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viernes, 11 de septiembre de 2015

El camino de la vida no lo hacemos en solitario sino sintiendo la ilusión y la esperanza de los que comparten con nosotros sus sufrimientos y sus alegrías

El camino de la vida no lo hacemos en solitario sino sintiendo la ilusión y la esperanza de los que comparten con nosotros sus sufrimientos y sus alegrías

1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42
El camino de la vida no es algo que hagamos en solitario. Ay de aquel que así quisiera hacerlo queriendo prescindir de todo y de todos. Es cierto que cada uno ha de realizar su propio esfuerzo, caminar sus propios pasos y hacer su propio camino, pero no vamos solos. A nuestro lado siempre hay quien está haciendo camino y en muchas cosas podemos coincidir y lo normal es que quienes van haciendo camino juntos se ayuden, se apoyen, se animen mutuamente y hasta en ocasiones seamos capaces de llevarles las cargas de los demás. Pero el camino que hacemos, la meta que ansiamos necesariamente tendría que hacernos solidarios los unos con los otros.
Esto vivido en un plano meramente humano es realmente hermoso y estimulante. En ese camino vamos construyendo juntos, porque juntos compartimos ilusiones y esperanzas y querríamos poder superar las dificultades propias de ese camino, pero también desearíamos que el camino, o el mundo en el que vivimos y por el que vamos haciendo ese camino, sea cada día mejor dejándoselo así como buena y hermosa herencia a los que vienen detrás de nosotros. Si nos encontramos una piedra o un obstáculo atravesado en el camino no solo nos vamos a preocupar de sortearlo, sino que además quisiéramos quitar ese obstáculo para que no se encuentren con él los que vienen detrás.
Cuando ese camino además lo hacemos desde un sentido distinto y superior, porque queremos seguir los caminos que nos traza el evangelio en el que nuestra meta la tenemos en Cristo y en el Reino de Dios, con mayor razón aun nos damos cuenta que ese camino no lo hacemos solos, que necesitamos sentir esos pasos de los hermanos que caminan junto a nosotros haciendo ese mismo camino, pero que la común esperanza, el mutuo amor  y la fe que nos anima harán que nos sintamos como más obligados, desde el amor, a ayudarnos y a apoyarnos los unos en los otros para hacer ese camino.
Creo que en la onda de lo que estamos reflexionando nos pueden ayudar mucho las palabras que le escuchamos a Jesús hoy en el evangelio. Es cierto que, como nos dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego, y va en el sentido de que quitemos el orgullo que nos ciega y nos impide ver la realidad del camino que hacemos. Nunca será desde el pedestal de nuestro orgullo desde el que vamos a caminar junto a los demás. Hemos de sentirnos en ese plan de igual de quienes se sienten hermanos y con humildad sabemos tendernos la mano para apoyarnos como para ofrecer una buena palabra que nos evite esos tropiezos que podamos encontrar en el camino.
Qué hermoso cuando sabemos hacerlo así; que alegría e ilusión nos da el hacer un camino así donde compartimos tanto alegrías como sufrimientos; se nos hace más llevadero el camino y es que haciéndolo así vamos a sentir la compañía y la fuerza del Espíritu del Señor que siempre llenará nuestra vida.

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