Vistas de página en total

lunes, 7 de septiembre de 2015

Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos

Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos

Colosenses, 1,24-2,3; Sal 61; Lucas 6,6-11

En este texto del evangelio en que vemos cómo Jesús en la sinagoga cura al hombre que tenía el brazo con parálisis a pesar de ser sábado, no termina uno de entender la postura y la actitud de los escribas y fariseos que daba la impresión que no buscaban el bien de aquel hombre. Para ellos primaba más la ley y la norma que la persona, que aunque con aquel precepto se buscaba el que se diera gloria al Señor en el sábado sin embargo olvidaban que damos gloria al Señor más profundamente cuando buscamos el bien del hombre.
Pero, ¿buscaremos siempre nosotros el bien de las personas en el actuar de nuestra vida? Es cierto que vemos despertar en nuestra sociedad unos nuevos aires de solidaridad y nos sentimos afectados por el sufrimiento de nuestro mundo y vemos surgir muchos movimientos con ese sentido de solidaridad. Testigo de esto son también las redes sociales que se llenan de mensajes cuando se ve alguna situación de injusticia o cuando sale a relucir el sufrimiento de tantos inocentes y que de alguna manera nos hacen salir de nuestro letargo. Eso es bueno, lo considero como algo positivo que se ve en el resurgir de nuestra sociedad y hay que saber valorarlo.
En esas situaciones más notorias - estos días estamos viendo esos movimientos de solidaridad ante esa avalancha de emigrantes que huyendo de las guerras tocan a las puertas de Europa o los que cruzan el Mediterráneo que se ha llenado también de cadáveres provenientes de África - parece que hay un nuevo despertar, pero hemos de cuidar el día a día que vivimos con los más cercanos a nosotros y que tenemos el peligro de cerrar los ojos o no quererlos ver.
Pesan aún muchas parálisis en nuestra mente cuando de manera cercana tocan a las puertas de nuestra solidaridad. Si en el evangelio contemplamos aquellas reservas que se hacían los escribas y fariseos ante lo que Jesús pudiera hacer o no aquel sábado en la sinagoga, también en nuestra mente podemos hacernos nuestras reservas cuando se nos acerca alguien por la calle solicitándonos una ayuda o una limosna o los contemplamos a las puertas de nuestras Iglesia, por ejemplo.
Seamos sinceros con nosotros mismos y enfrentémonos con esa parálisis de nuestra mente tan llena de sospechas, de desconfianzas, o con las que quisiéramos dar lecciones de cómo hacer las cosas, pero quizá nosotros no movemos un dedo. Es la realidad que pesa en nuestro interior tan lleno de suspicacias y que tiende a que cerremos los ojos para no ver, que pasemos de largo para que no nos molesten o hieran nuestra sensibilidad, o no nos distraigan de aquellas cosas que decimos que tenemos que hacer porque ahora voy a mi trabajo, porque ahora yo voy a Misa y que no me molesten, porque ahora yo estoy ocupado en mis cosas y así tantas y tantas disculpas que nos buscamos y nos inventamos.
¿Qué es lo que realmente tenemos que hacer? Dejemos que el Señor nos cure de esas cegueras, nos libere de esas parálisis de nuestro espíritu, ponga una mirada nueva en nuestros ojos, transforme nuestro corazón endurecido en el orgullo por un corazón de carne lleno de misericordia. Actuaríamos de una forma distinta, tendríamos otra mirada y nuestra solidaridad sería verdaderamente eficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario