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lunes, 3 de febrero de 2020

Queremos ser libres, amamos la libertad, pero sin embargo hay muchas cosas que nos siguen atando, esclavizándonos y creándonos dependencias


Queremos ser libres, amamos la libertad, pero sin embargo hay muchas cosas que nos siguen atando, esclavizándonos y creándonos dependencias

2Samuel 15, 13-14. 30; 16, 5-13ª; Sal 3; Marcos 5, 1-20
Todos decimos que amamos la libertad, que queremos ser libres y que vivamos en un mundo donde brille la libertad para todos. Pero no sé si esto en muchas ocasiones se queda en buenas intenciones o sólo gritamos la palabra libertad cuando decimos que vemos opresión o dominio de aquellos que tildamos poderosos, o de las manipulaciones que desgraciadamente vemos que se realizan de muchas maneras desde aquellos que pretenden el control de la sociedad a su manera o al ritmo de sus ideologías. En muchas ocasiones según de donde procedan dichas manipulaciones o de la cercanía que se pueda tener a nuestras particulares ideas quizás nos hacemos ciegos y sordos y cerramos los ojos como para no enterarnos. ¿Habrá verdadera libertad en esas situaciones y momentos?
Pero quizá tendríamos que mirarnos a nosotros mismos y a nuestro interior para ver si realmente vivimos esa libertad o acaso también nosotros nos sintamos constreñidos porque hay apegos en nuestro corazón o en nuestra vida que también están limitándonos nuestra propia libertad. Son aquellas cosas de las que nos hemos creado una acuciante necesidad y que nos parece que sin ellas no podemos vivir ni podemos ser felices de verdad, pero que realmente nos hemos creado una dependencia que nos está limitando fuertemente desde nuestro propio interior. Son cosas de las que nos cuesta arrancarnos y aunque veamos un mundo más brillante sin esas dependencias parece como si quisiéramos seguir sujetos a esas cosas a las que de alguna manera nos hemos acostumbrado.
Es una lucha interior fuerte la que tenemos que mantener. Tenemos que aprender a gustar esa libertad honda que sentimos en nosotros cuando en verdad nos hemos dejado llenar por la vida de Jesús. El viene a nosotros para restaurar en verdad nuestra vida y que saboreemos la verdadera libertad que nos hace grandes. El con su presencia y con su gracia nos llena de dignidad y nos quiere hacer vivir mirando siempre a lo alto, para que tengamos metas altas en nuestra vida, para que busquemos siempre lo que nos dignifica y nos engrandece.
Hoy el evangelio nos habla de la presencia de Jesús en la otra orilla del lago, en la región de los gerasenos. No eran propiamente judíos los habitantes de aquella región. Y allí Jesús cura a aquel hombre poseído de un espíritu inmundo, como se nos dice en el lenguaje del evangelio. Su locura era tal que era temido por todos que incluso pretendían atarle con cadenas, pero él con su fuerza se desataba y causaba el terror de aquellas gentes. Y Jesús lo cura, le libera de esas ataduras que atenazaban su espíritu. Nos habla el evangelio de aquella legión de demonios que se metió en la piara de cerdos que se tiraron acantilado abajo para morir ahogados en el lago.
Cuando las gentes del lugar llegan y contemplan al que había sido endemoniado ya curado y pacífico sentado a un lado, sin embargo le piden a Jesús que se marche a otro lugar. Sus intereses económicos se habían venido abajo con los cerdos despeñados por el precipicio. Parece que querían más seguir con las locuras del endemoniado con tal de no perder en sus ganancias materiales. Se les ofrecía una vida nueva de libertad alejando temores y miedos pero preferían seguir con sus anteriores dependencias.
¿Se parecerá algo de todo esto con esas posturas nuestras donde seguimos con nuestras ataduras y dependencias en lugar de buscar la libertad verdadera que nos ofrece Jesús? Son cosas que nos darían que pensar.

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