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domingo, 13 de septiembre de 2015

Una pregunta que nos hace Jesús sobre nuestra fe y una pregunta que le hacemos a El para aprender a conocerle y seguirle con toda la vida

Una pregunta que nos hace Jesús sobre nuestra fe y una pregunta que le hacemos a El para aprender a conocerle y seguirle con toda la vida

Isaías 50, 5-10; Sal. 114; Santiago 2, 14-18; Marcos 8, 27-35
¿Quién verdaderamente es Jesús? es la pregunta que surge casi de manera espontánea al escuchar el evangelio. La pregunta que se hacían las gentes cuando lo escuchaban admirados por sus enseñanzas o veían los signos que hacía; la pregunta casi como de rechazo que hacen los poseídos por el espíritu maligno cuando ven llegar a Jesús; la pregunta que se hacían los dirigentes del pueblo, sacerdotes, ancianos del sanedrín, escribas y maestros de la ley que le interrogan sobre su autoridad, dudan de su capacidad de enseñar o tratan de ponerlo a prueba. ¿Será la pregunta que se siguen haciendo los hombres de todos los tiempos? ¿Será acaso la pregunta que nosotros nos hacemos?
Pero en el texto del Evangelio es Jesús el que hace la pregunta a sus discípulos y a través de ellos quiere saber lo que la gente dice, lo que la gente piensa y lo que piensan ellos mismos que más cercanos a Él están. Teniendo en cuenta, sí, la pregunta que hace Jesús, que nos la hace a nosotros también, quiero ser yo el que le pregunte a El ¿quién eres tú, Jesús?
Sí, me voy a permitir tener la osadía de ser yo el que le haga esa pregunta porque aunque podría responder de manera semejante a como respondieron aquellos discípulos pudieran ser respuestas en las que solamente calque sus palabras, repita lo que ellos decían, dé respuestas aprendidas de memoria y creo que en el fondo Jesús me está pidiendo una respuesta más vital, más de mi vida.
Muchas veces somos capaces de decir cosas muy hermosas, pero luego hay el peligro que no se traduzcan de verdad en la realidad de mi vida de cada día. Podemos responder simplemente con lo que piensan todos, pero que se quede ahí, en lo que siempre se dice pero nada más. Podemos dar una respuesta certera como la de Pedro, que tal como nos narraría el mismo pasaje san Mateo merecería alabanzas de Jesús diciéndole que si fue capaz de decir aquellas cosas hermosas era porque el Padre se las había revelado en su corazón.
Sí, fue muy certera la respuesta de Pedro pero Jesús no quiso que aquello lo dijeran a nadie, porque las palabras pueden tener sus interpretaciones que realmente lo que hicieran sea alejarnos de la verdad de Jesús. ‘Tú eres el Mesías’, había respondido Pedro, pero ‘El les prohibió terminantemente decírselo a nadie’. Y es que la palabra tenía unas interpretaciones que no eran precisamente lo que Jesús venía a ser como Mesías Salvador.
Por eso cuando Jesús a continuación les habla de padecimientos, de pasión, de cruz, de muerte y de resurrección ellos no lo entenderán. Y el mismo Pedro que había hecho aquella afirmación tan rotunda que mostraba además la fe y el amor que le tenía, ahora trata de quitarle aquellas ideas de la cabeza de Jesús. Jesús le rechazará con palabras fuertes pues le llamará Satanás y tentador. No había terminado de pensar a la manera de Jesús, no había terminado de entender lo que era el misterio de Dios que en Jesús se revelaba. ‘Quítate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios’.
La tentación de Pedro era la de ver a Jesús como un Mesías, caudillo político lleno de poder a la manera de los poderes de este mundo. La reacción de Jesús fue semejante a la de las tentaciones allá en el desierto cuando el diablo le tienta con poderes y glorias de este mundo. Necesitamos que Jesús nos revele allá en lo más hondo quién es, como decíamos antes, porque nosotros también podemos tener una tentación semejante y ver a Jesús también como los poderosos de este mundo y querer nosotros seguirle porque quisiéramos participar también de esos poderes y glorias del mundo. No será el pensamiento de Dios sino nuestro pensamiento a la manera del mundo como nosotros nos hagamos una idea de Jesús.
Es Jesús el que va delante de nosotros con su cruz; es su entrega, es la donación de si mismo que hace desde el amor, aunque eso signifique perder la vida. Es Jesús el que va delante de nosotros dándonos las pruebas más intensas y sublimes del amor. Ya nos dirá en otro momento que no hay amor más grande que el de aquel que es capaz de dar su vida por aquel a quien ama. Pero creemos en el Jesús que no solo nos dice palabras sino que nos da el testimonio de su vida, el que va delante de nosotros. Ya conocemos su entrega hasta el final.
Por eso esa fe que hemos de tener en El no es solo decir cosas bonitas y hermosas, todas esas cosas bonitas y hermosas que El realmente significa para nosotros, todas esas cosas bonitas y hermosas que somos capaces de decir de aquel a quien amamos y seguimos; nuestra fe en Jesús ha de ser el camino de una vida. ¿Queremos ir con Jesús? ¿Decimos que tenemos fe en El? ¿Le vemos realmente como nuestro Dios y como nuestro salvador? ¿Estamos contemplando su entrega de amor, en el amor más sublime? Creer en El no ha de ser otra cosa que hacer como El, amar con un amor como el de El, caminar ese camino de cruz que es la entrega del amor.
Y eso no es para unos momentos de fervor. Eso ha de ser el camino de cada día; cada día hemos de tomar esa cruz, vivir en ese amor, realizar esa entrega por los demás, aunque nos cueste, aunque eso signifique también pasión y sufrimiento, aunque eso signifique perder la vida a la manera de lo que entendemos la vida en este mundo. Olvidarnos de nosotros mismos algunas veces puede ser bien doloroso y no todos lo entenderán y hasta puede provocar rechazo en los que nos rodean. Escuchemos de nuevo las palabras de Jesús, abriendo bien nuestro entendimiento y nuestro corazón, que así nos está diciendo quien es El y como nosotros hemos de expresar esa fe que tenemos en El.
‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará’.
Jesús nos está preguntando, es cierto, ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’  Pero como decíamos nosotros le preguntamos a El, nos queremos dejar enseñar por El, ¿y quién eres tú, Jesús? Ya sabemos la respuesta que nos da para que no entremos en confusiones. La respuesta de nuestra fe es un camino, es una vida que hemos de vivir siendo capaces de perder la vida por amor.

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