No
podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean sino con apertura de
corazón para dejarnos sorprender por la novedad de la Palabra de Dios
2Samuel 24, 2. 9-17; Sal 31; Marcos 6, 1-6
Son a veces los más cercanos los más
críticos con nosotros en lo que hacemos o
planteamos sobre todo cuando queremos hacer algo nuevo y algo distinto a
lo que siempre se ha hecho. Lo de menos es que sean críticos, cuando se hace en
un sentido positivo, porque hemos de aceptar la diversidad de planteamientos o
de opiniones y con la crítica quizá nos enriqueceríamos porque se nos puede dar
otra perspectiva u otra visión.
Pero normalmente va unido a la
desconfianza y a la descalificación, porque quizá cuesta aceptar esos nuevos
planteamientos, por ejemplo; una desconfianza que llega en ocasiones a querer
desprestigiar quitando autoridad o validez a lo nuevo que se dice, porque en
fin de cuentas ya conocemos de donde vienen esas iniciativas o novedades, que
todos nos conocemos terminamos diciendo en muchas ocasiones. Algo de orgullo o
de soberbia que parece que reaparece o florece en el corazón, no queriendo
aceptar lo bueno que nos puedan ofrecer los demás, porque ya nos conocemos.
Aquel dicho de que ningún profeta es bien recibido en su tierra sigue siendo de
actualidad también en los momentos presentes.
Algo así le sucede a Jesús en esta
ocasión en que va a su pueblo, Nazaret, y allí el sábado se ofrece para
proclamar la Palabra en la sinagoga. Aunque en principio hay una cierta
admiración y orgullo en sus convecinos de que sea El quien proclame la lectura
de la ley y los profetas, pronto aparecen las desconfianzas y los murmullos
llenos de orgullo y de cierta soberbia. ¿Qué nos va a enseñar si nosotros lo
conocemos de siempre que aquí se ha criado entre nosotros? ¿Dónde ha ido a
aprender todas esas cosas? Son los suyos, los que le conocen de siempre los que
se cierran a la novedad del evangelio que Jesús les propone.
Dice el evangelista que Jesús se admiró
de su falta de fe. Allí incluso no pudo realizar ningún milagro. Y es que la
desconfianza que había en aquellos corazones les hacía cerrarse a la novedad de
la buena nueva que Jesús les anunciaba. Solo cuando nos desprendemos de
nosotros mismos, de nuestros prejuicios y de nuestros orgullos es cuando
podremos recibir en nuestro corazón esa semilla de la buena nueva de Jesús.
Pueden ser las barreras que nosotros
ponemos también tantas veces en nuestra vida. Nos lo sabemos, qué cosa nueva
nos pueden enseñar, que esto yo me lo sé de siempre, y nos mantenemos en
nuestro conservadurismo que nos anula. Por algo Jesús desde el principio nos
pide conversión y fe; esa conversión que es ser capaces de darle la vuelta a
nuestra vida, esa conversión que significa despojarnos de nuestro yo y nuestros
saberes, esa conversión que es la apertura del corazón para descubrir lo nuevo,
para aceptar esa novedad que nos ofrece el evangelio cada día.
Mil veces podemos leer de nuevo el
evangelio y siempre vamos a encontrar esa palabra nueva que ilumina nuestra
vida. No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean, sino tener
esa apertura del corazón, ese dejarnos sorprender por la Palabra de Dios que
siempre es una palabra viva y una palabra de vida, una palabra que va
respondiendo a cada situación que vivimos, a ese día a día de nuestra
existencia. No podemos ir con una mente cerrada, con un corazón endurecido.
Esa fe que me hace confiar en la
Palabra para dejarnos conducir. Solo caminamos por caminos nuevos con aquel con
el que tenemos confianza porque sabemos que no nos engaña; y nosotros sabemos
de quien nos fiamos, en quien ponemos nuestra confianza, por eso estamos
dispuestos a estar siempre en salida, en camino. Es lo que nos llevará también
a aceptar y respetar lo bueno que podamos recibir de los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario