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domingo, 20 de febrero de 2022

Seamos misericordiosos ni juzgaremos ni condenaremos, seremos capaces de ofrecer siempre el perdón, no nos costará compartir, daremos lo mejor de nosotros mismos

 


Seamos misericordiosos ni juzgaremos ni condenaremos, seremos capaces de ofrecer siempre el perdón, no nos costará compartir, daremos lo mejor de nosotros mismos

1Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; Sal 102; 1Corintios 15, 45-49: Lucas 6, 27-38

El evangelio de Jesús no son unos consejitos piadosos, en lo que quizás muchas veces nos hemos quedado. Escuchar así en directo la palabra de Jesús sobre todo en aquellas cosas que Jesús considera fundamental para vivir el Reino de Dios realmente tendría que impactarnos de manera que no nos quedemos tan insensibles. Pero hemos edulcorado las palabras de Jesús; no es que las cambiemos, porque ahí están, pero cuando nos ponemos a cumplirlas, a reflejarlas en nuestra vida, si es que de verdad nos consideramos sus seguidores, pronto comenzamos con las rebajas, con las interpretaciones, con lo que Jesús quiso decir o no quiso decir. Pero lo que hoy hemos escuchado en el evangelio le dan un viraje completo al concepto de la vida que habitualmente vivimos.

A tí que estás leyendo esta semilla de cada día te invitaría a que antes de seguir leyendo esta reflexión cogieras de nuevo el evangelio en el texto que hoy se nos ofrece - Lucas 6, 27-38 - y lo volvieras a leer, a escuchar, a rumiar por ti mismo en el corazón, subrayando aquellas cosas que son el eje principal de este texto.

Es toda una revolución, y no a la manera como entendemos tantas veces las revoluciones en las que pronto entra la violencia y la destrucción. Es una revolución porque es un cambio radical en nuestras posturas, en la manera de actuar, en lo que podríamos llamar la filosofía de la vida, la manera de entender la vida. Porque es que Jesús nos está pidiendo todo lo contrario de lo que habitualmente hacemos.

Frente a esa manera habitual de nuestro actuar Jesús nos dice: ‘Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada’. Si ya de entrada decimos habitualmente que somos amigos de nuestros amigos, ¿cómo es que Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos? Es que ni siquiera en la forma de presentarnos decimos que queremos ser amigos de todos, sino que somos amigos de nuestros amigos, ¿y los demás no merecen nuestro amor y nuestro respeto? Pero es que Jesús nos está diciendo, repito, que tenemos que amar a los enemigos, y hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen y rezar por aquellos que incluso nos calumnian.

Yo ayudo a los que me ayudan, decimos, y aparecen gestos bonitos entre familiares y amigos que se ponen de acuerdo muchas veces para ayudarse en tareas que pueden ser comunes. Hasta ahí todo muy correcto, pero si hay alguien entre los vecinos que nunca colabora con nada ni con nadie, que se las arregle él solo cuando lo necesite. Por eso el saludar a los que me saludan, como hacemos todos habitualmente, no tiene nada de extraordinario; como dice Jesús eso lo hacen hasta los paganos. Son las reglas de corrección que nos hemos trazado en aquello que llamamos buena educación. Pero en ese protocolo no es en el que se queda Jesús. Hacer el bien y prestar un servicio ‘sin esperar nada’.

Algo muy elemental y sencillo pero que si llegamos a hacerlo será algo maravilloso. ‘Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo’.

Pero si nos fijamos bien no nos está pidiendo Jesús nada extraordinario. Simplemente que seamos humanos, que nos tratemos como humanos; si nos sentimos miembros de una misma humanidad, con humanidad tendríamos que tratarnos los unos a los otros. ‘Tratad a los demás como queréis que ellos os traten…’ ¿No nos gustaría que todos fueran así de generosos con nosotros? ¿No buscamos en el fondo comprensión para nuestros defectos o para nuestros errores? ¿No  nos agradaría que generosamente nos ofrecieran el perdón ante los errores que hayamos podido cometer, las cosas con las que quizá en un momento de debilidad pudimos ofender a los demás? ¿Por qué tiene que prevalecer el orgullo en nuestras relaciones? Por ahí nos pesa, por ahí nos cuesta, porque hasta para pedir o recibir perdón el orgullo nos hace cosquillas en el corazón.

Pero ¿y cuál es el fundamento de todo esto? La misericordia del Señor que tenemos que imitar en nuestra vida. ‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso’. Seamos misericordiosos porque tenemos la experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida. ¿Si Dios es misericordioso con nosotros por qué no ser nosotros misericordiosos con los demás? Seamos misericordiosos y no juzgaremos ni condenaremos; seamos misericordiosos y seremos capaces de ofrecer generosamente el perdón a los demás; seamos misericordiosos y no nos costará compartir, ofrecer lo mejor de nosotros mismos para buscar siempre el bien de los demás.

Es el camino de Jesús. Es el camino del que le sigue. Es el camino en el cual viviremos el Reino de Dios.

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