Como
los ancianos Simeón y Ana, como María de Candelaria, elevemos nuestras voces,
llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo signo y testimonio de
evangelio
Malaquías 3, 1-4; Sal 23; hebreos 2, 14-18;
Lucas 2, 22-40
Hoy hace cuarenta días que celebrábamos
el nacimiento de Jesús. La liturgia en esta ocasión sigue fielmente los
acontecimientos de forma cronológica nos recuerda hoy y celebramos algo que
prescribía la ley del Señor para el pueblo de Israel. Todo primogénito varón
había de ser presentado al Señor a los cuarenta días de su nacimiento. Es lo
que hoy celebramos, la Presentación de Jesús en el templo.
Como nos dirá la carta a los Hebreos Jesús
al entrar en el mundo exclamó con aquellas palabras ya preanunciadas en la
Escritura, ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’. Significativamente
hoy lo contemplamos cuando los padres de Jesús a los cuarenta días de su
nacimiento llevaron a Jesús al templo para su presentación al Señor. Podríamos
decir de alguna manera que es el inicio de la ofrenda de quien venia para hacer
la voluntad del Padre – ‘no se haga lo que yo quiero sino tu voluntad’,
exclamaría Jesús en Getsemaní y en el momento supremo de la cruz pone su vida
en las manos del Padre ‘en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Es un camino que se nos señala. Es la
ofrenda de nuestra vida cuando dejamos que la fe envuelva la totalidad de
nuestra vida. Por algo nos enseñaría Jesús que aquello que ha de ser como meta
de nuestra vida y ha de estar presente siempre en nuestro vivir y en nuestro
actuar lo convirtiéramos en oracion que repetiríamos cada día. ‘Hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo’. Su alimento era hacer la
voluntad del Padre y así se siente enviado del Padre para hacer lo que El
quiere. ¿Será así también en nosotros el ‘sí’ que le damos a Dios con la
obediencia de nuestra fe?
El evangelio nos habla hoy de que en el
momento en que sus padres llegaron al templo para hacer la ofrenda les salió al
paso, primero el anciano Simeón, y luego la profetisa Ana. Aquel anciano no es
un sacerdote al servicio del templo y del culto al Señor, era simplemente
alguien que esperaba la consolación del pueblo de Israel. Allí estaba
lleno de esperanza porque sabía que sus ojos no se cerrarían sin ver el
cumplimiento de las promesas anunciadas. Y aquel anciano canta lleno de alegría
porque sus ojos han podido contemplar al que era presentado como la luz de
las naciones y la gloria del pueblo de Israel. Pero señala también cómo
será signo de contradicción para que se pongan de manifiesto los pensamientos
de muchos corazones. ‘El que no está
conmigo está contra mí’, diría Jesús porque ante El siempre hemos de hacer
una opción clara y decisiva para posicionarnos de forma rotunda en lo que es la
voluntad de Dios.
La anciana profetisa también se ha
posicionado porque si en silencio había estado muchos años sirviendo a Dios en
el servicio del templo de forma callada, ahora a aquella mujer se le soltaría
la lengua no solo para cantar las alabanzas del Señor sino para contar a
todos los que aguardaban la futura liberación de Israel el cumplimiento de
las promesas mesiánicas en aquel niño que ahora era presentado al Señor en el
templo.
Ante Jesús no podemos callar; ante Jesús
nos tenemos que decantar; desde el encuentro con Jesús siempre nos tenemos que
convertir en misioneros que anuncien con valentía la Buena Noticia de nuestra salvación.
Tenemos que decir que esta fiesta que hoy estamos celebrando no es para
quedarnos estáticos contemplando las maravillas del Señor sino para ponernos en
camino. Aquellos ancianos vinieron al encuentro de aquellos padres que llevaban
un niño en sus brazos como tantos otros que en aquellos momentos hacían la
misma entrada en el templo del Señor. Pero pronto aquellos ancianos se dieron
la vuelta con Jesús en sus brazos para convertirse en anuncio jubiloso de buena
noticia para todos los que allí entonces estaban.
Venimos al encuentro del Señor en
nuestra celebración porque queremos cantar las alabanzas del Señor, pero cuando
termina la celebración nos sentimos enviados ‘ite, misa est’, se nos decía
en latín en el viejo ritual, y aunque se han suavizado las palabras en la
traducción en un ‘podeis ir en paz’, sin embargo tiene ese sentido de
imperativo, de mandato, porque tenemos que salir, porque tenemos que ponernos
en camino, porque tenemos que ir a llevar la buena noticia a los demás.
Hoy estamos hablando mucho de una
iglesia misionera, de una iglesia en salida, de un ir a la otra orilla para
saber llegar a las periferias de nuestro mundo haciendo el anuncio. Nuestra
Iglesia Diocesana de Tenerife celebrando este segundo centenario de su creación
así quiere sentirse porque tiene que ir al mundo que le rodea llevando el
anuncio del evangelio. Pero aun más podemos decir, porque en este día en
nuestra Diócesis celebramos a nuestra Señora de Candelaria, nuestra patrona
general de las Islas Canarias.
Ella fue la primera misionera, en su
imagen encontrada en las playas de Chimisay, para los habitantes de nuestras
islas que la llamaban la Chaxiraxi, la madre del Sol. Fue el primer signo
cristiano que llego a nuestras tierras antes de que los misioneros pusieran pie
en ella. Cuando hoy nosotros la celebramos queremos coger el testigo de sus
manos, y el testigo es esa luz significada en esa candela que porta en una mano,
mientras al brazo lleva a su Hijo Jesús.
Cojamos esa candela, ese testigo, esa
luz y no olvidemos que tenemos que ser testigos, que tenemos que llevar esa
luz, que tenemos que anunciar a todos los hombres de nuestra tierra el mensaje
de Jesús, el mensaje del Evangelio. Como los ancianos Simeón y Ana, como Maria
de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida
el testigo siendo nosotros signo y testimonio del evangelio de Jesús.
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