San Juan de Ávila una luz que nos refleja a Cristo y nos ayuda a encontrar el sabor del evangelio
Mt. 5, 13-19
‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…
brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas
obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos’.
Este mandato de Jesús a
todos nos afecta, porque ser sal o ser
luz en medio del mundo es lo que tiene que ser todo cristiano por el resplandor
de su santidad, por el brillo de su fe y por las obras del amor que han de
envolver toda su vida. Es cierto que no es ni nuestra sal ni nuestra luz la que
tenemos que trasmitir, sino que será siempre el sabor de Cristo, la luz de
Cristo la que tiene que iluminarnos y de tal manera hemos de acoger esa luz que
así brillemos delante de los demás por nuestra santidad para que todos puedan
dar gloria a Dios.
Pero estos textos de la
Palabra de Dios los estamos escuchando en esta celebración en la que hacemos
memoria y fiesta de un santo que así brilló con esa luz de Dios en medio de su
mundo y así supo trasmitir ese sabor de Cristo a cuantos le rodeaban. Nos
referimos a san Juan de Ávila, nuestra gran santo español, reconocido como
doctor de la Iglesia recientemente por el Papa. Hoy queremos hacernos esta reflexión
desde la Palabra de Dios contemplando su figura.
El Maestro Ávila, como
así se le llamaba en su tiempo, fue en aquellos tiempos del siglo XVI una gran
luz que brilló en nuestra tierra española con especial brillo y esplendor. Hoy
la Iglesia lo reconoce como doctor de la Iglesia porque la solidez de su
doctrina iluminó entonces y sigue iluminando aún la vida de la Iglesia con sus
enseñanzas y su magisterio.
Nacido en Almodóvar del
Campo (Ciudad Real) muy jovencito marcha a la universidad de Salamanca a
estudiar leyes. Pero aquello no le satisfacía a su espíritu y se vuelta a su
tierra en la que pasará varios años de retiro y reflexión tratando de descubrir
qué era lo que el Señor quería de él. Finalmente irá a la universidad de Alcalá
(eran las dos grandes universidades de su tiempo) para estudiar teología y
prepararse para el sacerdocio. No habían seminarios entonces para la formación
de los futuros sacerdotes; será un fruto del Concilio de Trento - recuerdo que
a nuestro seminario se le llamaba seminario conciliar - y será tarea en la que
se embarcará con gran ahínco creando colegios para la formación de los futuros
sacerdotes, principio y origen también de otras universidades.
Pero no adelantemos las
cosas, porque una vez ordenado sacerdote marcha a Sevilla con intención de
embarcar para América, para Nueva España - México - en concreto, pero el
arzobispo de Sevilla al oírle predicar, le convence de que sus Américas estaban
en España y en concreto en Andalucía. Apóstol de Andalucía se le reconoce porque
a lo largo y a lo ancho de aquellas tierras se dedicó a la tarea de la
evangelización hasta la hora de su muerte. Intensa fue su tarea evangelizadora
y que nos puede servir de estímulo cuando tanto hablamos hoy en la Iglesia de
una nueva evangelización.
Como hemos mencionado
instituyó diversos colegios sacerdotales tanto para la preparación de los que
aspiraban al sacerdocio como la formación continuada de los mismos sacerdotes.
Es por eso por lo que en el siglo pasado, siendo aun Beato, el Papa Pío XII le
declaró patrono del clero secular español. Pablo VI lo canonizó y Benedicto XVI
lo reconoció como doctor de la Iglesia, según ya antes hemos mencionado.
Apóstol y misionero recorría
pueblos y pueblos predicando y anunciando la Palabra de Dios, dirigiendo
espiritualmente a cuantos se acercaban a él porque era un sacerdote de profunda
espiritual sacerdotal y que resplandecía por su santidad. Santos como san Juan
de Dios o san Francisco de Borja se convirtieron al Señor escuchando su
predicación y siguiendo sus consejos y santos como Teresa de Jesús o el mismo
Ignacio de Loyola recibían sus consejos para su propio progreso espiritual.
¿Dónde encontraba él la
fuente de su espiritualidad y la fuerza para la inmensa tarea pastoral que
realizaba? En la Oración y en la Eucaristía. Ya hemos mencionado que de joven
se retiró varios años, abandonando sus estudios de leyes, para orar y
reflexionar descubriendo lo que era la voluntad del Señor para su vida. Espíritu
de oración que vivía con toda intensidad cada día a lo que dedicaba mucho
tiempo y celebración fervorosa y de muy intensa devoción de la Santa Misa cada
día, eran sus fuentes que nunca abandonó y que le llevó por esos caminos de
santidad.
Así pudo llenarse de la
sabiduría de Dios y resplandecer por su santidad. Así es para nosotros un
testigo y un ejemplo que nos da testimonio de cómo nosotros hemos de crecer en
esa espiritualidad que sea el verdadero fondo de nuestra vida. Ejemplo para lo
sacerdotes, pero ejemplo también para todos los cristianos que, como decíamos
al principio, hemos de ser luz, con la luz de Cristo, en medio de nuestro
mundo, llevando la sal del evangelio que dé profundo sabor y sentido a neustras
vidas.
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