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jueves, 10 de septiembre de 2015

Hagamos un mundo más humano sembrando semillas de amor y de perdón para que encontrar la verdadera paz para todos

Hagamos un mundo más humano sembrando semillas de amor y de perdón para que encontrar la verdadera paz para todos

Colosenses 3,12-17; Sal 150; Lucas, 6,27-38
Qué desgraciada hacemos nuestra vida cuando en nuestro orgullo llenamos el corazón de violencias, resentimientos, envidias, desconfianzas. En nuestro orgullo nos cegamos y creemos que porque guardemos rencor y no perdonemos a aquel que nos haya podido ofender somos nosotros los que salimos ganando, pero hemos de reconocer que en el fondo nos sentimos más infelices, más insatisfechos y como suele suceder entramos en una espiral que seguirá generando en nosotros más y más destructores sentimientos.
Es a nosotros a los primeros que nos hacemos daño cuando guardamos en nosotros esos malos sentimientos, aunque nos cueste reconocerlo y que pensemos que acaso todo eso es consecuencia de aquel mal o aquella ofensa que nos hayan hecho. Somos nosotros mismos los que nos estamos haciendo daño guardando esos resentimientos y no perdonando.
Qué hermoso es que lleguemos a sentir verdadera paz en el corazón dejando que no nos afecten esa malquerencia que podamos sufrir siendo generosos para no tener en cuenta lo que nos hayan podido hacer, para olvidar, pasar pagina y llegar incluso a tener la valentía de perdonar. No valoramos lo suficiente esa paz del corazón y por eso no la buscamos de verdad y no ponemos empeño en superar nuestros orgullos.
Y esto es lo que nos enseña Jesús en el sermón de la montaña. Quiere el Señor que mantengamos esa paz en el corazón para que seamos capaces de ser en verdad constructores de paz en medio de nuestro mundo que tanto la necesita. Hay demasiados orgullos y violencias en el mundo que nos rodea, excesivos resentimientos y rencores, muchas e innecesarias marginaciones y divisiones que nos vamos creando y nos van separando cada vez más.
Por eso Jesús nos enseña a ir sembrando las semillas del amor y de la bondad, del perdón y del olvido de la ofensas, de la autenticidad en la vida que nos lleve a trabajar sinceramente por el bien de los demás. Muchas buenas semillas tenemos que ir sembrando en nuestro mundo que aunque aparentemente muchas veces nos parezca que no dan fruto, quizá pasen un tiempo enterradas en el corazón pero un día han de germinar y producir buenos frutos.
Alguna vez quizá nos ha sucedido que de repente brota en nosotros un buen sentimiento que pensábamos que no erramos capaces de tener, pero que ha sido una buena semilla que alguien un día enterró y ahora germina y comienza a dar fruto. Es la esperanza con la que trabajamos por lo bueno; es la esperanza con que los padres al educar a sus hijos van sembrando esas buenas semillas que quizá no ven brotar tan pronto como quisieran pero que un día han de salir a flote; es la esperanza con que todos hemos de ir siempre haciendo el bien.
Hemos escuchado que Jesús nos habla hoy del amor a los enemigos y del perdón. ‘A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian…si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?... Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’. Queden ahí textualmente las palabras de Jesús que hemos de escuchar en lo más hondo del corazón. Ha de ser esa buena semilla que un día germinará y fructificará.

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