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viernes, 8 de enero de 2016

Jesús nos enseña a encontrar camino para nuestra vida desorientada y es al mismo tiempo el alimento, la fuerza para nuestro caminar

Jesús nos enseña a encontrar camino para nuestra vida desorientada y es al mismo tiempo el alimento, la fuerza para nuestro caminar

1Juan 4,7-10; Sal 71; Marcos 6,34-44

Al que está desorientado hay que ayudarle a encontrar el camino. Desorientado es el que ha perdido el norte, no sabe encontrar camino; es el que no sabe a donde ir porque además no sabe por qué está en camino; es el que anda sin rumbo, dando vueltas sobre si mismo, no sabe a donde ir ni que hacer; el que no tiene o no quiere aceptar quien le oriente o le señale caminos posibles; al que todo se le hace espejismos y se va detrás de una cosa u otra según sus visiones imaginarias; el que no sabe donde encontrar el alimento o donde pueda refugiarse.
Esta desorientación no se refiere solo al que se encuentra en un desierto o en la espesura de un bosque, o quizá en medio de una inmensa ciudad que no conoce. Es algo que nos afecta a nuestra vida más profunda, al sentido de nuestro existir. Necesitamos puntos de referencia para no perdernos, pero algo más que las miguitas de pan que pulgarcito iba dejando en el camino y que los pajarillos se comieron dejándolo en la misma desorientación. Necesitamos puntos seguros de apoyo para el encuentro o para no perder el sentido del camino. Necesitamos faros de luz que nos den el norte, poniendo verdaderas metas en nuestra vida, o estrellas brillantes bien altas en el firmamento de nuestra vida que nos hagan mirar hacia arriba para encontrar la orientación.
Hoy el evangelio nos dice que Jesús se encontró una inmensa multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor. Es la imagen de la multitud desorientada, que busca pero no sabe donde, que no ha encontrado el pastor. Pero allí está Jesús. Se puso a enseñarles, a abrir sus mentes a nuevos caminos, a enseñarles a mirar a lo alto, a encontrar esa luz y ese sentido de sus vidas, a encontrar la salud no solo de su cuerpo atormentado por enfermedades sino su espíritu débil y desorientado que se dejaba influir por toda clase de males.
Jesús enseñaba a las gentes y los curaba de toda clase de males. Jesús señalaba el camino pero liberaba de todas las ataduras que impidieran hacerlo. Jesús caminaba con ellos como faro de luz, pero al mismo tiempo los alimentaba, les daba las fuerzas que necesitaban.
Los discípulos andaban preocupados porque eran muchos, no tenían que comer y los cortijos donde pudieran encontrar comida estaban lejos y no podrían ofrecer lo suficiente para aquellas multitudes. Pero Jesús les está aclarando que es otro el alimento que necesitan. Es necesario que abran su espíritu, que abran sus corazones, que brote el amor y la solidaridad y comenzó a brotar en aquellos cinco panes y dos peces que un joven ofreció. Y aquello se convirtió en comida para todos.
Estamos desorientados, busquemos a Jesús que es nuestro camino, que es nuestra luz, que es nuestra fuerza y nuestra vida. Dejémonos encontrar por Jesús e iluminarnos con su luz y nuestro camino Serra distinto porque ya no andaremos perdidos, porque ya encontraremos ese sentido para nuestras vidas.

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