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domingo, 6 de septiembre de 2015

Aún en medio de tantas negruras que nos hacen preguntarnos ¿dónde está Dios? abramos los ojos y destapemos los oídos porque viene el Señor con su salvación

Aún en medio de tantas negruras que nos hacen preguntarnos ¿dónde está Dios? abramos los ojos y destapemos los oídos porque viene el Señor con su salvación

Isaías 35, 4-7ª;Sal. 145; Santiago 2, 1-5; Marcos 7, 31-37
‘Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará’. Viene el Señor y viene en persona; viene el Señor y llega la salvación. Así anuncia claro y valiente el profeta. Pero ¿todos verán y sentirán esa salvación anunciada, esa venida del Señor? Por eso el profeta sigue diciendo que han de abrirse los ojos del ciego, los oídos del sordo, que lo verán como una señal cuando los desiertos se llenen de aguas y de manantiales y todo lo reseco comience a reverdecer.
Las imágenes que nos ofrece el profeta son como las de un poeta - hemos de reconocer incluso la belleza literaria de sus palabras - porque los poetas utilizando las mismas palabras que nosotros utilizamos todos los días sin embargo les dan un significado más profundo, un significado muchas veces que nos parece oculto y que hemos de saber interpretar, saber leer en su sentido. Es la manera en que ahora nos está hablando el profeta. Todo tiene su sentido y su significado. Nos invita a ser fuertes y alejar de nosotros toda cobardía y todo temor.
Y es que ante ese anuncio que nosotros también hacemos algunos quizá sigan preguntándose ¿y dónde está Dios? Hace unos días era el grito amargo de un amigo que está pasando por verdadero drama familiar y me hacia, me gritaba esa pregunta. ¿Dónde está Dios? Yo no creo en Dios, me decía, porque no lo veo ahora que lo necesito y que grito por El.
¿Dónde está Dios? quizá muchos se hayan preguntado ante estas imágenes que hemos visto estos mismos días de esas familias que huyen de la guerra y cruzan mares y países y se ven encerrados ante unas fronteras que no se les abren.
¿Dónde está Dios? más de uno se habrá preguntado cuando hemos visto esa imagen del niño muerto en la orilla de la playa cuando su familia quería atravesar los mares y naufragaban ya casi a las puertas de poder conseguirlo. Es una pregunta, un grito que quizá oímos resonar repetido en muchas gargantas y en muchos corazones en sus tormentos, en sus sufrimientos, en las injusticias humanas que sufren.
Los sufrimientos de tantos inocentes que contemplamos a lo largo y a lo ancho de nuestro mundo, los tormentos y sufrimientos que quizá podamos sufrir nosotros también en nuestros cuerpos doloridos por enfermedades o en nuestro espíritu pueden cegarnos y nos pueden algo así como incapacitar para ver la luz, para encontrar respuestas, para encontrar a Dios, a quien buscamos quizá como un solucionador de problemas que con su varita mágica nos vaya sacando de esos precipicios en que nos vemos abocados.
Pero recordemos las imágenes del profeta cuando nos decía que venía Dios con su salvación. Nos hablaba de que era necesario abrir los ojos ciegos o destapar los oídos cerrados para poder ver y para poder oír. Imágenes que son las señales de la llegada del Reino, de la llegada del Mesías Salvador.
¿Dónde están esos ojos ciegos, tenemos que preguntarnos, esos oídos cerrados? Quizá vamos buscando el milagro que abra los ojos de los ciegos que haya a nuestro alrededor en el mundo, o de esas personas que no oyen ni pueden hablar por deficiencias orgánicas que puedan tener en su cuerpo. Pero ¿no tendríamos más bien que mirarnos a nosotros mismos y ver la ceguera o la sordera que pudiera haber en nuestro espíritu, en nuestro corazón?
Ese es el signo del que nos habla verdaderamente el profeta y que vemos realizar a Jesús en el evangelio. ‘Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos’. Y aquel hombre se dejó hacer. ‘El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua’. Necesitamos que nos toque el Señor - ‘metió los dedos en los oídos y la saliva le tocó la lengua -, que la mano del Señor llegue a nosotros. Pero llegará esa mano del Señor como El quiera. Porque somos muy reticentes y queremos que las cosas se hagan a nuestra manera, como a nosotros nos gustaría.
Y ahí en esas amarguras que tenemos en nuestra vida, esas cosas que nos duelen y que nos hacen gritar incluso hasta algunas veces contra Dios - no temamos reconocerlo, que tenemos dudas, que nos hacemos preguntas, que nos rebelamos interiormente - tratemos de abrir los ojos para ver al Señor, para escuchar en nuestro corazón esa palabra que nos dice que nos tengamos miedo ni nos acobardemos, que seamos valientes aunque haya muchas negruras en nuestra vida, porque ante nosotros se pueden abrir caminos nuevos. Quizá muchas veces nos cueste encontrarlos pero no desesperemos que la Palabra del Señor es veraz y es fiel y la Palabra del Señor se cumple. Tratemos de sintonizar con el Señor aunque muchos sean los ruidos que haya en las ondas amargas de la vida porque El dejará oír su voz, nos hará sentir su salvación.
Entendemos las palabras casi poéticas del profeta, pero que son verdaderos signos y señales para nuestra vida. Y la vida florecerá; no sabemos cómo porque el desierto nos parece demasiado erial, un día brotarán esos manantiales de gracia que reverdecerán el campo de nuestra vida y florecerá la gracia del Señor en nosotros para que en verdad podamos dar frutos.
Avivemos nuestra fe y nuestra esperanza. ‘Effetá’, nos dice también a nosotros tocando nuestra vida con su gracia.

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