Es la hora de la contemplación y de la bendición porque en Cristo hemos sido bendecidos haciéndonos sus hijos y llevándonos a la vida en plenitud
Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal 147; Efesios 1, 3-6. 15-18;
Juan 1, 1-18
‘Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales…’ Así tenemos que comenzar nuestra
reflexión y nuestro comentario, con estas palabras de la carta a los Efesios.
Bendecimos a Dios; lo hacemos cada día con nuestra
oración, al menos así tendríamos que comenzar siempre, bendiciendo a Dios,
aunque vayamos siempre más preocupados por lo que queremos pedirle. Es lo que
son siempre nuestras celebraciones, bendición y alabanza. Es lo que con
intensidad han tenido que ser todas estas fiestas de Navidad que venimos
celebrando. ‘Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo…’
Y bendecimos a Dios que nos ha bendecido en Cristo. Sí,
Cristo Jesús es la bendición de Dios para con nosotros. Estos días - en
concreto con la primera lectura del primero de enero - le hemos pedido a Dios
que vuelva su rostro sobre nosotros y nos bendiga. Ya lo ha hecho. Jesús es la
bendición de Dios para nosotros porque con El nos llega toda gracia.
Nos ha bendecido en Cristo y se nos ha revelado. Como
nos decía al final el evangelio de hoy ‘A
Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer’. O como se nos dirá en otro momento ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel
a quien El se lo quiera revelar’. Es Jesús la revelación de Dios, la
Palabra eterna de Dios que estaba en Dios y que se nos vino a manifestar.
Recordemos todo lo que hemos escuchado en este principio del evangelio de Juan.
Es Palabra que se nos revela, nos ilumina, nos llena de vida. ‘En la Palabra había vida, y la vida era la
luz de los hombres’.
Nos ha bendecido en Cristo y nos ha elegido y nos ha
llamado. Desde siempre, desde toda la eternidad, Dios pensó en nosotros pero en
Cristo. ‘Desde antes de la creación del
mundo…’, como nos dice la carta a los Efesios. Y nos eligió para hacernos
sus hijos. A eso estábamos predestinados; esa era la voluntad del Padre, aunque
nosotros no hubiéramos correspondido. Nos envió a su Hijo pero para hacernos a
nosotros hijos; el Hijo de Dios se encarnó en nuestra carne pero para
levantarnos y poder llamarnos a nosotros hijos también. Es la gran vocación,
ser hijos de Dios. Para eso en Cristo nos ha llamado el Padre.
Nos ha bendecido en Cristo y el Hijo de Dios se hizo carne,
se hizo hombre. Es la Palabra de Dios que se hizo carne, plantó su tienda entre
nosotros, se hace Dios con nosotros para siempre. ‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia
y de verdad’. Todo para que en nosotros hubiera vida, hubiera luz; todo
para que nos llenáramos de la sabiduría de Dios.
Nos ha bendecido en Cristo y la luz venció a las
tinieblas, y la vida triunfó sobre la muerte. Aunque las tinieblas rechazasen
la luz; ‘Al mundo vino, y en el mundo
estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció’.
Aunque los suyos le volvieran la espalda; ‘Vino
a su casa, y los suyos no la recibieron’. Pero ha venido para llenarnos de
su luz, para inundarnos de su vida. Por eso ‘a
cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su
nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano,
sino de Dios’. Comenzamos a ser hijos en el Hijo; no es por ningún poder
humano, no se debe a nuestros merecimientos; todo es gracia, es regalo de Dios,
es obra de Dios en nosotros por Cristo.
Nos ha bendecido en Cristo y nos hemos llenado de la
Sabiduría de Dios. Esa sabiduría que solo se revela a los pequeños y a los humildes.
Fueron los humildes pastores los primeros que conocieron el nacimiento del
Salvador; Jesús dará gracias a lo largo del evangelio porque el Padre se revela
a los pequeños y a los sencillos. Por eso, si nos hacemos pequeños, si nos
despojamos de nosotros mismos con nuestros orgullos y suficiencias, si abrimos
humildes nuestro corazón a Dios como lo hizo María, Dios se nos revelará, se
nos manifestará allá en lo más hondo de nosotros mismos; es más, plantará
también su tienda en nuestro corazón, como nos dirá Jesús más tarde que el
Padre y El vendrán y harán morada en nosotros.
Nos ha bendecido en Cristo y conocemos la gloria de
Dios. ‘La Palabra se hizo carne y acamó
entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del
Padre lleno de gracia y de verdad’. Porque nos ha llenado de su vida,
porque nos ha hecho resplandecer con su luz, porque nos ha llenado de la
plenitud de Dios. ‘Pues de su plenitud
todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por
medio de Jesucristo’.
Claro que tenemos que bendecir a Dios que así nos ha
bendecido en Cristo. Hoy es el domingo de la bendición y de la contemplación.
Sí, es también la hora de la contemplación humilde para descubrir todo el
misterio de Dios que se nos revela. Aquel niño que vimos nacer en Belén no es
simplemente un niño, es el Hijo de Dios, es la Palabra eterna del Padre, es la
Sabiduría de Dios que se hace humana, es la Luz verdadera que ilumina todo
hombre y es la Vida que nos llena de vida en plenitud, es el Emmanuel porque es
Dios con nosotros que recorre nuestro mismo camino y nos enseña a recorrer su
camino, pero es Dios con nosotros que en nosotros también quiere habitar
llenándonos de su Espíritu, llenándonos de su vida, haciéndonos caminar hacia
la plenitud de Dios.
¿Queremos más motivos para bendecir y alabar a Dios?
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