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domingo, 14 de abril de 2013


Una nueva experiencia de Cristo resucitado para crecer en el amor

Hechos, 5, 27-32.40-41; Apoc. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19
Una nueva experiencia de Cristo resucitado. Para los apóstoles y para nosotros que queremos seguir viviendo con intensidad la pascua. Cada experiencia pascual supone un aumento de fe, de amor, de esperanza. Así queremos vivirlo. Así queremos enriquecernos con la presencia del Señor. El evangelista dice que ‘fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos’. Las otras dos apariciones que nos narra Juan las escuchamos el pasado domingo.
Ahora están en Galilea. En la aparición a las mujeres que habían ido de mañana al sepulcro para embalsamar su cuerpo Jesús les había dicho: ‘Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán’. Han vuelto los discípulos a donde habían comenzado sus encuentros con Jesús y donde un día lo habían dejado todo para seguirle. Cuántos recuerdos y cuántas experiencias. Pero ahora se han vuelto de nuevo a la pesca.
Aunque han experimentado ya su presencia y la alegría del encuentro con El en las apariciones en el Cenáculo, les pasaría como nos pasa a nosotros tantas veces que fácilmente nos desalentamos porque se nos enfría el espíritu. La experiencia de la muerte de Jesús había sido muy dura para ellos y aunque ya se les había aparecido ahora todo parecía distinto, porque físicamente no siempre estaba con ellos y tenían que aprender a descubrirlo y verlo de una manera nueva. Fácilmente el corazón se les llenaba de tinieblas y de noche y parecía que ahora las cosas no les salían.
‘Me voy a pescar’, dice Pedro. ‘Vamos también nosotros contigo’, dicen también los otros. Pero ‘aquella noche no cogieron nada’. Volvían los recuerdos y se revivían muchas cosas; a veces parecía que la tristeza se les metía en alma como si fueran tinieblas y se les cegaban los ojos y la mente y el corazón.
Cuántas veces nos pasa en nuestros caminos de fe; nos asaltan las dudas, nos parece imposible eso de creer, nos sentimos arrastrados a la vuelta a las cosas de antes que ya un día habiamos querido dejar, el mar de la vida nos zarandea de muchas maneras, pareciera que hay vientos contrarios que no nos dejan caminar, nos sentimos en ocasiones frustrados porque no siempre conseguimos lo que nos proponemos, perdemos la ilusión y se nos apaga la esperanza, nos parece que andamos solos, sentimos ausencias que quizá nos hacen daño en el alma.
Y ahora un extraño - no lo reconcen - desde la orilla encima pregunta si han cogido algo y tienen pescado. No habían cogido nada. Pero aquel que les parece extraño les dice que a la derecha de la barca hay peces, que echen allí la red. Quizá pensarían para sus adentros ¡qué sabrá ese si nosotros hemos estado aquí toda la noche dando vueltas! Pero aunque sus orgullos pudieran verse abatidos, sin embargo le hacen caso, se dejan guiar, y echan la red por donde se les dice. ‘No tenían fuerzas para sacarla por la multitud de peces’.
Pero alguien tiene una mirada distinta, o es que el amor que ha sentido cerca de su corazón le hace despertar, y ‘aquel a quien Jesús tanto quería le dice a Pedro: ¡Es el Señor!’ Bastó esa palabra para que Pedro reaccionara y quizá se diera cuenta de algo que estaba también sintiendo en su corazón pero hasta entonces no había aprendido a leerlo. ‘Se ató la túnica y se echó al agua’. Algo comenzaba a cambiar en ellos.
Cuando se dejaron guiar comenzaron a reconocer a Jesús. Hasta entonces había sido de noche pero ahora comenzaba a amanecer, no solo porque la claridad del día asomaba por el horizonte, sino porque sus corazones se estaban llenando de nuevo de luz. ¡Qué bello amanecer en la orilla del mar de Galilea!
Donde está Jesús empieza a brillar con fuerza la luz, huyen los miedos que antes nos agarrotaban el alma, se siente de nuevo la paz en el corazón, no se siente ya nunca frío ni soledad, se acaban para siempre las frustaciones y las cobardias, brota de nuevo el amor y la amistad, la vida se llena de ilusión y de esperanza, florece el invierno en una nueva primavera, no faltarán los peces y el pan que nos alimenten en el camino.
‘Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces’. Llegaron hasta Jesús y ya Jesús les tenía preparado el almuerzo. ‘Al saltar a tierra, ven unas brazas con un pescado puesto encima y pan’. Jesús queriendo siempre alimentar nuestra fe y nuestro amor.
Estaban aprendiendo a reconocer a Jesús; estaban aprendiendo a poner amor en el corazón par tener unos ojos claros para tener una nueva mirada y ver todo con un nuevo resplandor; estaban aprendiendo a dejarse guiar de verdad y sin poner condiciones ni obstáculos; estaban aprendiendo también a llevar la barca repleta de peces, la barca de la Iglesia que tendrían que conducir en el nombre de Jesús. No hacía falta ya preguntar quien era. ‘Ninguno de los discípulos se atrevia a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor’.
San Juan de la Cruz meditando el evangelio nos dejó una frase lapidaria que muchas veces nos ha ayudado a pensar: ‘al atardecer de la vida seremos examinados de amor’. Esta vez el examen fue por la mañana, pero siempre el Señor nos está preguntando por nuestro amor. Es un examen por el que tendríamos que pasar muchas veces por si acaso se nos debilite o se nos enfrie.
Es lo que ahora hace Jesús con Pedro y tres veces le preguntará por su amor. ‘Simon, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ La respuesta de Pedro está pronto como siempre estuvo pronto para responder a las preguntas del Señor. En otra ocasión será sobre su fe y hará una proclamación bien hermosa. En otro  momento será Pedro quien porfíe con Jesús prometiendo que le seguiría a donde quiera que fuese, aunque luego pronto llegara la negación. Ahora Jesús le pregunta por el amor no una sino hasta tres veces, de manera que Pedro ya no sabe cómo responderle y le dirá ‘Señor, tú conoces todo, tú sabes que te amo’.
Al preguntarle sobre el amor le está preguntando sobre Dios, que es Amor. Le pregunta sobre los hermanos que son su misma presencia. Le pregunta sobre la comunidad que es comunión de amor. Le pregunta por su amor porque le va a confiar una misión prometida. ‘Tú eres piedra y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia’, le dijo un día tras la confesión de fe, y ahora tras la protesta del amor le va a confiar el cuidado de los hermanos. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le dirá Jesús porque ha de mantenerse firme en esa fe y en ese amor para poder confirmar en esa fe y en ese amor a los hermanos en la misión que le confía.
¿Qué le responderemos nosotros al hacernos esa pregunta? Sí, Señor, tú sabes que te amo, porque eres mi Dios y mi Señor, porque eres mi Salvador; tú sabes que te amo y que te amo en mis hermanos, a todos quiero amar, a los pequeños y a los pobres, a los enfermos y a los marginados; te amo, Señor, pero que no se me cieguen los ojos para saberte descubrir porque vienes a mi en el pequeño y en el pobre, en el enfermo y en el que está solo, en el que me puede parecer repugnante o aquel que no me cae en gracia.
Señor, tú sabes que te amo, pero dame de tu amor, repártenos tu pan para que aprendamos a amar, para que aprendamos y tengamos fuerza para reconocerte en los hermanos, para que seamos capaces de amarte siempre y en todos con los que nos vamos cruzando en el camino. Señor, yo te amo, pero haz crecer cada vez más mi amor incendiándolo en el fuego de tu amor.

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