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sábado, 11 de mayo de 2013


El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis, y creéis en mí

Hechos, 18, 23-28; Sal. 46; Jn. 16, 23-28
‘Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo… hombre elocuente y muy versado en la Escritura… aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de Jesús con mucha exactitud…’ pero fue necesario que Priscila y Aquila lo tomaran aparte y ‘le explicaran con mayor detalle el camino de Jesús’.
Sabía muchas cosas de Jesús - ‘exponía la vida de Jesús con mucha exactitud’ - pero no era lo suficiente. Aunque sabía cosas su corazón no estaba en verdad convertido al Señor. ‘No conocía más que el bautismo de Juan’, no había oído hablar del Bautismo en el cual Jesús había mandado que se bautizasen quienes escuchasen la palabra y convirtieran su corazón al Señor; no había aun descubierto toda la riqueza de la salvación de Jesús.
No nos es suficiente conocer o saber cosas cuando nuestro corazón está lejos. El acto de fe en Jesús no se queda solo en un conocimiento sino en una conversión por un encuentro vivo con el Señor. Y es que la fe es vida, vivir la vida de Jesús. Y viviremos la vida de Jesús cuando nos dejemos encontrar por su amor que es el que nos conduce de verdad a vivir la salvación, porque nos conduce a la fe. Hablamos, es cierto, de que es necesario crecer en ese conocimiento de Jesús, en ese conocimiento del misterio de Dios y que es necesario saber dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza; pero  no es solo por el camino de las ideas o de los pensamientos sino desde la experiencia del amor que nos conduce a la fe.
De eso nos ha hablado Jesús en el evangelio. Seguimos escuchando las palabras de Jesús en la última cena, en aquella sobremesa como hemos dicho y comentado. Nos habla Jesús de la confianza con que hemos de orar a Dios haciéndolo en el nombre de Jesús, como tantas veces también hemos reflexionado. Y nos dice: ‘Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.
Y nos habla también de su vuelta al Padre. ‘Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre’. Bien nos viene recordar estas palabras precisamente en la víspera de la Ascensión del Señor que estamos a punto de celebrar. Ha cumplido su misión y vuelve al Padre.
Pero vayamos a lo que veníamos comentando. ‘El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis, y creéis en mi’. Una experiencia de amor y de fe. Dios nos ama y nosotros respondemos amando a Dios, pero como eje y como conclusión de todo ese amor nuestra fe en Jesús. Es necesario llegar a vivir esa experiencia de amor porque nos sentimos amados de Dios; un amor que nos lleva al encuentro, a la reciprocidad; pero un amor desde el que va a surgir una fe firme, una fe bien fortalecida, que nos llevará a que aun seamos más amados de Dios.
Una fe y un amor que no surge simplemente porque racionalmente nosotros sepamos muchas cosas. Es desde esa experiencia de encuentro vivo de amor cuando vamos a vivir plenamente la salvación. Esto es algo que necesitamos experimentar con mucha fuerza los cristianos y seguro que nuestra vida sería más comprometida con nuestra y seríamos mas congruentes y consecuentes. Muchas veces vivimos nuestra vida cristiana con frialdad, simplemente dejándonos llevar como por la inercia y nos falta auténtica vitalidad. Así vemos entonces que nuestras celebraciones resultan frías y parece que les falta vida.
Tenemos que aprender a sentir ese calor del amor que nos haga entusiastas como los enamorados. Cuando nos personas, un hombre y una mujer están enamorados, sus vidas parece que están llenas de una vitalidad y de una alegría diferente y querrán vivir siempre el uno para el otro buscando siempre lo mejor para su enamorado o enamorada. Tenemos que sentirnos enamorados de Dios cuando experimentamos todo el amor que nos tiene y entonces nuestra vida cristiana tendrá más vitalidad, y en verdad seremos siempre para el Señor buscando su amor y buscando su gloria.

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