Jesús nos enseña a encontrar camino para nuestra vida desorientada y es al mismo tiempo el alimento, la fuerza para nuestro caminar
1Juan
4,7-10; Sal 71; Marcos 6,34-44
Al que está desorientado hay que ayudarle a encontrar
el camino. Desorientado es el que ha perdido el norte, no sabe encontrar
camino; es el que no sabe a donde ir porque además no sabe por qué está en
camino; es el que anda sin rumbo, dando vueltas sobre si mismo, no sabe a donde
ir ni que hacer; el que no tiene o no quiere aceptar quien le oriente o le
señale caminos posibles; al que todo se le hace espejismos y se va detrás de
una cosa u otra según sus visiones imaginarias; el que no sabe donde encontrar
el alimento o donde pueda refugiarse.
Esta desorientación no se refiere solo al que se
encuentra en un desierto o en la espesura de un bosque, o quizá en medio de una
inmensa ciudad que no conoce. Es algo que nos afecta a nuestra vida más
profunda, al sentido de nuestro existir. Necesitamos puntos de referencia para
no perdernos, pero algo más que las miguitas de pan que pulgarcito iba dejando
en el camino y que los pajarillos se comieron dejándolo en la misma
desorientación. Necesitamos puntos seguros de apoyo para el encuentro o para no
perder el sentido del camino. Necesitamos faros de luz que nos den el norte,
poniendo verdaderas metas en nuestra vida, o estrellas brillantes bien altas en
el firmamento de nuestra vida que nos hagan mirar hacia arriba para encontrar
la orientación.
Hoy el evangelio nos dice que Jesús se encontró una
inmensa multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin
pastor. Es la imagen de la multitud desorientada, que busca pero no sabe donde,
que no ha encontrado el pastor. Pero allí está Jesús. Se puso a enseñarles, a
abrir sus mentes a nuevos caminos, a enseñarles a mirar a lo alto, a encontrar
esa luz y ese sentido de sus vidas, a encontrar la salud no solo de su cuerpo
atormentado por enfermedades sino su espíritu débil y desorientado que se
dejaba influir por toda clase de males.
Jesús enseñaba a las gentes y los curaba de toda clase
de males. Jesús señalaba el camino pero liberaba de todas las ataduras que
impidieran hacerlo. Jesús caminaba con ellos como faro de luz, pero al mismo
tiempo los alimentaba, les daba las fuerzas que necesitaban.
Los discípulos andaban preocupados porque eran muchos,
no tenían que comer y los cortijos donde pudieran encontrar comida estaban
lejos y no podrían ofrecer lo suficiente para aquellas multitudes. Pero Jesús
les está aclarando que es otro el alimento que necesitan. Es necesario que
abran su espíritu, que abran sus corazones, que brote el amor y la solidaridad
y comenzó a brotar en aquellos cinco panes y dos peces que un joven ofreció. Y
aquello se convirtió en comida para todos.
Estamos desorientados, busquemos a Jesús que es nuestro
camino, que es nuestra luz, que es nuestra fuerza y nuestra vida. Dejémonos
encontrar por Jesús e iluminarnos con su luz y nuestro camino Serra distinto
porque ya no andaremos perdidos, porque ya encontraremos ese sentido para nuestras
vidas.
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