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miércoles, 6 de enero de 2016

Como la estrella que aparece en lo alto los cristianos hemos de ser señales de un nuevo amanecer de luz y de vida que trae para nuestro mundo Jesús

Como la estrella que aparece en lo alto los cristianos hemos de ser señales de un nuevo amanecer de luz y de vida que trae para nuestro mundo Jesús

Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-6; Mt. 2, 1-12
Hoy nos es difícil entender al peregrino que camina en la oscuridad de la noche sin ninguna luz que le ilumine y le abra caminos y la alegría que siente con la aurora del amanecer que comienza a brillar e iluminará sus pasos para encontrar camino. Digo que nos es difícil porque muchos modos de luz tenemos que nos libren de la oscuridad en nuestros caminos. Aunque esto puede ser un signo también de las falsas luces, luces de artificio, que nos puedan confundir en la vida. Todo esto es como una gran imagen de lo que son los caminos de nuestra vida.
‘Levántate, Jerusalén, que llega tu luz… amanece sobre ti… sobre ti amanecerá el Señor, si gloria aparecerá sobre ti y caminarán los pueblos a tu luz… al resplandor de tu aurora…’
Es el anuncio profético que hoy hemos escuchado, de la luz que amanece en medio de la oscuridad. Es la imagen de la estrella que aparece en el cielo y sirve de señal a los Magos de Oriente para anunciarles el nacimiento del Salvador esperado y deseado de las naciones. Es lo que escuchamos en el evangelio en este día.
‘¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?’ llegan preguntando a Jerusalén. Tras el revuelo que se monta con su presencia y sus preguntas, las llamadas al palacio del rey Herodes, las consultas a las Escrituras, las dudas y la maldad de Herodes que quieren conducir al engaño, los Magos se ponen en camino y aparece de nuevo la estrella que los conducirá a Belén como les habían señalado los que consultaron las Escrituras, allí donde encontrarán al Niño con María, su madre.
Una luz que aparece en el cielo como señal; un ponerse en camino guiados por esa luz; una escucha interior que les hace escuchar la voz de Dios que les guía; un dejarse conducir por aquellos que ha puesto Dios para interpretar las señales y las Escrituras; un encuentro con Jesús al que en verdad van a reconocer como el Señor; y, ¿por qué no?, la presencia de María en cuyos brazos está el Niño.
¿Será un itinerario de fe? ¿será también el camino que nosotros hemos de aprender a recorrer, necesitamos recorrer? ¿una búsqueda de señales de Dios para nosotros ahí en el recorrido de la vida que hacemos cada día? ¿será una búsqueda de la verdadera luz para que nada ni nadie nos engañe?
También necesitamos mirar a lo alto o a lo más profundo de nosotros mismos para encontrar esas señales; necesitamos mirar en nuestro entorno para saber leer también las señales que Dios va poniendo junto a nosotros, aunque nos parezca que no encontramos sino desiertos. En esos desiertos de increencia y de materialismo que podemos ver en una primera mirada quizá también haya unas señales, unas llamadas que nos está haciendo Dios porque quiere algo de nosotros. Cada uno ha de saber descubrir el brillo de esa luz para él, porque a cada uno nos pide el Señor algo, nos pide alguna cosa. La luz de Dios no deja de brillar, El no deja de poner señales que son llamadas a nuestro lado, pero no podemos confundirnos, hemos de saber descubrirlas.
Son señales, como la estrella para aquellos Magos, para que nos pongamos en camino. Un camino de búsqueda más profunda para escuchar esa voz de Dios que nos habla en los signos de los tiempos y nos habla en las Escrituras. Un camino en que también con humildad hemos de saber dejarnos guiar para encontrar el camino cierto; Dios va poniendo a nuestro lado personas que pueden ser signos para nosotros, que nos pueden decir una palabra acertada, que nos pueden ayudar a hacer una buena interpretación de esas señales de Dios.
Señales para ponernos nosotros en camino siendo conscientes de que nuestras vidas pueden ser señales para los demás. En ese desierto de nuestro mundo, en esas oscuridades en las que estamos inmersos, los que creemos en Jesús tenemos que ser estrellas que ayuden a los demás a encontrar el camino de la luz verdadera.
Ni podemos dejarnos engañar nosotros - como lo hicieron los magos ante los intentos de Herodes porque luego se fueron por otro camino - ni podemos permitir que los demás se engañen con falsas luces. Tenemos que resplandecer con la verdadera luz de Jesús. Y hay luces que nos engañan, cosas que nos distraen, amaños interesados en tantos que nos quieren llamar la atención para que nos fijemos en lo que no es fundamental y olvidemos lo esencial de la Epifanía que estamos celebrando.
Que tristes los amaños interesados que estamos viendo estos días con tantas diatribas que se montan y nos hacen desviar la atención del que verdaderamente tiene que estar en el centro de esta fiesta. No son los magos ni los regalos - esos son luces de colores podríamos decir - los importantes. ¿A quien iban buscando aquellos Magos de Oriente de los que nos habla el evangelio y que son la verdadera motivación de esta fiesta? Buscaban al ‘recién nacido rey de los judíos’, buscaban al que venía como Salvador del mundo, y que fue el que encontraron en brazos de María en Belén y al que reconocieron en su adoración.
En medio del barullo con que vivimos la fiesta de los Reyes Magos ¿a quien le interesa ese Niño al que aquellos Magos buscan? ¿quién se preocupa de buscar a Jesús en el centro de todo para poder adorarlo como nuestro Dios y Señor?
Es la fiesta de la Epifanía del Señor, de la manifestación de Jesús como el Señor. No queremos mermar la ilusión de los pequeños y de los no tan pequeños por esas manifestaciones de cariño que son nuestros intercambios de regalos; tenemos que preservarlo no convirtiéndolo en puro materialismo y consumismo. Pero pensemos en el regalo que Dios nos ha hecho cuando nos ha dado a Jesús. Es de lo que hemos de ser signos para los demás para que se manifieste la verdad del evangelio para nuestro mundo.
Necesitamos esa luz de Cristo que nos dé nueva esperanza. Pongamos señales de ello con nuestra manera de vivir, con el cariño que mutuamente todos nos tengamos, con esa verdadera paz que busquemos, también con la denuncia de tantas falsedades e hipocresías que se viven hoy en nuestra sociedad, para que en verdad entre todos hagamos un mundo mejor. Así todos podremos sentir la alegría de esa nueva luz que amanece sobre nuestro mundo. La Iglesia toda ha de ser signo de ello.


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