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sábado, 12 de septiembre de 2015

Busquemos en el Evangelio los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos conduzcan por caminos de plenitud

Busquemos en el Evangelio los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos conduzcan por caminos de plenitud

1Timoteo 1,15-17; Sal 112; Lucas 6, 43-49

¿Dónde hemos puesto los cimientos de nuestra vida? Bien sabemos que no podemos edificar pensando solamente en lo que van a ser los ornamentos de nuestro edificio. Si no hay un profundo cimiento sobre algo firme sabemos que todo se nos puede venir abajo en cualquier momento o ante cualquier tempestad o tormenta de la vida.
Los cimientos hemos de tenerlos bien anclados en nuestro corazón. Hemos de saber encontrar lo que sean los verdaderos fundamentos de nuestra vida, esos principios que nos den autentico sentido y valor. No nos podemos quedar en superficialidades ni apariencias, porque el brillo exterior pasa y desaparece y solo quedará lo que es la verdadera fortaleza de nuestra vida.
Hay demasiadas vanidades en la vida; corremos y nos afanamos por cosas que son superfluas y efímeras; buscamos la felicidad en las cosas que nos atraen por esos brillos externos y cuando no tenemos una verdadera profundidad en la vida buscamos sucedáneos que nos hagan pasar un buen momento aunque luego nos quede amargor en el corazón. Tenemos el peligro incluso de utilizar esas cosas buenas de la vida como si fueran lo único que merece la pena, pero cuando no le hemos dado un buen sentido y valor a lo que hacemos, o cuando incluso no hemos sabido valorar a las personas con las que estamos sino que en el fondo con ello lo que hacemos es buscarnos a nosotros mismos de una forma egoísta, luego sentiremos un vacío interior que no sabremos en verdad cómo llenarlo de sentido.
Hemos de saber tener verdadera madurez en la vida dándole profundidad a lo que hacemos. Como decíamos, hemos de saber encontrar ese verdadero cimiento de nuestra vida que nos lleve por caminos de plenitud. El cristiano que verdaderamente se ha encontrado con Cristo y su Palabra, que ha descubierto el evangelio como la verdadera luz de su vida, sabrá ir encontrando esos caminos de profundidad. Nos ha hablado Jesús del edificio construido sobre arena o sobre roca. ‘El que se acerca a mi, escucha mis palabras y las pone por obra’, nos dice Jesús.
Lo que nos va enseñando Jesús en el Evangelio es para que encontremos esa verdadera grandeza de nuestra vida. Y si vamos llenando nuestro corazón de esos valores que nos enseña el evangelio daremos auténticos frutos de justicia, de fraternidad, de amor, de paz en nuestras relaciones con los demás creando de verdad un mundo nuevo. Como nos decía hoy Jesús en el Evangelio  ‘lo que rebosa del corazón, lo habla la boca’. Por eso nos decía Jesús que por los frutos habría de conocérsenos.
Por eso hemos de darle autenticidad a nuestra relación con el Señor. No podemos vivir una religiosidad superficial, ni vamos al encuentro con el Señor para que nos resuelva milagrosamente nuestros problemas. No podemos hacer nuestra expresión religiosa solo de apariencias. La fe que nos lleva al encuentro con el Señor la hemos de vivir desde lo más profundo de nosotros mismos y luego ha de traducirse en las obras buenas y de justicia y amor que tengamos con los demás y nos haga comprometernos con el mundo que nos rodea.
Fundamentemos bien nuestra vida en Cristo. El es la verdadera Roca de nuestra vida.  Con Cristo a nuestro lado, con Cristo en el centro de nuestro corazón, ¿a quien hemos de temer? ¿quién nos puede derrotar?

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