Nunca
se acaba de hablar del amor porque siempre encontraremos un nuevo matiz, un
nuevo detalle, unos nuevos gestos que lo hagan cada día más bello y más hermoso
Santiago 5,9-12; Sal 102; Marcos 10,1-12
Todo el mundo sabe hablar del amor;
cuántas cosas bellas somos capaces de decir; qué romántico lo ven todo los
enamorados y cuántas cosas bonitas saben decirse; cualquiera puede sentirse
inspirado. Pero es difícil hablar del amor, es difícil vivir con toda hondura
el amor, cuesta mucho mantener el amor. Es una flor muy delicada que fácilmente
se puede estropear.
Cuando vienen los fracasos pensamos en
todo aquello romántico que fuimos capaces de decir, pero que no supimos
mantener; quizás no cuidamos mucho sus raíces, no supimos abonarlas
debidamente, le faltó algo que mantuviera la frescura de su belleza para
siempre. Nos damos cuenta quizá que el amor es mucho más que unas palabras
románticas; que tampoco puede ser algo pasajera, flor de un día; decimos quizás
muchas veces que se nos muere el amor, pero ¿lo habíamos mantenido bien vivo y
con toda su hondura?
No quiero ponerme pesimista, ni decir
que el amor es imposible, no quiero juzgar aquellos efluvios románticos del
amor, porque quizás también fueron necesarios, quisiera que supiéramos
encontrar, yo el primero, el verdadero camino que nos lleve al verdadero amor.
Algunas veces no es tan fácil. Está por medio nuestra condición humana con
todas sus limitaciones. Pero también muchas cosas pueden influir para que no le
hayamos dado la verdadera hondura que tendría que tener para que se mantenga
lozano y fresco como el primer día. Aunque tiene que madurar y comenzar a tener
un sabor y color añejo que lo hace más recio y más fuerte.
Y es que siempre nos entran dudas. Tenemos
el corazón inquieto y podemos sentir atracción de muchas cosas mientras vamos
de camino, o también nos pueden entrar los cansancios cuando no lo vivimos como
una novedad de cada día. Vivimos por otra parte en un mundo donde nos cuesta
reparar y preferimos tirar y cambiar. Encontrar solución para todos los
problemas es una tarea ardua, pero cuando somos capaces de hacerlo al final nos
sentiremos mejor.
Hay túneles oscuros en la vida con
muchas luces fatuas alrededor que tratan de llamarnos la atención. Pero tenemos
que saber lo que queremos, a dónde vamos, qué camino hacemos, qué es lo que
realmente nos va a dar verdadera felicidad. Y eso en todos los aspectos de la
vida; no solo en el amor o en el matrimonio sino en todas las cosas que
emprendamos.
Quizá pueda parecer que estoy
teorizando, pero si nos paramos a pensar en la realidad de la vida de cada día.
Siempre en la vida hay luces y sombras, siempre pueden haber cansancios si
perdemos la ilusión por alcanzar metas que nos hemos propuesto y que sabemos
que son las que verdaderamente nos harán felices. Las dificultades no tienen
que hacernos perder la ilusión sino hacernos sentirnos más fuertes para
superarlas. Y cuando eso lo hacemos acompañados por la persona que sabemos que
nos ama y a la que nosotros amamos también parece que todo se puede sentir
distinto, que no nos faltarán las fuerzas para seguir el camino.
Hoy en el evangelio vemos que le
plantean a Jesús las mismas cosas que seguimos planteándonos en todos los
tiempos. De alguna manera están hablando de la caducidad del amor. Es lo que
hacemos muchas veces, ponerle fecha de caducidad. Y cuando vamos caminando así
con esa posible caducidad delante de nuestros ojos, fácilmente podemos perder
la ilusión y las ganas de seguir luchando. Algunas veces algunos entran en esa
aventura maravillosa del amor pensando ya de antemano en esa fecha de
caducidad. Estamos reventando las raíces y el árbol pronto se puede secar en
esas condiciones.
Jesús habla de una unión tan grande y
tan profunda desde el amor de un hombre y una mujer que nos dice que van a ser
como una sola carne. Así son los lazos del amor. Así tenemos que buscar esas raíces
profundas que le den autenticidad a ese amor, para que no sea solo apariencia o
flor de un día, como antes decíamos. Es tan maravillosa esa unidad que en ella
Jesús pone la imagen de lo que es el amor que El tiene por su Iglesia, del amor
que Dios nos tiene. Nuestro amor signo de lo que es el amor de Dios; el amor de
Dios signo de lo que tiene que ser nuestro amor. ¿En el amor que vivimos habrá
alguna semejanza, mirando la realidad de nuestra vida, con lo que es el amor
que Dios nos tiene?
Hablar de todo esto se hace inacabable,
porque así de grande es el amor. Siempre encontraremos un nuevo matiz, un nuevo
detalle, unos nuevos gestos que lo hagan cada día más bello y más hermoso.
Intenta darle brillo a tu amor cada día.
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