o que se han
utilizado en la catequesis en un momento concreto de la historia podremos tener
la tentación de imaginarnos la figura de Jesús que es el Señor en unas posturas
un tanto hieráticas y de alguna manera manteniendo distancia, pero si nos
fijamos con detalle en el evangelio es todo lo contrario lo que podemos
descubrir.
Rodeado
siempre de gente que llega a apretujarlo como le reconoce Pedro en alguna
ocasión, en medio de la gente sencilla del pueblo, rodeado de enfermos, pobres
y gentes que incluso por algunos eran considerados mala calaña; en algunas
ocasiones es tanta la cercanía que cuando a algunos no le gustan las cosas de
Jesús le empujan cuando quieren echarle del pueblo e incluso arrojarle por un
barranco; los pecadores y las prostitutas llegaran hasta Él para lavarle sus
pies o para tocarle el manto; en una ocasión a la orilla del lago tendrá que
subirse a una barca para hablarles desde allí, no porque buscase la lejanía,
sino para que todos le pudieran ver y escuchar; rodeado de gentes que le
aclaman, de niños que gritan a su lado le veremos hacer el camino que le lleva
a Jerusalén; se sentará en el patio de las casas del camino para descansar y
refrescarse como sucederá en Betania. Normal es, pues, la imagen que nos
presenta hoy el evangelio.
En la plaza
Jesús sentado entre la gente pronto se verá rodeado de niños que poco menos que
quieren jugar con El porque ellos son los que mejor detectan la cercanía y el cariño
que le puedan ofrecer las personas. Las madres incluso los traerán para que
Jesús les imponga las manos y los bendiga.
Pero allá
están los celosos discípulos preocupados por el descanso de su maestro que
tratarán de impedir que los niños así se acerquen a Jesús. Pero Jesús detendrá
aquella celosa acción de sus discípulos, porque quiere verse rodeado de niños,
sentir el calor y la alegría de sus risas y de sus juegos y porque además nos
los querrá presentar como prototipo de cómo tenemos que acoger nosotros el
Reino de los cielos.
‘Al verlo, Jesús se enfadó y les
dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que
son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el
reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en brazos los
bendecía imponiéndoles las manos’.
Ser como los niños, acogedores,
abiertos a la vida y al amor, humildes y sencillos, sin malicia en el corazón,
buscadores de saber, desprendidos que dan su corazón, siempre tendiendo la mano
para dejarse acompañar, pero sabiendo estar a nuestro lado con los ojos
abiertos de su curiosidad… Todavía no les han maleado el corazón.
Es la apertura que necesitamos, es la búsqueda
que tenemos que hacer, es el desprendimiento con el que tenemos que vivir, es
el deseo de estar junto a los otros para hacer de la vida una fiesta… cosas que
necesitamos para saber acoger el reino de Dios. Humildad y sencillez para
aceptar a todos, siendo capaces de acoger al más pequeño y al más humilde,
porque es ahí donde encontraremos la grandeza del Reino de los cielos.
Es por lo que Jesús dará gracias al Padre porque los misterios de Dios se revelan a los pequeños y a los sencillos y por lo que nos dirá que de los humildes y de los pobres es el Reino de Dios y los que son puros de corazón podrán ver a Dios. Son los bendecidos de Dios. Este pasaje es toda una bienaventuranza de Jesús.
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