Un plan de vida en el que hemos de dar
pasos día a día para llegar a la meta final con desprendimiento y generosidad
Jueces 2,11-19; Sal 105; Mateo 19,16-22
En la vida a veces queremos alcanzarlo
todo por así decirlo de un golpe. Queremos alcanzar una cosa, y ya. Como si
todo fuera como nos sucede con las nuevas tecnologías, que tocamos un botón y
automáticamente nos aparece en pantalla aquello que queríamos. Nos sucede que
la tecnología algunas veces nos falla y las cosas no son tan automáticas como
deseamos, y nos desesperamos en la espera, aunque solo unos cuentos segundos
más.
Pero esa vida nuestra, que queremos que
sea vivir de verdad y no de formas automáticas o virtuales, sabemos que las
cosas llevan su curso, que hemos de tener la paciencia de ir por partes, de ir
poniéndonos metas – aunque la meta final la tengamos en mente y no la olvidemos
– pero metas cercanas, metas que vamos consiguiendo en el día a día. Será así
como en verdad nos superamos, iremos limando esas asperezas de la vida que son nuestras
debilidades y las cosas – las piedras – en las que tropezamos una y otra vez
para ir superándonos y creciendo con sólidos fundamentos.
No podemos pretender un titulo
universitario si previamente no hemos ido superando las enseñanzas medias que
nos van capacitando para poder llegar a la profundidad de unos estudios
universitarios. Quien dice esto, hemos
de pensarlo en ese día a día de nuestra vida en donde tenemos que ir dando los
pasos necesarios para nuestro crecimiento humano y espiritual que dé madurez a
nuestra vida. Esos pasos intermedios, esos pasos del día a día algunas veces
nos resultan más costosos de lo que pensábamos, pero necesitamos darlos.
Hoy vemos en el evangelio que llega
hasta Jesús un joven que está buscando el camino de una meta final. En su
corazón hay inquietud y deseos de algo grande. Realmente es alguien que quiere
darle trascendencia a su vida y no se contenta con metas de aquí abajo. Busca
la vida eterna. ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer de
bueno para obtener la vida eterna?’ Claro
que algunas veces buscamos recetas o soluciones rápidas o automáticas, como si
haciendo o cumpliendo con algunas cosas buenas ya podemos conseguirlo. ¿Qué
de hacer de bueno...?’ le pregunta a Jesús. Y Jesús le irá haciendo ver que
hay que ir dando pasos.
La respuesta de Jesús nos
señala el camino de buscar y realizar en nuestra vida lo que es la voluntad de
Dios para nosotros. No es cuestión de ir haciendo cositas sin conformar nuestra
vida con lo que es el plan de Dios. Un plan de Dios para nosotros que buscar
siempre el bien del hombre y en consecuencia así conseguiremos la gloria del
señor. No es simplemente que cumplamos con unas reglas que nos prohíben algo
poniendo como limitaciones a nuestra vida, sino que sepamos buscar siempre lo
que es el bien del hombre y de todo hombre porque así logramos, como decía, la
gloria de Dios. No son prohibiciones así porque si, sino metas que se proponen
a la vida. Todo cuanto hizo Dios lo hizo bueno y lo hizo para poner en el
centro de su creación al hombre, como se nos dice ya en la primera página de la
Biblia.
‘Mira, si quieres entrar
en la vida, guarda los mandamientos’ le dice Jesús y ante la insistencia del joven Jesús se los
detalla. Pero aquel joven es un hombre bueno que eso ha tenido por norma en su
vida desde siempre. ‘Todo eso lo he cumplido desde mi niñez’, le
responde. Y es ahora cuando Jesús le pide dar un paso más. Había posibilidades
en aquel corazón bueno, sin embargo veremos luego que hay unos apegos de los
que es difícil desprenderse. ‘Si quieres llegar hasta el final, vende lo que
tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego
vente conmigo’.
Fue un paso que no fue
capaz de superar. Era rico. Había muchos apegos en su corazón. Se fue muy
triste y Jesús se le quedó mirándolo. Llegar hasta el final estaba exigiéndole
algo en lo que le iba a sangrar el corazón y ya no fue capaz. No son recetas
mágicas, son plan de vida que envuelve toda nuestra vida, lo que somos y lo que
tenemos. Es un plan de vida que da profundo sentido a lo que somos y a lo que
tenemos. Es un plan de vida de generosidad y de amor, de desprendimiento y despego
de las cosas, de búsqueda de lo que es esencial y de liberación de ataduras. Es
un plan de vida que nos conduce hasta el final. Y no podemos llegar al final si
no damos esos pasos intermedios.
¿Seremos nosotros capaces
de ir dando esos pasos que día a día nos pide el Señor? ¿Tenemos un corazón
abierto y un corazón libre de ataduras para poder correr hasta la meta? Si
queremos correr hasta alcanzar una meta que nos lleve al triunfo – vida eterna
– tenemos que correr sin ataduras, sin pesos muertos que nos limiten y nos
resten fuerzas para poder llegar hasta el final. ¿No vemos a los corredores en
el estadio?
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