Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos
Colosenses,
1,24-2,3; Sal 61; Lucas 6,6-11
En este texto del evangelio en que vemos cómo Jesús en
la sinagoga cura al hombre que tenía el brazo con parálisis a pesar de ser
sábado, no termina uno de entender la postura y la actitud de los escribas y
fariseos que daba la impresión que no buscaban el bien de aquel hombre. Para
ellos primaba más la ley y la norma que la persona, que aunque con aquel
precepto se buscaba el que se diera gloria al Señor en el sábado sin embargo
olvidaban que damos gloria al Señor más profundamente cuando buscamos el bien
del hombre.
Pero, ¿buscaremos siempre nosotros el bien de las
personas en el actuar de nuestra vida? Es cierto que vemos despertar en nuestra
sociedad unos nuevos aires de solidaridad y nos sentimos afectados por el
sufrimiento de nuestro mundo y vemos surgir muchos movimientos con ese sentido
de solidaridad. Testigo de esto son también las redes sociales que se llenan de
mensajes cuando se ve alguna situación de injusticia o cuando sale a relucir el
sufrimiento de tantos inocentes y que de alguna manera nos hacen salir de
nuestro letargo. Eso es bueno, lo considero como algo positivo que se ve en el
resurgir de nuestra sociedad y hay que saber valorarlo.
En esas situaciones más notorias - estos días estamos
viendo esos movimientos de solidaridad ante esa avalancha de emigrantes que
huyendo de las guerras tocan a las puertas de Europa o los que cruzan el Mediterráneo
que se ha llenado también de cadáveres provenientes de África - parece que hay
un nuevo despertar, pero hemos de cuidar el día a día que vivimos con los más
cercanos a nosotros y que tenemos el peligro de cerrar los ojos o no quererlos
ver.
Pesan aún muchas parálisis en nuestra mente cuando de
manera cercana tocan a las puertas de nuestra solidaridad. Si en el evangelio
contemplamos aquellas reservas que se hacían los escribas y fariseos ante lo
que Jesús pudiera hacer o no aquel sábado en la sinagoga, también en nuestra
mente podemos hacernos nuestras reservas cuando se nos acerca alguien por la
calle solicitándonos una ayuda o una limosna o los contemplamos a las puertas
de nuestras Iglesia, por ejemplo.
Seamos sinceros con nosotros mismos y enfrentémonos con
esa parálisis de nuestra mente tan llena de sospechas, de desconfianzas, o con
las que quisiéramos dar lecciones de cómo hacer las cosas, pero quizá nosotros
no movemos un dedo. Es la realidad que pesa en nuestro interior tan lleno de
suspicacias y que tiende a que cerremos los ojos para no ver, que pasemos de
largo para que no nos molesten o hieran nuestra sensibilidad, o no nos
distraigan de aquellas cosas que decimos que tenemos que hacer porque ahora voy
a mi trabajo, porque ahora yo voy a Misa y que no me molesten, porque ahora yo
estoy ocupado en mis cosas y así tantas y tantas disculpas que nos buscamos y
nos inventamos.
¿Qué es lo que realmente tenemos que hacer? Dejemos que
el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro
espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos, transforme nuestro corazón
endurecido en el orgullo por un corazón de carne lleno de misericordia. Actuaríamos
de una forma distinta, tendríamos otra mirada y nuestra solidaridad sería
verdaderamente eficiente.
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