Seamos misericordiosos ni juzgaremos ni condenaremos, seremos
capaces de ofrecer siempre el perdón, no nos costará compartir, daremos lo
mejor de nosotros mismos
1Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; Sal 102;
1Corintios 15, 45-49: Lucas 6, 27-38
El evangelio
de Jesús no son unos consejitos piadosos, en lo que quizás muchas veces nos
hemos quedado. Escuchar así en directo la palabra de Jesús sobre todo en
aquellas cosas que Jesús considera fundamental para vivir el Reino de Dios
realmente tendría que impactarnos de manera que no nos quedemos tan insensibles.
Pero hemos edulcorado las palabras de Jesús; no es que las cambiemos, porque
ahí están, pero cuando nos ponemos a cumplirlas, a reflejarlas en nuestra vida,
si es que de verdad nos consideramos sus seguidores, pronto comenzamos con las
rebajas, con las interpretaciones, con lo que Jesús quiso decir o no quiso
decir. Pero lo que hoy hemos escuchado en el evangelio le dan un viraje
completo al concepto de la vida que habitualmente vivimos.
A tí que estás leyendo esta semilla
de cada día te invitaría a que antes de seguir leyendo esta reflexión
cogieras de nuevo el evangelio en el texto que hoy se nos ofrece - Lucas 6,
27-38 - y lo volvieras a leer, a escuchar, a rumiar por ti mismo en el corazón,
subrayando aquellas cosas que son el eje principal de este texto.
Es toda una revolución,
y no a la manera como entendemos tantas veces las revoluciones en las que
pronto entra la violencia y la destrucción. Es una revolución porque es un
cambio radical en nuestras posturas, en la manera de actuar, en lo que podríamos
llamar la filosofía de la vida, la manera de entender la vida. Porque es que
Jesús nos está pidiendo todo lo contrario de lo que habitualmente hacemos.
Frente a esa
manera habitual de nuestro actuar Jesús nos dice: ‘Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced
el bien y prestad sin esperar nada’.
Si ya de entrada decimos habitualmente que somos amigos de nuestros amigos,
¿cómo es que Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos? Es que ni siquiera
en la forma de presentarnos decimos que queremos ser amigos de todos, sino que
somos amigos de nuestros amigos, ¿y los demás no merecen nuestro amor y nuestro
respeto? Pero es que Jesús nos está diciendo, repito, que tenemos que amar a
los enemigos, y hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos
maldicen y rezar por aquellos que incluso nos calumnian.
Yo ayudo a los que me ayudan, decimos,
y aparecen gestos bonitos entre familiares y amigos que se ponen de acuerdo
muchas veces para ayudarse en tareas que pueden ser comunes. Hasta ahí todo muy
correcto, pero si hay alguien entre los vecinos que nunca colabora con nada ni
con nadie, que se las arregle él solo cuando lo necesite. Por eso el saludar a
los que me saludan, como hacemos todos habitualmente, no tiene nada de
extraordinario; como dice Jesús eso lo hacen hasta los paganos. Son las reglas
de corrección que nos hemos trazado en aquello que llamamos buena educación.
Pero en ese protocolo no es en el que se queda Jesús. Hacer el bien y prestar
un servicio ‘sin esperar nada’.
Algo muy elemental y sencillo pero que
si llegamos a hacerlo será algo maravilloso. ‘Tratad a los demás como
queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a
los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo
mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo’.
Pero si nos fijamos bien no nos está
pidiendo Jesús nada extraordinario. Simplemente que seamos humanos, que nos
tratemos como humanos; si nos sentimos miembros de una misma humanidad, con
humanidad tendríamos que tratarnos los unos a los otros. ‘Tratad a los demás
como queréis que ellos os traten…’ ¿No nos gustaría que todos fueran así de
generosos con nosotros? ¿No buscamos en el fondo comprensión para nuestros
defectos o para nuestros errores? ¿No
nos agradaría que generosamente nos ofrecieran el perdón ante los
errores que hayamos podido cometer, las cosas con las que quizá en un momento
de debilidad pudimos ofender a los demás? ¿Por qué tiene que prevalecer el
orgullo en nuestras relaciones? Por ahí nos pesa, por ahí nos cuesta, porque
hasta para pedir o recibir perdón el orgullo nos hace cosquillas en el corazón.
Pero ¿y cuál es el fundamento de todo
esto? La misericordia del Señor que tenemos que imitar en nuestra vida. ‘Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso’. Seamos
misericordiosos porque tenemos la experiencia de la misericordia de Dios en
nuestra vida. ¿Si Dios es misericordioso con nosotros por qué no ser nosotros
misericordiosos con los demás? Seamos misericordiosos y no juzgaremos ni
condenaremos; seamos misericordiosos y seremos capaces de ofrecer generosamente
el perdón a los demás; seamos misericordiosos y no nos costará compartir,
ofrecer lo mejor de nosotros mismos para buscar siempre el bien de los demás.
Es el
camino de Jesús. Es el camino del que le sigue. Es el camino en el cual
viviremos el Reino de Dios.
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