Para hacer el anuncio del Reino necesitamos significarlo en las verdaderas obras del amor llenando previamente nuestro corazón de generosidad, disponibilidad y amor
Oseas (11,1-4.8c-9); Sal 79; Mateo (10,7-15)
En nuestras tareas humanas lo normal es que cuando vamos a emprender
una nueva tarea planifiquemos muy bien lo que vamos a hacer, sus objetivos, la
finalidad de lo que vamos a hacer, los medios con que vamos a contar, la
capacidad que podamos tener para realizar esa tarea, los beneficios incluso que
podríamos obtener.
No nos disponemos a levantar una casa sin un terreno donde
construirla, unos medios para llevar adelante la obra y hasta nuestra propia
capacidad para saber qué es lo que queremos, valiéndonos de los técnicos que
fuera necesario para poder llevarla a cabo. Igual en cualquier proyecto que nos
planifiquemos, no andamos a lo loco, a lo que salga, y no ya solo en referencia
a obras materiales, sino incluso para una labor social que queramos realizar.
Los presupuestos que decimos que no son solo lo económico sino que abarca mucho
más en todo lo que es la persona, sus capacidades y su desarrollo.
Pero hoy nos encontramos en el evangelio algo que nos puede parecer en
el actuar de Jesús que prescinde de todo esto que estamos diciendo. Jesús, que ha
venido anunciando el Reino de Dios y nos ha ido dando sus características, ha
llegado el momento de escoger entre todos aquellos que han comenzado a ser sus discípulos
a unos que va a constituir especialmente en apóstoles con una misión, la misión
de anunciar el Reino por todas partes como lo ha venido haciendo Jesús.
¿Qué es lo que hace Jesús? los envía a predicar, a anunciar que el
Reino de Dios está cerca realizando también los signos de esa cercanía del
Reino de Dios, curando enfermos, expulsando demonios, resucitado muertos y
limpiando leprosos. Pero han de ir desde la gratuidad. ‘Gratis lo habéis
recibido, dadlo gratis’. Tan gratuito ha de ser que ellos no han de llevar
provisiones de ningún tipo para realizar esa tarea.
‘No llevéis en la faja
oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de
repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando
entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos
en su casa hasta que os vayáis’. Ni alforjas, ni dinero en la faja, solamente con lo puesto, sin saber
exactamente donde van a recalar. ‘Averiguar quien hay de confianza y quedaos
en su casa’, con el peligro incluso de que pudieran ser rechazados. Ellos
solamente han de llevar ese mensaje de paz, que no se ha de imponer por ningún
otro medio humano.
¿Qué está pidiendo Jesús?
Disponibilidad y generosidad. Como diría en otra ocasión el Hijo del Hombre no
tiene donde reclinar su cabeza. Como nos enseñará a lo largo del evangelio, lo
primero es el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se nos dará por
añadidura. Lo importante es esa paz del espíritu que tenemos que llevar en el corazón.
Lo importante es el amor que tiene que envolver toda nuestra vida. De ahí las
señales que tenemos que dar. Ese mundo que tenemos que transformar desde el
amor. Ese mundo del que tenemos que ir haciendo desaparecer todos los males que
nos acarrean sufrimiento, todo lo que sea muerte en la vida. Serán nuestras
obras, será nuestra vida, será nuestra generosidad y disponibilidad las señales
con las que vamos a convencer.
Ya nos decimos fácilmente
que sin tener medios no podemos llegar a los demás y en ocasiones nos
preocupamos mucho más de esos medios materiales para realizar esa tarea de evangelización,
que los signos que tenemos que dar con nuestra propia vida generoso,
disponible, pobre, pero siempre desbordante de amor. Lo demás nos vendrá por
añadidura nos enseña Jesús en el evangelio. Y tenemos que aprender la lección.
Muchas energías gastamos
muchas veces en nuestras comunidades en planificaciones y reuniones, en
búsqueda de medios y en preocupación por el sostenimiento de lo que queremos
hacer. Poco nos confiamos en la Providencia de Dios que no nos abandona. Puede
parecer muy radical todo esto, pero tiene que hacernos pensar. Y es que todo lo
que hagamos tendrá que ser siempre un medio para la evangelización. No es hacer
obras de ostentación, sino realizar las verdaderas obras del amor, y para eso
lo que necesitamos es tener mucho amor en el corazón.
Por eso tendríamos que
preocuparnos por encima de todo de llenarnos de Dios, de impregnarnos de verdad
del evangelio, de plantar bien hondo en nuestras vidas todos esos valores del
evangelio. Claro que tenemos que edificar bien nuestra casa no sobre arena sino
sobre la roca firme de la Palabra de Dios, como nos dice Jesús en otro momento.
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