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miércoles, 21 de diciembre de 2011

lecciones de fe, de humildad, de amor y alegria en María e Isabel



Cantar de los Cantares, 2, 8-14;
 Sal. 32;
 Lc. 1, 39-45
 ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ dice Isabel cuando llega María. Todo se vuelve bendiciones y alabanzas. ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre’. Bendiciones para María en que se han realizado las maravillas del Señor, pero bendiciones para el hijo de María, el ‘fruto de tu vientre’.
Alabanzas para María, es la madre del Señor, pero es la mujer de fe grande. El Espíritu ha llenado también el corazón de Isabel para descubrir esas maravillas del Señor, y es el que la inspira en sus reconocimientos y alabanzas. ‘Dichosa tú que has creido, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Todo al mismo tiempo con un espíritu humilde reconociendo su indignidad y pequeñez ante las maravillas del Señor. ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’, que exclamó Isabel ante la llegada de María.
Hermosa y delicada escena la que hoy contemplamos en esta visita de María a su prima Isabel. Cuánta alegría, cuánto amor, cuánta fe y cuánta humildad. El amor había puesto alas en los pies de María para correr a servir y ayudar. Así se manifiestan las grandezas del Reino de los cielos. Ya se está allí realizando en la humildad de aquellas mujeres, en el espiritu de servicio, en la apertura del corazón a las maravillas de Dios y en la alegría que desborda para cantar las mejores alabanzas al Señor como escucharemos en labios de María.
Cuánto podemos aprender; cuánto tenemos que aprender de ambas mujeres en este final del camino del Adviento que estamos recorriendo ya en la cercanía de la navidad. Fíjémonos cómo quien es capaz de reconocer las maravillas del Señor ese reconocimiento le llevará siempre a la más profunda humildad, porque pobres y pequeños nos sentiremos siempre ante el Señor.
Ya hemos reflexionado más de una vez que sólo por los caminos de la humildad y sencillez podemos llegar a Dios, a conocerle y reconocerle. Pero es que, en lo que podríamos llamar el camino de vuelta, siempre terminaremos en caminos también de humildad y sencillez. Nos sentimos amados cuando Dios así se nos manifiesta, pero reconoceremos inmediatamente nuestra indignidad y pobreza. El verdadero encuentro con el Señor nunca nos puede conducir por caminos de orgullo y de soberbia, sino todo lo contrario.
No caben orgullos ni grandezas humanas en quien haya vivido una profunda experiencia de Dios. Lo estamos contemplando en Isabel que cuando siente que Dios viene a ella con la presencia de María se reconoce indigna. ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’. Pero lo vimos también en María que cuando recibe la embajada angélica anunciándole la mayor de sus grandezas que es ser la Madre de Dios, ella se siente pequeña y la última. ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra’, que la escuchamos en la Anunciación.
Lo podríamos contemplar en muchas páginas de la Biblia. Por citar una, recordemos que cuando Isaías tiene aquella impresionante visión de Dios se siente pecador, hombre labios impuros, ante la presencia de Dios. El ángel del Señor vendrá a purificarle para que sienta que esa experiencia de Dios, esa presencia de Dios ante quien se encuentra no es para muerte sino para vida.
Hoy la liturgia nos está invitando a la alegría y a la alabanza al Señor. ‘Aclamad justos al Señor, cantadle un cántico nuevo… dichosa la nación cuyo Dios es el Señor…’, hemos dicho y meditado en el salmo responsorial. Es lo que manifiesta también el cantar de los cantares en la primera lectura en ese cántico de amor del esposo que busca a su esposa; y lo que también manifestábamos en la oración de la liturgia. ‘Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal…’ decíamos, ‘que un día podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno’.
Llenemos nuestro corazón de esa humildad, de esa fe, de ese amor y de esa alegría que hoy vemos resplandecer en Isabel y en María.

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