Ante el
regalo de Dios que nos llama en las distintas horas de la jornada de la vida y
nos regala siempre su amor hemos de estar agradecidos
Jueces 9,6-15; Sal 20; Mateo 20,1-16
Hay personas que parece que tienen
siempre la sospecha y la desconfianza detrás de la oreja; están prontos para
juzgar intenciones de la gente viendo cosas ocultas que quizá no haya, pero que
seguramente es lo que llevan en su corazón y no soportan la bondad o las cosas
buenas que puedan hacer los demás; como decimos están siempre con la sospecha
de los intereses que pudiera haber detrás.
Cuesta tener una convivencia pacífica
con personas que están siempre con la sospecha y el juicio condenatorio,
incluso de aquellas cosas buenas que puedan ver en los otros; no se tiene
confianza, comienzan las reservas, se crean distanciamientos y a la larga así
no se puede convivir. Parece que están siempre con la vara de medir en la mano
y a la larga también los hace inaguantables.
¿Por qué tienes que juzgar si yo quiero
ser bueno con todos por igual? Algo así le responde el dueño de la finca de la
parábola a aquel que andaba por allá murmurando y protestando. Aquel buen
hombre había salido de mañana, pero lo había hecho también luego en distintas
horas del día, a la plaza a buscar jornaleros para su viña. No tuvo suficiente
con los conseguidos a primera hora y por eso volvió en distintas horas del día
siempre encontrando gente desocupada que no había encontrado quien los llamara
a trabajar. A todos los envió a trabajar en su finca. Ya a primera hora había ajustado
lo que les iba a pagar y como a todos al final les pagó por igual es cuando
surgen las murmuraciones y desconfianzas.
Muchas enseñanzas podemos deducir esta
parábola para el camino de nuestra vida. Dios cada día nos ofrece una
oportunidad con la vida misma a la que le hemos de dar un valor y un sentido
con lo que hagamos y con la manera de hacerlo. Ese trabajo en el que realizamos
nuestra vida no lo podemos ver como una carga pesada sino como una oportunidad
de creación. En lo que hacemos vamos dejando nuestra impronta, nuestro ser; con
el trabajo nos realizamos como personas y nos dignificamos; con el trabajo nos
abrimos a los demás y al mundo que nos rodea porque además podríamos decir que
estamos siendo como una prolongación de la obra de Dios creador que la puesto
en nuestras manos para que continuemos realizando esa tarea de creación.
Ante el regalo de Dios tenemos que
saber ser agradecidos. Si es regalo es gracia, no es merecido por nuestra parte
sino que es don del amor que Dios nos tiene. Tenemos que descubrir esos regalos
de Dios en nuestra vida que nos llegan de tantas maneras. Nos creemos tan
merecedores que no somos capaces de valorar la gratuidad del amor que Dios nos
tiene para que aprendamos también a responder con amor.
Con esa misma generosidad también tenemos
que ir repartiendo amor, arrancando de nosotros tantas desconfianzas que como
malas cizañas crecen tantas veces en nuestro corazón. Hemos de saber regalar
ese fruto bueno de la amistad, de la confianza, del aprecio, de la valoración también
siempre de lo bueno que vemos en los demás. Si vamos con un corazón lleno de
amor sabremos descubrir también el amor y las cosas buenas de los demás y lejos
de nosotros estarán los recelos y las envidias, siempre estaremos con la mano
tendida ofreciendo nuestra confianza y nuestra amistad. Qué bella sería la vida
si fuéramos capaces de entender y de vivirla así.
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