Que
suene la melodía de la gratitud y de la gratuidad, que se derramen chorros de
ternura de nuestro corazón generoso, que se llene el mundo de paz
Génesis 44, 18-21. 23b-29; 45, 1-5; Sal 104;
Mateo 10,7-15
Todo cuesta,
decimos; a todo queremos ponerle un valor, un valor que muchas veces lo
reducimos al valor material; enseguida cuantificamos lo que hemos hecho y
estamos contando con las ganancias que podamos obtener. Aunque algunos parece
que se lo merecen todo y no saben valorar ni agradecer lo que reciben los
demás, por la contra también nos encontramos los que no entienden que se pueda
hacer algo de manera gratuita, debido a ese mercantilismo del que hemos
envuelto la vida, de manera que de todo queremos sacar un rendimiento, una
ganancia, y poco es lo que se hace de forma gratuita.
Creo que un
paso necesario es saber valorar y agradecer lo que recibimos, incluso cuando
tengamos que abonar unas tasas por un trabajo hecho. Quien ha hecho algo por
nosotros, quien nos ha prestado un servicio, aunque entrara en sus
obligaciones, merece que le valoremos al menos con nuestro agradecimiento lo
que nos ha facilitado, lo que ha hecho por nosotros, aunque entrara, como
decíamos, en sus obligaciones, en las tareas que tenía que realizar en razón
del lugar que ocupa. Necesitamos que se oiga más la palabra gracias, porque
además entraríamos en la órbita de unas relaciones más humanas, porque el otro
también merece ese detalle de la gratitud que es valoración de lo que hace.
Seguramente
cuando aprendamos a decir gracias, cuando aprendamos a valorar lo que
recibimos, lo que los otros hacen, podríamos estar entrando en nosotros en otra
clave a la hora de hacer algo que pueda beneficiar a los demás. Seguramente
comenzaríamos a ser más desprendidos, comenzaríamos a dar más de nosotros
mismos de forma generosa a los demás. La generosidad de lo que recibimos nos
enseñaría a actuar con la misma generosidad en todo lo que hacemos; no estaríamos
en ese estadio tan mercantilista en que tantas veces nos movemos.
Es lo que
Jesús les está enseñando a los discípulos. Un día sintieron la llamada del
Señor y se fueron con Jesús. De aquel encuentro con Cristo mucho estaban
recibiendo, porque estaban comprendiendo y aprendiendo a vivir en los
parámetros del Reino de Dios que Jesús estaba anunciando. Ahora hemos visto que
Jesús los llama de manera especial para confiarles una misión. Aquella noticia
que ellos habían recibido un día y que les había movido a estar con Jesús ahora
han de llevarla a los demás. Habían ellos también de anunciar la llegada del
Reino de Dios, habían de realizar los signos y señales de que ese Reino de Dios se hacía presente en nuestro
mundo, porque eso reciben el poder de curar enfermedades, de expulsar demonios.
‘ld y proclamad que ha llegado el
reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos,
arrojad demonios’.
Pero hay algo muy importante que Jesús
les dice a continuación. ‘Gratis habéis recibido, darlo gratis’.
Importante reconocer el don de Dios en sus vidas, ese don de Dios que ellos ahora
habían de transmitir. Por eso les dice que su apoyo no está en medios humanos;
la fuerza del anuncio que habían de hacer estaba en si mismo, en el propio
anuncio, en el Reino de Dios que se estaba instituyendo.
Por eso les está pidiendo también ese
desprendimiento a la hora de caminar al encuentro con los demás para hacer ese
anuncio del Reino de los cielos. Ni bastones ni sandalias, ni túnicas de
repuesto ni dinero en la alforja, es importante la paz que lleven en su
corazón. Su vida se ha visto transformada desde el encuentro con Jesús y sus
corazones han comenzado a vibrar de distinta manera, porque es la melodía del
amor y de la paz lo que tiene que escucharse. No podemos llevar otros sonidos
en nuestra vida que distraigan de ese auténtico sonido de paz que han de
transmitir.
Bien nos vendría escuchar con toda
intensidad estas palabras de Jesús para que seamos esos testigos y misioneros
de la paz en medio del mundo que nos rodea. esa música no la podemos hacer
sonar apoyándonos en cosas, esa música sonará de verdad cuando haya auténtico
desprendimiento en nuestro corazón, cuando agradecidos reconozcamos cuanto de
Dios recibimos, y cuando derramemos sin medidas ni límites ese chorro de
ternura que brota de nuestro corazón lleno de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario