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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Necesitamos abrir la sintonía del evangelio para escuchar el grito de quienes gritan a nuestro lado y detenernos en esas rutas ya tan demasiado marcadas




Necesitamos abrir la sintonía del evangelio para escuchar el grito de quienes gritan a nuestro lado y detenernos en esas rutas ya tan demasiado marcadas

Sabiduría 6,2-12; Sal 81; Lucas 17,11-19
¿Alguna vez hemos tenido la experiencia de que alguna persona se haya acercado a nosotros y nos haya pedido que tengamos piedad de ella? No sé qué me podéis responder. Seguro que la experiencia si la hemos tenido no haya sido muy agradable o placentera; es duro tener enfrente de nosotros a alguien que se ve abrumado por problemas, por necesidades, por enfermedades o carencias de algún tipo y que se sienta tan hundido como para tener la humildad y la valentía de llegar a pedirnos socorro de esa manera.
Pudiera sucedernos por otro lado que nos hayamos insensibilizado tanto como que no haga mella en nosotros, nos hagamos los oídos sordos, o no seamos capaces de ver la realidad. En este caso si la situación es dura más duro se ha puesto nuestro corazón y necesitamos despertar de alguna manera. Porque a nuestra puerta o a nuestro paso por la calle nos encontramos tantas veces personas que nos tienden la mano, que nos susurran quizá porque no se atreven a decirlo más alto, que nos miran con una mirada que habla por si sola, y quizá, reconozcámoslo pasamos de la largo, no queremos oír lo que nos puedan decir no porque su susurro sea tan débil sino porque hemos cerrado inmisericordes los oídos.
Mientras iba escribiendo esta reflexión me di cuenta que mi perrito estaba a mi lado echado en el sillón y dormido, al menos con los ojos cerrados; se me ocurrió acercar mi mano a su hocico sin llegar a tocarlo, pero ya antes de que mis dedos se acercaran abrió los ojos para mirarme y ver qué hacía. Parecía dormido, pero su sensibilidad le hacía sentir lo que pasaba a su lado y abrió los ojos. Y pensé, nosotros vamos con los ojos abiertos por la vida, tendríamos que ver pero nuestra insensibilidad es tal que no reaccionamos por grande que sea la cosa que está sucediendo delante de nosotros. Ojos abiertos, pero dormidos. Despertemos. Creo que nos vale este ejemplo.
Hoy el evangelio nos habla de la sensibilidad de Jesús. Iba de camino, atravesaba Samaria, su meta era llegar a Jerusalén seguramente para la fiesta de la pascua. Y al paso del camino, aunque en la lejanía porque no se les permitía acercarse un grupo de diez leprosos estaban con sus gritos pidiendo compasión. Jesús podía seguir de largo, porque estaban lejos, porque su meta era solamente hacer el camino para llegar a Jerusalén y nada debía detenerlo, pero Jesús se detuvo. Ya conocemos el resto y muchas consideraciones nos hemos hecho en torno a este evangelio.
Me quiero quedar hoy en esta consideración. Caminamos por la vida con nuestras metas, nuestras rutas, nuestros objetivos, nuestros quehaceres y no queremos detenernos. Algunas veces solo necesitamos escuchar, porque lo que el otro necesita es que lo escuchen, pero nuestros oídos están cerrados, a nuestra vida le hemos puesto un cerco de obligaciones, de ocupaciones, de rutas, de metas, de trabajos que ya no sabemos detenernos. Quizá nos creemos muy responsables porque cumplimos muy bien con todas esas obligaciones y cumplimos con nuestras rutas y nuestros objetivos. Pero ¿no habrá que salirse de la ruta para ver esas miradas, para escuchar esos gritos, para poner sensibilidad en nuestro corazón?
Creo que no es necesario decir mucho más sino tener abierta la sintonía del evangelio.

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