Queremos
ser libres, amamos la libertad, pero sin embargo hay muchas cosas que nos
siguen atando, esclavizándonos y creándonos dependencias
2Samuel 15, 13-14. 30; 16, 5-13ª; Sal 3;
Marcos 5, 1-20
Todos decimos que amamos la libertad,
que queremos ser libres y que vivamos en un mundo donde brille la libertad para
todos. Pero no sé si esto en muchas ocasiones se queda en buenas intenciones o
sólo gritamos la palabra libertad cuando decimos que vemos opresión o dominio
de aquellos que tildamos poderosos, o de las manipulaciones que
desgraciadamente vemos que se realizan de muchas maneras desde aquellos que
pretenden el control de la sociedad a su manera o al ritmo de sus ideologías.
En muchas ocasiones según de donde procedan dichas manipulaciones o de la cercanía
que se pueda tener a nuestras particulares ideas quizás nos hacemos ciegos y
sordos y cerramos los ojos como para no enterarnos. ¿Habrá verdadera libertad
en esas situaciones y momentos?
Pero quizá tendríamos que mirarnos a
nosotros mismos y a nuestro interior para ver si realmente vivimos esa libertad
o acaso también nosotros nos sintamos constreñidos porque hay apegos en nuestro
corazón o en nuestra vida que también están limitándonos nuestra propia
libertad. Son aquellas cosas de las que nos hemos creado una acuciante
necesidad y que nos parece que sin ellas no podemos vivir ni podemos ser
felices de verdad, pero que realmente nos hemos creado una dependencia que nos
está limitando fuertemente desde nuestro propio interior. Son cosas de las que
nos cuesta arrancarnos y aunque veamos un mundo más brillante sin esas
dependencias parece como si quisiéramos seguir sujetos a esas cosas a las que
de alguna manera nos hemos acostumbrado.
Es una lucha interior fuerte la que
tenemos que mantener. Tenemos que aprender a gustar esa libertad honda que
sentimos en nosotros cuando en verdad nos hemos dejado llenar por la vida de Jesús.
El viene a nosotros para restaurar en verdad nuestra vida y que saboreemos la
verdadera libertad que nos hace grandes. El con su presencia y con su gracia
nos llena de dignidad y nos quiere hacer vivir mirando siempre a lo alto, para
que tengamos metas altas en nuestra vida, para que busquemos siempre lo que nos
dignifica y nos engrandece.
Hoy el evangelio nos habla de la
presencia de Jesús en la otra orilla del lago, en la región de los gerasenos.
No eran propiamente judíos los habitantes de aquella región. Y allí Jesús cura
a aquel hombre poseído de un espíritu inmundo, como se nos dice en el lenguaje
del evangelio. Su locura era tal que era temido por todos que incluso
pretendían atarle con cadenas, pero él con su fuerza se desataba y causaba el
terror de aquellas gentes. Y Jesús lo cura, le libera de esas ataduras que
atenazaban su espíritu. Nos habla el evangelio de aquella legión de demonios
que se metió en la piara de cerdos que se tiraron acantilado abajo para morir
ahogados en el lago.
Cuando las gentes del lugar llegan y
contemplan al que había sido endemoniado ya curado y pacífico sentado a un
lado, sin embargo le piden a Jesús que se marche a otro lugar. Sus intereses económicos
se habían venido abajo con los cerdos despeñados por el precipicio. Parece que querían
más seguir con las locuras del endemoniado con tal de no perder en sus
ganancias materiales. Se les ofrecía una vida nueva de libertad alejando
temores y miedos pero preferían seguir con sus anteriores dependencias.
¿Se parecerá algo de todo esto con esas
posturas nuestras donde seguimos con nuestras ataduras y dependencias en lugar
de buscar la libertad verdadera que nos ofrece Jesús? Son cosas que nos darían
que pensar.
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