Necesitamos
abrir la sintonía del evangelio para escuchar el grito de quienes gritan a
nuestro lado y detenernos en esas rutas ya tan demasiado marcadas
Sabiduría 6,2-12; Sal 81; Lucas 17,11-19
¿Alguna vez hemos tenido la experiencia
de que alguna persona se haya acercado a nosotros y nos haya pedido que
tengamos piedad de ella? No sé qué me podéis responder. Seguro que la
experiencia si la hemos tenido no haya sido muy agradable o placentera; es duro
tener enfrente de nosotros a alguien que se ve abrumado por problemas, por
necesidades, por enfermedades o carencias de algún tipo y que se sienta tan
hundido como para tener la humildad y la valentía de llegar a pedirnos socorro
de esa manera.
Pudiera sucedernos por otro lado que
nos hayamos insensibilizado tanto como que no haga mella en nosotros, nos
hagamos los oídos sordos, o no seamos capaces de ver la realidad. En este caso
si la situación es dura más duro se ha puesto nuestro corazón y necesitamos
despertar de alguna manera. Porque a nuestra puerta o a nuestro paso por la
calle nos encontramos tantas veces personas que nos tienden la mano, que nos
susurran quizá porque no se atreven a decirlo más alto, que nos miran con una
mirada que habla por si sola, y quizá, reconozcámoslo pasamos de la largo, no
queremos oír lo que nos puedan decir no porque su susurro sea tan débil sino
porque hemos cerrado inmisericordes los oídos.
Mientras iba escribiendo esta reflexión
me di cuenta que mi perrito estaba a mi lado echado en el sillón y dormido, al
menos con los ojos cerrados; se me ocurrió acercar mi mano a su hocico sin
llegar a tocarlo, pero ya antes de que mis dedos se acercaran abrió los ojos
para mirarme y ver qué hacía. Parecía dormido, pero su sensibilidad le hacía
sentir lo que pasaba a su lado y abrió los ojos. Y pensé, nosotros vamos con
los ojos abiertos por la vida, tendríamos que ver pero nuestra insensibilidad
es tal que no reaccionamos por grande que sea la cosa que está sucediendo
delante de nosotros. Ojos abiertos, pero dormidos. Despertemos. Creo que nos
vale este ejemplo.
Hoy el evangelio nos habla de la
sensibilidad de Jesús. Iba de camino, atravesaba Samaria, su meta era llegar a
Jerusalén seguramente para la fiesta de la pascua. Y al paso del camino, aunque
en la lejanía porque no se les permitía acercarse un grupo de diez leprosos
estaban con sus gritos pidiendo compasión. Jesús podía seguir de largo, porque
estaban lejos, porque su meta era solamente hacer el camino para llegar a
Jerusalén y nada debía detenerlo, pero Jesús se detuvo. Ya conocemos el resto y
muchas consideraciones nos hemos hecho en torno a este evangelio.
Me quiero quedar hoy en esta
consideración. Caminamos por la vida con nuestras metas, nuestras rutas,
nuestros objetivos, nuestros quehaceres y no queremos detenernos. Algunas veces
solo necesitamos escuchar, porque lo que el otro necesita es que lo escuchen,
pero nuestros oídos están cerrados, a nuestra vida le hemos puesto un cerco de
obligaciones, de ocupaciones, de rutas, de metas, de trabajos que ya no sabemos
detenernos. Quizá nos creemos muy responsables porque cumplimos muy bien con
todas esas obligaciones y cumplimos con nuestras rutas y nuestros objetivos.
Pero ¿no habrá que salirse de la ruta para ver esas miradas, para escuchar esos
gritos, para poner sensibilidad en nuestro corazón?
Creo que no es necesario decir mucho
más sino tener abierta la sintonía del evangelio.
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