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martes, 21 de noviembre de 2017

Sepamos detenernos ante la higuera de la soledad o el sufrimiento de nuestros hermanos porque con ello podemos ser signos de la salvación de Dios que llega a sus vidas

Sepamos detenernos ante la higuera de la soledad o el sufrimiento de nuestros hermanos porque con ello podemos ser signos de la salvación de Dios que llega a sus vidas

Lucas, 19, 1-10
‘Jesus entró en Jericó y atravesaba la ciudad…’ Atravesamos también nosotros los caminos de la vida, cruzamos por nuestras calles y plazas y nos vamos encontrando con todo tipo de gentes, de acontecimientos, con el palpitar de la vida. Sentimos quizá curiosidad cuando es nuevo el lugar que visitamos y nos iremos fijando con detalle en todo cuando encontramos. Pero cuando quizá pasamos una y otra vez por el mismo lugar ya vamos tan ensimismados en nuestras cosas que vemos sin ver, porque ya no miramos, ya no nos fijamos, ya no somos capaces ni de reconocer lo más conocido. Así vamos quizá muchas veces por la vida sin sensibilidad, sin ser capaces de ver la cara de aquellos con los que nos encontramos, sin detectar quizá tantos sufrimientos o soledades que se cruzan en nuestro camino en esos rostros que ya no vemos.
Jesús atravesó Jericó y no podemos decir que era una vez más. En muchas ocasiones En su subida a Jerusalén desde Galilea habría hecho aquel mismo camino pues era normal bajar por el valle del Jordán para subir luego desde Jericó hasta Jerusalén. Pero Jesús no lleva los ojos cerrados, Jesús siempre va buscando el encuentro con los demás y se detiene en el camino cuantas veces sea necesario. Lo había hecho con aquellos ciegos que allí a las afueras de Jericó estaban al borde del camino; de alguno llegamos incluso a conocer su nombre, Bartimeo.
Mucha gente habría en aquella mañana en la calle de Jericó, porque alguien que quería ver pasar a Jesús y no podía a causa del gentío y su baja estatura, se había subido a una higuera pensando ver a Jesús, pero también pasar desapercibido, pues no era bien mirado por sus conciudadanos de Jericó a causa de su profesión. Para todo ellos que estaban allí junto al camino viendo pasar a Jesús, El tendría una mirada como siempre hacia llena de compasión y de amor. El reflejaba siempre en sus gestos el amor de Dios de quien era signo en medio de los hombres.
Con esa mirada se había detenido junto a la higuera donde se había ocultado Zaqueo tras sus ramaje. Jesús sabia que estaba allí y allí había ido a buscarle. No era Zaqueo el que tuviera más interés por conocer a Jesús, sino que era Jesús el que quería fijarse en Zaqueo, quien buscaba a Zaqueo. ‘Baja de ahí, quiero hospedarme en tu casa’, fueron las palabras de Jesús.
Ya sabemos todo lo que sucedió, porque muchas veces hemos meditado y comentado este acontecimiento. Con gozo lo recibió en su casa pero es que aquel fue día de salvación. Todo cambio en el corazón de Zaqueo desde que Jesús se había fijado en él. Ya conocemos su determinación de cambiar, de devolver, de compartir generosamente con todos. La presencia de Jesús había transformado su vida. ‘Hoy ha llegado la salvación a este hijo de Israel’, diría Jesús.
Pero quería detergerme un momento en esta reflexión en esa mirada de Jesús, en esa determinación de Jesús de detenerse ante la higuera, ese no pasar desapercibido para Jesús quien estaba oculto entre el ramaje de la higuera, porque Jesús siempre nos ve, porque Jesús nos está enseñando a llevar los ojos abiertos por la vida. Quizá también esa mirada nuestra para fijarnos en aquel con quien nos cruzamos pudiera ser un camino de salvación para esa persona.
Esa mirada sensible para darnos cuenta donde está el sufrimiento, donde se encuentro un hombre solo, donde hay quizá hambre de Dios pero que necesita que alguien llegue a su vida como un signo de ese amor de Dios, es como tenemos que aprender a ir por la vida.
No cerremos los ojos, porque podemos ser signos de salvación para los demás si somos capaces de detenernos ante su higuera, la higuera de su soledad, de sus buenos deseos que no sabe como realizarlos, la higuera de una esperanza quizás que se encuentre un poco enterrada, la higuera de sus sufrimientos, la higuera de su yo solitario que va dando vueltas por la vida y necesita que alguien se detenga a su lado. Con nosotros pudiera llegar también la salvación de Dios a su casa, a su vida.

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