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miércoles, 21 de agosto de 2019

Ante el regalo de Dios que nos llama en las distintas horas de la jornada de la vida y nos regala siempre su amor hemos de estar agradecidos


Ante el regalo de Dios que nos llama en las distintas horas de la jornada de la vida y nos regala siempre su amor hemos de estar agradecidos

Jueces 9,6-15; Sal 20; Mateo 20,1-16
Hay personas que parece que tienen siempre la sospecha y la desconfianza detrás de la oreja; están prontos para juzgar intenciones de la gente viendo cosas ocultas que quizá no haya, pero que seguramente es lo que llevan en su corazón y no soportan la bondad o las cosas buenas que puedan hacer los demás; como decimos están siempre con la sospecha de los intereses que pudiera haber detrás.
Cuesta tener una convivencia pacífica con personas que están siempre con la sospecha y el juicio condenatorio, incluso de aquellas cosas buenas que puedan ver en los otros; no se tiene confianza, comienzan las reservas, se crean distanciamientos y a la larga así no se puede convivir. Parece que están siempre con la vara de medir en la mano y a la larga también los hace inaguantables.
¿Por qué tienes que juzgar si yo quiero ser bueno con todos por igual? Algo así le responde el dueño de la finca de la parábola a aquel que andaba por allá murmurando y protestando. Aquel buen hombre había salido de mañana, pero lo había hecho también luego en distintas horas del día, a la plaza a buscar jornaleros para su viña. No tuvo suficiente con los conseguidos a primera hora y por eso volvió en distintas horas del día siempre encontrando gente desocupada que no había encontrado quien los llamara a trabajar. A todos los envió a trabajar en su finca. Ya a primera hora había ajustado lo que les iba a pagar y como a todos al final les pagó por igual es cuando surgen las murmuraciones y desconfianzas.
Muchas enseñanzas podemos deducir esta parábola para el camino de nuestra vida. Dios cada día nos ofrece una oportunidad con la vida misma a la que le hemos de dar un valor y un sentido con lo que hagamos y con la manera de hacerlo. Ese trabajo en el que realizamos nuestra vida no lo podemos ver como una carga pesada sino como una oportunidad de creación. En lo que hacemos vamos dejando nuestra impronta, nuestro ser; con el trabajo nos realizamos como personas y nos dignificamos; con el trabajo nos abrimos a los demás y al mundo que nos rodea porque además podríamos decir que estamos siendo como una prolongación de la obra de Dios creador que la puesto en nuestras manos para que continuemos realizando esa tarea de creación.
Ante el regalo de Dios tenemos que saber ser agradecidos. Si es regalo es gracia, no es merecido por nuestra parte sino que es don del amor que Dios nos tiene. Tenemos que descubrir esos regalos de Dios en nuestra vida que nos llegan de tantas maneras. Nos creemos tan merecedores que no somos capaces de valorar la gratuidad del amor que Dios nos tiene para que aprendamos también a responder con amor.
Con esa misma generosidad también tenemos que ir repartiendo amor, arrancando de nosotros tantas desconfianzas que como malas cizañas crecen tantas veces en nuestro corazón. Hemos de saber regalar ese fruto bueno de la amistad, de la confianza, del aprecio, de la valoración también siempre de lo bueno que vemos en los demás. Si vamos con un corazón lleno de amor sabremos descubrir también el amor y las cosas buenas de los demás y lejos de nosotros estarán los recelos y las envidias, siempre estaremos con la mano tendida ofreciendo nuestra confianza y nuestra amistad. Qué bella sería la vida si fuéramos capaces de entender y de vivirla así.

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