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sábado, 25 de noviembre de 2017

Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, llenando nuestra vida de trascendencia y de esperanza

Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, llenando nuestra vida de trascendencia y de esperanza

Lucas, 20, 27-40
Nadie ha venido nunca del más allá para contarnos lo que allí hay, hemos escuchado decir a algunos en más de una ocasión. Y no es simplemente una broma que se hace para tratar de hacerse el gracioso o caer bien, sino que en el fondo puede significar una desconfianza, una falta de fe o una pérdida del sentido de trascendencia que en nuestro ser cristiano hemos de dar a nuestra vida.
Hemos de reconocer que por muchas cosas bonitas que digamos a la hora de la muerte de un ser querido o con lo que tratemos de consolar a alguien que está triste por la muerte de un familiar, en el fondo subyace, aunque nos digamos cristianos, aunque digamos muchas misas por nuestros difuntos, una cierta incredulidad en la resurrección.
Quizá ayude a ello las imaginaciones que nos hacemos, de cómo será esa vida, si vamos a vivir de manera semejante a lo que es nuestra vida de ahora y así muchas cosas más. No todos en nuestro entorno creen en la resurrección, aunque cuando recitamos el credo lo decimos de memoria y repetimos esas palabras que hacen referencia a la resurrección y a la vida eterna.
No es fácil hablar de este tema. Entramos en la hondura del misterio donde tenemos que fiarnos de la Palabra de Jesús. De ello nos habla mucho en el evangelio, de cómo quiere que vivamos para siempre en El. Y El tiene vida eterna, y vivir en El es vivir en esa vida eterna que nos llena de plenitud. De muchas maneras nos lo repite en el evangelio.
Hoy se nos habla de las dudas que planteaban los saduceos que por principio doctrinal negaban la resurrección y que vienen con los tiquis miquis de las leyes del Levítico para poner dudas, y para seguir manteniéndose en su negativa a creer en la resurrección.
Jesús les viene a decir que no andemos con imaginaciones de vida a la manera como vivimos corporalmente aquí en la tierra; que es algo distinto, que se entra en otra orbita porque se entra en la órbita de la plenitud de Dios. Y Dios es el Dios de la vida y lo que quiere es darnos vida en plenitud, vida para siempre.
Nos costará entender y nos cuesta explicarnos. Pero toda esa ansia de plenitud que llevamos en nuestro corazón no se puede quedar en nada; aquí en la tierra todo lo bueno y lo mejor que vivir siempre tendrá sus limitaciones, limitado en el tiempo, y limitados porque todo eso bueno se ve manchado por nuestras debilidades y nunca encontraremos el amor perfecto, ni tendremos una paz plena. Pero Dios puede darnos la plenitud de todo eso en la vida eterna que nos tiene reservada, como nos dirá Jesús, el Reino eterno preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Aquel paraíso del que nos habla la primera página de la Biblia, donde Dios colocó al hombre en su creación, es imagen de lo que Dios quiere para nosotros. Llegará un momento en que nada ya nos puede manchar porque el mal y la muerte han sido vencidos para siempre. Si aquel paraíso se vio truncado por nuestro pecado – cuantas veces en la vida seguimos truncando, destrozando lo mejor de nosotros mismos cuando dejamos meter en nuestro corazón el egoísmo y el orgullo – sin embargo Cristo ha venido a redimirnos a vencer ese mal y es muerte con su muerte y en su resurrección nos lleva con El, nos hace participes de si vida para siempre.
Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, que son artículos fundamentales de nuestra fe, llenemos nuestra vida de trascendencia y de esperanza.

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