De nosotros depende que muchos puedan llegar a encontrar la luz de Jesús y no podemos seguir dejándolos al borde del camino.
1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas
18,35-43
Muchas veces decimos que la vida es un camino. Caminamos buscando metas;
caminamos queriendo llegar a ser algo; caminamos buscando muchas veces no
sabemos bien lo que buscamos; caminamos porque tenemos unos objetivos en la
vida que queremos conseguir, unos planes que realizar para nosotros mismos o
para aquellos que nos interesan, serán los hijos, será la familia, serán
aquellas personas allegadas a nosotros por quienes sentimos como algo especial;
caminamos pretendiendo darle un valor, una trascendencia a aquello que hacemos;
no queremos quedarnos fuera del camino que nos da un rumbo, que nos da un
sentido, que le da un valor a nuestra vida.
Pero bien nos encontramos a tantos que van sin rumbo, que quizá no
tienen altas metas, que no saben por lo que luchar, y quizá se arrinconan a un
lado porque quizá no ven un sentido, no ven por que hacer un camino. Claro que
nos encontramos a quienes, quizá en nuestras prisas o en nuestra ambición por
pensar solo en nosotros mismos o a lo mas en aquellos que más nos interesan,
vamos dejando al borde del camino y no queremos pensar en ellos, no queremos
que nos importunen o pudieran convertirse en una traba para nuestro propio
camino o nuestras ansiadas metas personales. Aislamos, despreciamos quizá,
discriminamos porque los vemos que andan a oscuras y no somos quizá capaces de
ofrecerles un poco de luz, tan interesados como estamos en nuestras propias
cosas.
Hoy nos habla el evangelio de Bartimeo, el ciego que estaba al borde
del camino. Su vida estaba en sombras, sus ojos se habían cegado y la pobreza envolvía
su existencia. No podía hacer camino si alguien no le ayudaba, y todos seguían
su paso por el camino. Pero viene alguien que se va a detener junto a él.
Bartimeo escucha el barullo del grupo que se acerca y pregunta qué es lo que
pasa, quién es el que pasa. Cuando le dicen que es Jesús de Nazaret se pone a
gritar, tanto que a algunos les molestan aquellos gritos y quieren hacerlo
callar. Cuántas veces pasa algo así en la vida, nos pasa a nosotros.
Pero Jesús se detiene, piden que lo traigan. Ahora alguien le ayudará
a llegar hasta Jesús. De un salto, despojándose de su manto, es llevado ante Jesús.
‘El Maestro te llama’, le dicen. Y se establece el diálogo. ‘¿Qué
quieres que haga por ti?... Señor, que pueda ver...’ Y el milagro se
produce. Sus ojos se llenarán de luz, pero
no serán solo sus ojos. Su vida ha comenzado a cambiar, da saltos de alegría
alabando a Dios y ahora quiere ponerse a caminar también en pos de Jesús.
Estaba a oscuras y supo escuchar, supo descubrir que Jesús pasaba por
su lado y la oportunidad había que aprovecharla. Aunque algunos quieren hacerlo
callar sin embargo habrá otros que le ayuden, le dirán que es Jesús el que
pasa, le trasmitirán el mensaje de Jesús que quiere que llegue hasta El, le
ayudarán a dar esos pasos necesarios para acercarse a Jesús. Cuántas sugerencias
para lo que podemos hacer en la vida.
Por supuesto que no podemos ser obstáculo, pero es que podemos hacer
algo más. Saber descubrir a quienes están al borde del camino en la vida, hacer
un anuncio; llegar lejos a tantos que andan desorientados sin saber qué camino
hacer; llegar a las periferias, como nos está repitiendo continuamente el Papa;
ponernos en camino de salido para ir al encuentro de los demás con el mensaje,
como nos está pidiendo ahora la Iglesia.
De nosotros depende que muchos puedan llegar a encontrar la luz de
Jesús. No podemos seguir dejándolos al borde del camino.
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