Quitemos
de nuestra vida aquellas piedras que nos hacen tropezar y no seamos culpables
del daño que pueden hacer también a los demás
Santiago 5,1-6; Sal 48; Marcos 9,41-50
Aquel hombre
llegaba todas las noches enfadado a su casa porque en el camino, en el que no
había mucha luz, todas las noches tropezaba en la misma piedra y caía en el
mismo hoyo; protestaba y protestaba, pero no había nada cuando había luz por el
día para ver donde estaba aquel tropiezo que todas las noches le hacía caer. Lo
fácil que hubiera sido que durante el día buscase el lugar y tratase de hacer
un arreglo, quitar aquella piedra que estorbaba en el camino para no volver a
tropezar en lo mismo; ya se suele decir en nuestro refranero español que el único
burro que tropieza dos veces en la misma piedra es el hombre.
Es lo que nos
pasa en la vida; nos damos cuenta de nuestras debilidades, cuales son las
situaciones en las que solemos tropezar en ese camino de nuestra vida
cristiana, en ese nuestro camino de relación con los demás, pero seguimos con
nuestro orgullo porque no queremos agachar la cabeza, seguimos con nuestros
errores porque no queremos esforzarnos por corregirnos, seguimos con la misma cerrazón
del corazón pensando en nosotros mismos y no pensando nunca en los demás.
Hoy nos habla
Jesús con imágenes muy fuertes para hacernos caer en la cuenta de esa piedra de
tropezar que no solo nos está hundiendo a nosotros mismos, porque primero que
nada nos hacemos daño a nosotros mismos, pero con las que también podemos dañar
a los demás.
Drásticamente
nos habla de Jesús de arrancarnos nuestro ojo o de cortarnos nuestra mano si
son causa de mal para nosotros o para los demás. No es que ahora tengamos que
ir mancos por la vida cortándonos las manos, pero sí es necesario que nos
tomemos las cosas en serio y arranquemos de nosotros todo ese mal que nos hace
daño. Como una mala hierba que no basta que la cortemos por encima para
eliminarla, sino que es necesario arrancarla de raíz para que no vuelva a
salir, así ese camino de superación, de purificación que tenemos que ir
realizando en nuestra vida.
Primero que
nada tenemos que ser capaces de reconocer el error que hay en nuestra vida, ese
mal que nos hace daño a nosotros y a los demás, porque mientras no lo
reconozcamos con toda sinceridad poco podremos arrancarlo. Cuántas cosas tenemos que arrancar de nuestra vida, cuantos apegos, cuántas ataduras, cuántas rutinas, cuántas malas costumbres... un camino de purificación y superación.
El camino de
toda persona tiene que ser siempre un camino de superación, para ser capaces de
dar cada día un paso más alto. Significa esfuerzo, significa ascesis, significa
ir examinando continuamente la vida para ver cuáles son esas pasiones que nos
dominan, cuáles son esas raíces que nos hacen daño. Un camino donde ponemos, es
cierto, toda nuestra voluntad, pero es un camino que no hacemos solos porque
contamos con la fuerza y con la ayuda de la gracia del Señor.
Esa gracia de
Dios que se nos manifiesta en ese buen ejemplo que recibimos de los que están a
nuestro lado, que con las mismas debilidades que nosotros los vemos sin embargo
en un camino de ascensión, en un camino de superación; esa gracia de Dios que
recibimos de la buena palabra o del buen consejo de esa persona buena que se
acerca a nosotros y se nos ofrece para ayudarnos; esa gracia de Dios que
recibimos del testimonio de los santos que si ahora los vemos en ese grado de perfección
y santidad como ejemplo para nuestra vida, tenemos que saber ver ese esfuerzo
que ellos en su vida también tuvieron que hacer, esas cosas en las que tuvieron
que superarse o arrancar de sus vidas. Esa gracia de Dios que recibimos en los
sacramentos alimento de nuestra vida cristiana y fortaleza del Espíritu que nos
enriquece con la gracia del Señor.
Jesús nos
había recordado en otros momentos del evangelio que tenemos que ser luz del
mundo y sal de la tierra. Y ahora nos recuerda, que si la sal se ha echado a
perder no nos vale para nada. ‘Buena
es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre
vosotros y vivid en paz unos con otros’.
Tengamos esa buena sal de nuestras buenas obras con las que daremos gloria al
Padre del cielo pero con la que ayudaremos a los demás a que también glorifiquen
a nuestro Padre Dios.
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