No
podemos quedarnos enredados, sino que comencemos a liberarnos de tantas cosas
que nos atan para escuchar el hoy de la
llamada de Jesús y ponernos en camino
Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24; Corintios 7,
29-31; Marcos 1, 14-20
Ya quisiéramos hacer las cosas ya desde
el mismo instante en que sentimos la inspiración de hacerlo. Algunas veces hay
que esperar que llegue su momento. No cogemos la fruta del árbol tan pronto la
vemos despuntar tras el proceso de la flor; tendremos que esperar a que esté en
su punto para poder tomarla, para poder saborearla y disfrutarla, pero cuando
llegue su momento no lo podemos dejar pasar, porque, como decimos, se nos pasa
la fruta y se nos vuelve inservible. Es el trabajo que vamos a hacer, es la
siembra que vamos a realizar, es el proyecto que podamos tener entre manos, es
lo que queremos emprender… todo tendrá su momento.
Pero hoy nos dice Jesús en el evangelio
que el momento ha llegado, se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de
Dios. Y hemos de emprender la tarea; y vendrá el momento de la conversión y de
la escucha, como el momento de la proclamación de la Palabra y de la elección
de aquellos primeros discípulos que se van a convertir en pescadores de
hombres. Es lo que nos describe el evangelio en este domingo en que estamos
retomando ya plenamente el tiempo ordinario y la lectura del evangelio de san
Marcos que será el que nos guíe en este ciclo.
Fue el comienzo de la predicación de
Jesús tal como nos lo presenta el inicio del evangelio de san Marcos, pero es también
la llamada que hoy nosotros seguimos escuchamos. Y digo hoy, no ayer, ni
mañana. Es en este hoy, en este tiempo, en que se cumple el plazo, como nos
dice Jesús, donde tenemos que escuchar para nuestra vida, para nuestro mundo
ese anuncio que es buena noticia, que eso significa evangelio. Una buena
noticia para el hoy de nuestra vida y de nuestro mundo. Es importante que lo
comprendamos.
¿Necesitamos en este mundo de hoy, en
nuestra vida, ese anuncio de Buena Noticia que Jesús nos está haciendo? Miremos
con sinceridad nuestra vida y tengamos de mirar con valentía la realidad de
nuestro mundo. Las buenas noticias tienen que despertar alegría en aquellos que
la reciben. ¿Será en verdad una alegría para nuestro mundo? Quizás vamos a
escuchar a muchos que nos dicen que no la necesitan; tienen sus alegrías y
tienen sus soluciones a la situación de nuestro mundo.
Pero seamos sinceros, quizás escuchamos
mucha música y muchos cantos y muchos gritos, que dicen que son gritos y
expresiones de alegría y de felicidad, pero quizás nos podemos dar cuenta de la
insatisfacción que reina realmente en los corazones, en los que esa música y
esos cánticos vienen a ser como panaceas, como sustitutos de lo que realmente
falta por dentro.
Porque el sufrimiento sigue marcando el
ritmo de muchas vidas, porque la paz no termina de reinar en nuestro mundo sino
que cada vez se ve más rota y echa añicos en tantas lugares del mundo donde
continuamente no dejan de aparecer nuevas guerras y nuevas violencias; hablamos
de un mundo de mayor justicia y autenticidad, pero sigue existiendo la maldad y
la mentira, seguimos envolviéndonos en gasas de fantasía y de vanidad.
Necesitamos una palabra que nos
despierte, que nos haga centrar de verdad nuestra vida en valores permanentes
que restablezcan la dignidad de la persona y que verdaderamente nos
engrandezcan; necesitamos que de verdad todos emprendamos esa tarea de hacer un
mundo nuevo, un mundo mejor, y de verdad nos sintamos comprometidos, alejando
de nosotros miedos y cobardías.
Jesús nos dice hoy que llega el tiempo,
que hemos de darle la vuelta a nuestro corazón para que encontremos lo que
verdaderamente va a engrandecer nuestra vida y hará nuestro mundo mejor. Nos
habla de la hora del Reino de Dios que llega, que tenemos que hacer presente,
hacer realidad en nuestra vida y en nuestro mundo. No podemos seguir
entretenidos en nuestras cosas en las que tanto nos afanamos. Jesús pasa, está
pasando junto a nosotros, como aquel día en el lago de Tiberíades con aquellos
pescadores, para invitarnos a seguirle, a ir con El, a hacer realidad ese Reino
de Dios en nuestro mundo.
No podemos quedarnos enredados, sino
que comencemos a liberarnos de tantas cosas que nos atan, nos cierran los oídos,
quieren hacer opacos nuestros ojos, para escuchar esa llamada de Jesús y
ponernos en camino. Como Simón y Andrés, como Santiago y Juan dejemos atrás
nuestras redes y nuestras barcas particulares, pongámonos en camino tras Jesús.
Y eso tiene que ser hoy y no mañana, ni nos podemos quedar en lo que en otro
tiempo se haya hecho, porque hoy nos ha dicho Jesús que se ha cumplido el
plazo.
¿Qué respuesta le vamos a dar?
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