Con
Jesús otra perspectiva se nos ofrece a la vida, por eso aunque mucha sean las
sombras levantemos la cabeza para ver al Hijo del Hombre que viene a nuestro
encuentro
Daniel 6, 12-28; Sal: Dn. 3,68-74; Lucas 21,
20-28
En estos días
finales del ciclo litúrgico se nos proponen unos evangelios que nos hablan de
los tiempos finales y de la destrucción de Jerusalén con un luego apocalíptico
que, hemos de confesar, nos llenan de una cierta angustia y de temor. Podríamos
decir que es una reacción normal por nuestra parte, porque a nadie le gusta la
muerte ni la destrucción y en cierto modo se nos contagia esa angustia de la
que se nos habla para esos tiempos finales.
La muerte
siempre es un desgarro en la vida, porque queremos vivir y nos querríamos que
la vida se acabara; pensar en el final de algo nos puede traer angustia y
desasosiego, porque se producen en nuestro interior incertidumbres y preguntas.
¿Cómo será ese final? Hasta el final de un partido de cualquier deporte si se
está viviendo con cierta intensidad produce desasosiego en quienes lo están
viviendo o incluso en quienes lo están contemplando. Como no se nos va a
producir ese desasosiego si se nos habla del final de la vida o del final del
mundo.
Cuando en
nuestro entorno contemplamos catástrofes en la naturaleza, ya sea por
condiciones climatológicas adversas como temporales u otro tipo de catástrofes
como las que se están viviendo en nuestras islas estos días, meses ya, con el
volcán, algo dentro de nosotros nos hace estar inquietos, brotan los temores y
las angustias ante lo que sucede o ante el futuro incierto que se avecina. Pero
como ya hemos reflexionado en otros momentos es reflejo también de esas luchas
de la vida a las que cada día hemos de enfrentarnos.
Y hoy Jesús
nos dice que levantemos la cabeza, que son momentos de liberación. Nos cuesta
entender. Parece más bien todo lo contrario porque lo que se está generando
muchas veces es angustia y sufrimiento. ¿Cómo entender las palabras de Jesús?
Jesús siempre quiere poner esperanza en el corazón, que no nos falte la paz del
espíritu por muy fuertes que sean las tormentas.
¿Qué nos
sucede cuando nos vemos envueltos, por ejemplo, en una tormenta? Queremos tener
un refugio seguro, no nos queremos sentir solos, queremos el amparo de aquellos
seres que nos aman; el niño se refugia en las faldas de su madre, por decirlo
de alguna manera, y nosotros buscamos aquellas personas que nos dan seguridad y
que infunden con su presencia serenidad en nuestros corazones.
¿Nos sentimos
solos ante las incertidumbres de la vida? ¿Nos sentimos como abandonados cuando
esas angustias se nos meten en el alma? Quizá la peor angustia sea la de la
soledad que nos da inseguridad porque no sabemos a donde agarrarnos, en quien
apoyarnos o al menos nos parece que no está junto a nosotros.
Por eso
tenemos que escuchar con toda atención las palabras de Jesús. Sus palabras nos
dan una seguridad y una confianza, sus palabras quieren llenar de serenidad
nuestro corazón. Nos había dicho Jesús en
el evangelio. ‘Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran
poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se
acerca vuestra liberación’. Que no nos pasen desapercibidas estas palabras.
‘Verán al Hijo del Hombre venir en
una nube, con gran poder y gloria’.
Nos está diciendo Jesús que no nos vamos a sentir solos, que tiene que haber
angustia en nuestros corazones, que El está con nosotros. Es un aspecto que
tenemos que resaltar, que no podemos olvidar, la presencia del Señor que se
manifiesta a nuestro lado. Algunas veces vamos tan enfrascados en nosotros
mismos – fijémonos que la palabra enfrascados significa estar metidos dentro
del frasco – que solo estamos viendo lo turbio que pueda haber dentro de
nosotros y no vislumbramos la luz que más allá hay.
Por eso nos dice que nos despertemos,
que levantemos la cabeza, que no nos materialicemos tanto que solo nos miremos
los pies. Nos encerramos y perdemos la perspectiva; no nos miramos sino la
punta de la nariz y no vemos lo que hay más allá, no miramos sino las sombras
que tenemos dentro de nosotros y no somos capaces de ver la luz que se nos
ofrece. Con Jesús otra perspectiva se ofrece a nuestra vida.
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