Una pregunta que nos hace Jesús sobre nuestra fe y una pregunta que le hacemos a El para aprender a conocerle y seguirle con toda la vida
Isaías 50, 5-10; Sal. 114; Santiago 2, 14-18; Marcos 8, 27-35
¿Quién verdaderamente es Jesús? es la pregunta que
surge casi de manera espontánea al escuchar el evangelio. La pregunta que se
hacían las gentes cuando lo escuchaban admirados por sus enseñanzas o veían los
signos que hacía; la pregunta casi como de rechazo que hacen los poseídos por
el espíritu maligno cuando ven llegar a Jesús; la pregunta que se hacían los
dirigentes del pueblo, sacerdotes, ancianos del sanedrín, escribas y maestros
de la ley que le interrogan sobre su autoridad, dudan de su capacidad de
enseñar o tratan de ponerlo a prueba. ¿Será la pregunta que se siguen haciendo
los hombres de todos los tiempos? ¿Será acaso la pregunta que nosotros nos
hacemos?
Pero en el texto del Evangelio es Jesús el que hace la
pregunta a sus discípulos y a través de ellos quiere saber lo que la gente
dice, lo que la gente piensa y lo que piensan ellos mismos que más cercanos a
Él están. Teniendo en cuenta, sí, la pregunta que hace Jesús, que nos la hace a
nosotros también, quiero ser yo el que le pregunte a El ¿quién eres tú, Jesús?
Sí, me voy a permitir tener la osadía de ser yo el que
le haga esa pregunta porque aunque podría responder de manera semejante a como
respondieron aquellos discípulos pudieran ser respuestas en las que solamente
calque sus palabras, repita lo que ellos decían, dé respuestas aprendidas de
memoria y creo que en el fondo Jesús me está pidiendo una respuesta más vital,
más de mi vida.
Muchas veces somos capaces de decir cosas muy hermosas,
pero luego hay el peligro que no se traduzcan de verdad en la realidad de mi
vida de cada día. Podemos responder simplemente con lo que piensan todos, pero
que se quede ahí, en lo que siempre se dice pero nada más. Podemos dar una
respuesta certera como la de Pedro, que tal como nos narraría el mismo pasaje
san Mateo merecería alabanzas de Jesús diciéndole que si fue capaz de decir
aquellas cosas hermosas era porque el Padre se las había revelado en su
corazón.
Sí, fue muy certera la respuesta de Pedro pero Jesús no
quiso que aquello lo dijeran a nadie, porque las palabras pueden tener sus
interpretaciones que realmente lo que hicieran sea alejarnos de la verdad de
Jesús. ‘Tú eres el Mesías’, había
respondido Pedro, pero ‘El les prohibió
terminantemente decírselo a nadie’. Y es que la palabra tenía unas
interpretaciones que no eran precisamente lo que Jesús venía a ser como Mesías
Salvador.
Por eso cuando Jesús a continuación les habla de
padecimientos, de pasión, de cruz, de muerte y de resurrección ellos no lo
entenderán. Y el mismo Pedro que había hecho aquella afirmación tan rotunda que
mostraba además la fe y el amor que le tenía, ahora trata de quitarle aquellas
ideas de la cabeza de Jesús. Jesús le rechazará con palabras fuertes pues le
llamará Satanás y tentador. No había terminado de pensar a la manera de Jesús,
no había terminado de entender lo que era el misterio de Dios que en Jesús se
revelaba. ‘Quítate de mi vista, Satanás.
Tú piensas como los hombres, no como Dios’.
La tentación de Pedro era la de ver a Jesús como un Mesías,
caudillo político lleno de poder a la manera de los poderes de este mundo. La
reacción de Jesús fue semejante a la de las tentaciones allá en el desierto
cuando el diablo le tienta con poderes y glorias de este mundo. Necesitamos que
Jesús nos revele allá en lo más hondo quién es, como decíamos antes, porque
nosotros también podemos tener una tentación semejante y ver a Jesús también
como los poderosos de este mundo y querer nosotros seguirle porque quisiéramos
participar también de esos poderes y glorias del mundo. No será el pensamiento
de Dios sino nuestro pensamiento a la manera del mundo como nosotros nos
hagamos una idea de Jesús.
Es Jesús el que va delante de nosotros con su cruz; es
su entrega, es la donación de si mismo que hace desde el amor, aunque eso
signifique perder la vida. Es Jesús el que va delante de nosotros dándonos las
pruebas más intensas y sublimes del amor. Ya nos dirá en otro momento que no
hay amor más grande que el de aquel que es capaz de dar su vida por aquel a
quien ama. Pero creemos en el Jesús que no solo nos dice palabras sino que nos
da el testimonio de su vida, el que va delante de nosotros. Ya conocemos su
entrega hasta el final.
Por eso esa fe que hemos de tener en El no es solo
decir cosas bonitas y hermosas, todas esas cosas bonitas y hermosas que El
realmente significa para nosotros, todas esas cosas bonitas y hermosas que
somos capaces de decir de aquel a quien amamos y seguimos; nuestra fe en Jesús
ha de ser el camino de una vida. ¿Queremos ir con Jesús? ¿Decimos que tenemos
fe en El? ¿Le vemos realmente como nuestro Dios y como nuestro salvador?
¿Estamos contemplando su entrega de amor, en el amor más sublime? Creer en El
no ha de ser otra cosa que hacer como El, amar con un amor como el de El,
caminar ese camino de cruz que es la entrega del amor.
Y eso no es para unos momentos de fervor. Eso ha de ser
el camino de cada día; cada día hemos de tomar esa cruz, vivir en ese amor,
realizar esa entrega por los demás, aunque nos cueste, aunque eso signifique
también pasión y sufrimiento, aunque eso signifique perder la vida a la manera
de lo que entendemos la vida en este mundo. Olvidarnos de nosotros mismos
algunas veces puede ser bien doloroso y no todos lo entenderán y hasta puede
provocar rechazo en los que nos rodean. Escuchemos de nuevo las palabras de
Jesús, abriendo bien nuestro entendimiento y nuestro corazón, que así nos está
diciendo quien es El y como nosotros hemos de expresar esa fe que tenemos en
El.
‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por el Evangelio, la salvará’.
Jesús nos está preguntando,
es cierto, ‘Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?’ Pero como decíamos nosotros
le preguntamos a El, nos queremos dejar enseñar por El, ¿y quién eres tú, Jesús? Ya sabemos la respuesta que nos da para
que no entremos en confusiones. La respuesta de nuestra fe es un camino, es una
vida que hemos de vivir siendo capaces de perder la vida por amor.
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