Pidamos a Jesús que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón y aprendamos a mirar con una mirada distinta para ser capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón
Oseas 8,4-7.11.13; Sal 113; Mateo 9,32-38
Necesitamos aprender a ir por la vida con una mirada limpia. Cuantas
veces vamos caminando por la calle y llevamos los cristales de nuestras lentes
empañados o manchados y nos cuesta ver con facilidad lo que sucede a nuestro
alrededor; en esa hora en que el sol está bajo en horizonte, ya sea en la
mañana o en el atardecer como vayamos caminando enfrente de la luz del sol nos
quedamos como sin visión porque con los reflejos de la luz y las manchas que
llevamos en nuestros cristales todo se nos vuelve borroso y no podemos
distinguir con claridad ni los objetos más cercanos, ni los paisajes que
embellecen nuestra naturaleza; en lugar de disfrutar de lo bello que nos rodea
se nos entorpece nuestro caminar y nada nos parece agradable.
Así en la vida. La malicia mancha los ojos de nuestro espíritu y no
solo nos impide ver lo bello que hay en la vida, sino que por contrario todo
nos parece envuelto en esa maldad que sobre todo está en nuestro corazón. Los
ojos del alma ven a través de nuestros malos deseos y todo se nos puede volver
borroso y confuso. Por eso muchas veces lo que contemplamos lo vemos como
negativo, y estamos siempre más prontos para ver malicias y maldades en los
demás que las buenas acciones que realizan; incluso llegamos a tergiversar lo
que hacen los demás, porque a nosotros nos puede parecer que solo lo hacen por interés,
desde esos intereses mezquinos que nosotros llevamos en el alma.
Una mirada turbia así nos llena de insensibilidad y no llegaremos a
captar el sufrimiento que pueda haber en tantos que nos rodean; nos envolvemos en
nuestros propios sufrimientos como si fueran únicos y quejándonos siempre de
que nadie comprende nuestra situación, no somos capaces de compadecernos del
sufrimiento de los demás. En esa turbia mirada que tenemos incluso seriamos
capaces de llegar a culpabilizar al que sufre de sus propios sufrimientos.
En el evangelio que hoy se nos ofrece Jesús cura a un hombre enfermo,
una persona discapacitada porque no puede hablar. Por allá andan los maliciosos
de siempre que no quieren ver ni reconocer lo que hace Jesús. Le atribuyen al
poder de Satanás el que Jesús pueda hacer milagros y curar a los enfermos. Sus
ojos maliciosos enturbian sus vidas y quieren enturbiar la visión que los demás
tienen de Jesús.
Pero la gente sencilla seguía tras Jesús, le acompañaban por todas
partes, cada uno con sus sufrimientos, con lo que era su vida se acercaba a
Jesús. Cuánto dolor y cuanto sufrimiento. Aunque no todos lo quisieran ver y
reconocer. Pero los ojos de Jesús sí llegan al alma de aquellos que acuden a
seguirle. Por eso nos dice el evangelista que Jesús sintió compasión porque
andaban como ovejas descarriadas, como ovejas que no tienen pastor. En el corazón
de Cristo no hay otra lente que de luz a su vida que la del amor. Ojalá aprendiéramos
de Jesús.
Y Jesús les pide los discípulos que están cercanos a El para que
rueguen al Padre porque la mies es mucha y los operarios son pocos, para que
mande obreros a su mies. Es lo que ha de ser nuestra oración. Pero pidámosle también
que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón para que aprendamos a mirar
con una mirada distinta. Que seamos capaces de sentir verdadera compasión en
nuestro corazón ante el sufrimiento de todos que caminan a nuestro lado
desorientados y con falta de una luz que dé sentido a sus vidas.
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