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domingo, 2 de febrero de 2020

Como los ancianos Simeón y Ana, como María de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo signo y testimonio de evangelio




Como los ancianos Simeón y Ana, como María de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo signo y testimonio de evangelio

Malaquías 3, 1-4; Sal 23; hebreos 2, 14-18; Lucas 2, 22-40
Hoy hace cuarenta días que celebrábamos el nacimiento de Jesús. La liturgia en esta ocasión sigue fielmente los acontecimientos de forma cronológica nos recuerda hoy y celebramos algo que prescribía la ley del Señor para el pueblo de Israel. Todo primogénito varón había de ser presentado al Señor a los cuarenta días de su nacimiento. Es lo que hoy celebramos, la Presentación de Jesús en el templo.
Como nos dirá la carta a los Hebreos Jesús al entrar en el mundo exclamó con aquellas palabras ya preanunciadas en la Escritura, ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’. Significativamente hoy lo contemplamos cuando los padres de Jesús a los cuarenta días de su nacimiento llevaron a Jesús al templo para su presentación al Señor. Podríamos decir de alguna manera que es el inicio de la ofrenda de quien venia para hacer la voluntad del Padre – ‘no se haga lo que yo quiero sino tu voluntad’, exclamaría Jesús en Getsemaní y en el momento supremo de la cruz pone su vida en las manos del Padre ‘en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Es un camino que se nos señala. Es la ofrenda de nuestra vida cuando dejamos que la fe envuelva la totalidad de nuestra vida. Por algo nos enseñaría Jesús que aquello que ha de ser como meta de nuestra vida y ha de estar presente siempre en nuestro vivir y en nuestro actuar lo convirtiéramos en oracion que repetiríamos cada día. ‘Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’. Su alimento era hacer la voluntad del Padre y así se siente enviado del Padre para hacer lo que El quiere. ¿Será así también en nosotros el ‘sí’ que le damos a Dios con la obediencia de nuestra fe?
El evangelio nos habla hoy de que en el momento en que sus padres llegaron al templo para hacer la ofrenda les salió al paso, primero el anciano Simeón, y luego la profetisa Ana. Aquel anciano no es un sacerdote al servicio del templo y del culto al Señor, era simplemente alguien que esperaba la consolación del pueblo de Israel. Allí estaba lleno de esperanza porque sabía que sus ojos no se cerrarían sin ver el cumplimiento de las promesas anunciadas. Y aquel anciano canta lleno de alegría porque sus ojos han podido contemplar al que era presentado como la luz de las naciones y la gloria del pueblo de Israel. Pero señala también cómo será signo de contradicción para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones.  ‘El que no está conmigo está contra mí’, diría Jesús porque ante El siempre hemos de hacer una opción clara y decisiva para posicionarnos de forma rotunda en lo que es la voluntad de Dios.
La anciana profetisa también se ha posicionado porque si en silencio había estado muchos años sirviendo a Dios en el servicio del templo de forma callada, ahora a aquella mujer se le soltaría la lengua no solo para cantar las alabanzas del Señor sino para contar a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel el cumplimiento de las promesas mesiánicas en aquel niño que ahora era presentado al Señor en el templo.
Ante Jesús no podemos callar; ante Jesús nos tenemos que decantar; desde el encuentro con Jesús siempre nos tenemos que convertir en misioneros que anuncien con valentía la Buena Noticia de nuestra salvación. Tenemos que decir que esta fiesta que hoy estamos celebrando no es para quedarnos estáticos contemplando las maravillas del Señor sino para ponernos en camino. Aquellos ancianos vinieron al encuentro de aquellos padres que llevaban un niño en sus brazos como tantos otros que en aquellos momentos hacían la misma entrada en el templo del Señor. Pero pronto aquellos ancianos se dieron la vuelta con Jesús en sus brazos para convertirse en anuncio jubiloso de buena noticia para todos los que allí entonces estaban.
Venimos al encuentro del Señor en nuestra celebración porque queremos cantar las alabanzas del Señor, pero cuando termina la celebración nos sentimos enviados ‘ite, misa est’, se nos decía en latín en el viejo ritual, y aunque se han suavizado las palabras en la traducción en un ‘podeis ir en paz’, sin embargo tiene ese sentido de imperativo, de mandato, porque tenemos que salir, porque tenemos que ponernos en camino, porque tenemos que ir a llevar la buena noticia a los demás.
Hoy estamos hablando mucho de una iglesia misionera, de una iglesia en salida, de un ir a la otra orilla para saber llegar a las periferias de nuestro mundo haciendo el anuncio. Nuestra Iglesia Diocesana de Tenerife celebrando este segundo centenario de su creación así quiere sentirse porque tiene que ir al mundo que le rodea llevando el anuncio del evangelio. Pero aun más podemos decir, porque en este día en nuestra Diócesis celebramos a nuestra Señora de Candelaria, nuestra patrona general de las Islas Canarias.
Ella fue la primera misionera, en su imagen encontrada en las playas de Chimisay, para los habitantes de nuestras islas que la llamaban la Chaxiraxi, la madre del Sol. Fue el primer signo cristiano que llego a nuestras tierras antes de que los misioneros pusieran pie en ella. Cuando hoy nosotros la celebramos queremos coger el testigo de sus manos, y el testigo es esa luz significada en esa candela que porta en una mano, mientras al brazo lleva a su Hijo Jesús. 
Cojamos esa candela, ese testigo, esa luz y no olvidemos que tenemos que ser testigos, que tenemos que llevar esa luz, que tenemos que anunciar a todos los hombres de nuestra tierra el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio. Como los ancianos Simeón y Ana, como Maria de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo nosotros signo y testimonio del evangelio de Jesús.

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