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viernes, 19 de abril de 2013


En el camino de Damasco un encuentro, una conversión y una vocación

Hechos, 9, 1-20; Sal. 116; Jn. 6, 3-60
En la lectura continuada que venimos haciendo de los Hechos de los Apóstoles en este tiempo de Pascua hemos escuchado el anuncio valiente que los Apóstoles hacían de Jesús resucitado y cómo poco a poco se va constituyendo la Iglesia porque nos narra cómo se iban agregando muchos a la fe y al camino de Jesús y se iba formando la comunidad con ejemplos admirables de comunión que se daban en medio de ellos.
Pero hemos contemplado también las dificultades y persecuciones que iban sufriendo quienes creían en el nombre de Jesús como nuestro único Salvador, o bien los prohibían las autoridades hablar del nombre de Jesús, los metían en la cárcel o como escuchamos hace unos días el martirio de Esteban que fue llevado ante el tribunal y luego apedreado. Eso originó, por otra parte la expansión de la Iglesia, pues aquellos que marchaban de Jerusalén llevaban el mensaje de Jesús a otros lugares.
Hoy contemplamos cómo Saulo, aquel joven que aprobaba la lapidación de Esteban y a cuyos pies habían puesto sus vestiduras los que habían participado en aquel crimen, ahora con cartas del Sumo Sacerdote para las sinagogas de Damasco allí se dirigía ‘para traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres’.
Pero los caminos de Dios son otros y El nos sale al encuentro de muchas maneras en la vida. Es lo que le sucedió a Saulo y nos narra el texto que hoy hemos escuchado. Contemplamos un encuentro, una llamada y una conversión que concluirá con una misión. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer’.
Saulo luchaba contra Jesús pero no se había encontrado con El. Pero es el Señor el que viene a su encuentro. Bastó una palabra para que Saulo se llenara de Luz, de tanta luz que en principio se quedó ciego. ‘Se levantó del suelo y aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco’.
‘¿Quién eres, Señor?’ pregunta Saulo. Y comenzó su búsqueda. Ahora aquel hombre impetuoso que luego le veremos recorrer el mundo, ahora lo vemos que se deja conducir. Lo llevan de la mano. Era la mano del Señor que lo llamaba. Era el Espíritu de Jesús resucitado con quien se había encontrado quien lo estaba conduciendo a la luz. Pondrá el Señor en el camino de Pablo quien venga a él en el nombre de Jesús para hacerle encontrarse con la luz y pudiera abrir bien sus ojos.
‘Había en Damasco un discípulo que se llamaba Ananías’. Fue con quien quiso contar el Señor. ‘Ve a la calle Mayor y pregunta por un tal Saulo de Tarso… Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus fieles en Jerusalén… Anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes’. Y Ananías se dejó conducir por el Señor y cumplió con todo  lo que le pedía el Señor.
El encuentro de Saulo con Jesús que le salía al paso en el camino de Damasco provocó la conversión del corazón. Ya comienza llamándole ‘Señor’. Pero allí está una vocación, una llamada, porque es el Señor el que lo ha elegido, lo ha llamado, le ha salido al encuentro en aquel camino de muerte que Saulo iba recorriendo. A los pescadores de Galilea o a Leví que estaba sentado en su garita, Jesús les dice ‘venid conmigo… os haré pescadores de hombres’. A Saulo le sale al encuentro y le dice que entre en la ciudad que allí le dirán lo que tiene que hacer. Es que el Señor lo había elegido, ‘instrumento elegido, para dar a conocer su nombre a pueblos y reyes’.
Lo ha elegido porque tiene una misión que confiarle. No importa lo que hasta entonces había sido. Lo importante es la llamada del Señor y la respuesta que dará Saulo. A Pedro le mantuvo en la misión que le había anunciado a pesar de que lo había negado hasta tres veces. Y es que el Señor confía en el hombre y le da fuerzas, le dará su gracia para la misión que le haya encomendado.
Somos una piedra preciosa en las manos del Señor que El ya irá tallando y purificando a lo largo de la vida, como se limpia y se talla el bello diamante que puede parecer en principio un simple trozo de carbón, o como purifica el oro para quitarle todas las escorias que podrían ensombrecer su brillo. Así nos irá purificando el Señor porque muchas son las escorias que hay en nuestra vida, pero el Señor sigue amándonos y confiando en nosotros. Cada uno puede ir recordando la historia de su vida en la que de tantas maneras se ha manifestado el amor del Señor y la confianza que desde su amor sigue poniendo en nosotros.
Qué hermoso es el amor del Señor que nos llama una y otra vez para que sigamos sus pasos y realicemos su misión. Ojalá nos dejemos encontrar por su luz.

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