El camino de la vida no lo hacemos en solitario sino sintiendo la ilusión y la esperanza de los que comparten con nosotros sus sufrimientos y sus alegrías
1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42
El camino de la vida no es algo que hagamos en solitario.
Ay de aquel que así quisiera hacerlo queriendo prescindir de todo y de todos.
Es cierto que cada uno ha de realizar su propio esfuerzo, caminar sus propios
pasos y hacer su propio camino, pero no vamos solos. A nuestro lado siempre hay
quien está haciendo camino y en muchas cosas podemos coincidir y lo normal es
que quienes van haciendo camino juntos se ayuden, se apoyen, se animen
mutuamente y hasta en ocasiones seamos capaces de llevarles las cargas de los
demás. Pero el camino que hacemos, la meta que ansiamos necesariamente tendría
que hacernos solidarios los unos con los otros.
Esto vivido en un plano meramente humano es realmente
hermoso y estimulante. En ese camino vamos construyendo juntos, porque juntos
compartimos ilusiones y esperanzas y querríamos poder superar las dificultades
propias de ese camino, pero también desearíamos que el camino, o el mundo en el
que vivimos y por el que vamos haciendo ese camino, sea cada día mejor
dejándoselo así como buena y hermosa herencia a los que vienen detrás de
nosotros. Si nos encontramos una piedra o un obstáculo atravesado en el camino
no solo nos vamos a preocupar de sortearlo, sino que además quisiéramos quitar
ese obstáculo para que no se encuentren con él los que vienen detrás.
Cuando ese camino además lo hacemos desde un sentido
distinto y superior, porque queremos seguir los caminos que nos traza el
evangelio en el que nuestra meta la tenemos en Cristo y en el Reino de Dios,
con mayor razón aun nos damos cuenta que ese camino no lo hacemos solos, que
necesitamos sentir esos pasos de los hermanos que caminan junto a nosotros
haciendo ese mismo camino, pero que la común esperanza, el mutuo amor y la fe que nos anima harán que nos sintamos
como más obligados, desde el amor, a ayudarnos y a apoyarnos los unos en los
otros para hacer ese camino.
Creo que en la onda de lo que estamos reflexionando nos
pueden ayudar mucho las palabras que le escuchamos a Jesús hoy en el evangelio.
Es cierto que, como nos dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego, y va
en el sentido de que quitemos el orgullo que nos ciega y nos impide ver la
realidad del camino que hacemos. Nunca será desde el pedestal de nuestro
orgullo desde el que vamos a caminar junto a los demás. Hemos de sentirnos en
ese plan de igual de quienes se sienten hermanos y con humildad sabemos
tendernos la mano para apoyarnos como para ofrecer una buena palabra que nos
evite esos tropiezos que podamos encontrar en el camino.
Qué hermoso cuando sabemos hacerlo así; que alegría e
ilusión nos da el hacer un camino así donde compartimos tanto alegrías como
sufrimientos; se nos hace más llevadero el camino y es que haciéndolo así vamos
a sentir la compañía y la fuerza del Espíritu del Señor que siempre llenará
nuestra vida.
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