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domingo, 29 de abril de 2012


Conozco a mis ovejas y doy la vida por ellas

Hechos, 4, 8-12; Sal. 117; 1Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18
En la vida nuestra de cada día cuando suceden acontecimientos importantes, o sucede algo que nos impresiona mucho o nos llama la atención de manera especial, eso motivará para que de ese suceso se esté hablando continuamente en todos los lugares donde nos relacionamos o frecuentamos. Será un suceso especial, un acontecimiento deportivo, alguna noticia de algo importante que de alguna manera influye en la vida de la sociedad… pero se convierte en la comidilla, como decimos, en todas nuestras conversaciones y no nos cansamos de repetir y comentar una y otra vez.
Pero ¿sucede así en el ámbito de nuestra fe y de nuestra vida cristiana? Desgraciadamente en nuestro entorno cuando se habla de religión, de la iglesia o de cosas así más bien muchas veces es para denigrar o subrayar hasta la saciedad aspectos negativos de cosas que puedan suceder. No sé si siempre los cristianos valoramos debidamente todo lo que atañe a nuestra fe y a lo que es la vida de la Iglesia. ¿Qué relevancia le damos en la vida a nuestra fe y a los hechos fundamentales de nuestra salvación? Sin embargo, si nos fijamos bien, en la liturgia nos damos cuenta de que después de haber celebrado la Pascua parece como si no se quisiera acabar de celebrar y una y otra vez la Iglesia sí que quiere que repitamos, rumiemos con toda intensidad todo el misterio de nuestra salvación que hemos celebrado.
Por eso no sólo hemos estado unas semanas reviviendo intensamente todo lo que rodeó a la resurrección del Señor – en verdad está ahí todo el centro y meollo de nuestra fe y de nuestra salvación – sino que seguimos prolongando esa reflexión en todo el tiempo de pascua reviviendo, recordando, meditando intensamente todas las palabras y los hechos de la vida de Jesús. Es lo que nos va proponiendo la liturgia de la Iglesia en los diferentes domingos de Pascua y así tenemos hoy estos hermosos textos que nos hablan de Jesús como Buen Pastor.
No tendríamos que cansarnos de repetir una y otra vez todo este acontecimiento de la Pascua, igual que en la vida ante otros acontecimientos, como decíamos antes, repetimos y comentamos una y otra vez las cosas que van sucediendo. Cuando seguimos contemplando y meditando toda la entrega de Jesús en la Pascua surge hoy esta presentación de Jesús como Buen Pastor. Una imagen con hondo y rico significado que nos viene a definir muy bien a quien se entregó hasta dar su vida por nosotros. ‘Yo soy el Buen Pastor’, nos dice Jesús.
Fijémonos en diferentes aspectos en los que Jesús se nos manifiesta como buen Pastor. Primero nos dice ‘el buen pastor da la vida por las ovejas’ en contraposición a quien no es el dueño de las ovejas sino solamente un asalariado. Jesús es el Buen Pastor que ama a sus ovejas, son suyas, las conoce y las defiende hasta con la vida si fuera necesario. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué ha hecho por nosotros para liberarnos del maligno? Dar su vida por nosotros para que pudiéramos tener vida. Sí que le importamos nosotros a Jesús. Nos ama.
Es otro aspecto que podríamos subrayar. ‘Yo soy el buen Pastor que conozco a las mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por mis ovejas’, nos dice. Donde haya muchas ovejas y muchos pastores cada pastor conoce y distingue sus propias ovejas. De la misma manera las ovejas sólo seguirán al pastor que conocen.
Mucho nos quiere decir Jesús con esto. Conocer es algo más que distinguir una oveja de otra. Con la palabra conocer se quiere decir algo mas hondo; se está hablando de amar. El buen pastor ama a sus ovejas y cuando amamos llegamos a un conocimiento mucho más profundo que lo que nos puedan ofrecer los ojos de la cara. Hay otra comunicación, otra comunión, la del amor. Y claro cuando amamos, por aquel a quien amamos estamos dispuestos a hacer lo que fuera necesario. Por eso Jesús dirá que nos conoce, nosotros le conocemos, y El da la vida por sus ovejas. Es la consecuencia del amor. Es lo que hace Jesús por nosotros. Así nos conoce, así nos ama.
Nos conoce Jesús y nosotros hemos de conocerle a El, y escucharle, y seguirle, y amarle. Tendría que ser nuestra respuesta. ‘Yo conozco a las mías y las mías me conocen’, nos ha dicho. El nos ama y nosotros hemos de amarle y de la misma manera estar dispuestos a todo por El. La consecuencia del amor verdadero, como decíamos. Es el camino que hemos emprendido cuando nos decimos que tenemos fe en El, queremos ser sus discípulos y seguirle. Es la respuesta que, aunque nos cuesta a causa de nuestra debilidad, queremos ir dando cada día cuando queremos ser fieles, cuando queremos mantener nuestra fe, cuando ponemos todo nuestro empeño por vivir nuestra vida cristiana.
Pero no estamos solos; El nos ayuda, porque como buen Pastor siempre está dispuesto a ofrecernos los mejores pastos, siempre está ofreciéndonos y regalándonos su gracia que se nos reparte en la Palabra que escuchamos, en los sacramentos que celebramos y recibimos y en todo ese caudal de gracia que continuamente de mil maneras nos está dando en cada momento de nuestra vida. No es solo la gracia santificante que recibimos en los sacramentos, sino todas esas gracias actuales que en cada momento nos ofrece el Señor a cada situación de nuestra vida.
¡Cuánto nos ama el Señor! ¡Cómo tendría que ser también por nuestra parte ese cultivo y cuidado de la amistad de Dios que vemos enriquecido en nuestra oración al Señor! El cristiano tendría que ser de verdad un hombre de oración, de oración intensa, para vivir esa comunicación y comunión con Dios. ¿Cómo podríamos mantener esa unión con el Señor si no oramos intensamente? Quien se siente amado por el Señor hasta ser su hijo, como nos dice la carta de Juan hoy, siente que Dios habita en su corazón y tendría que surgir de forma espontánea casi esa comunicación viva con Dios en la oración. Necesitamos de la oración como del agua y la comida para vivir, como del aire para respirar. Nos daría para más extensas reflexiones.
Una palabra final para la Jornada que celebramos en este domingo del Buen Pastor. Es la Jornada de oración por las vocaciones, sobre todo a la vida sacerdotal y a la vida religiosa y que se celebra este año con el lema ‘las vocaciones, don de la caridad de Dios’. El Señor ha querido hacer partícipes de su función de pastor a aquellos que llama con una vocación especial dentro de la Iglesia. Son los sacerdotes y son los religiosos y religiosas que han consagrado su vida al Señor en la vida religiosa. Hoy es una especial jornada de oración para que el Señor llame a muchos y sean muchos los que respondan a esa llamada de amor del Señor y haya abundantes sacerdotes y también hombres y mujeres que se consagren al Señor en la vida religiosa para bien de la Iglesia y para la gloria del Señor.
Entresacamos algunos párrafos del mensaje del Papa. ‘Es importante que en la Iglesia se creen las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, como generosas respuestas a la llamada del amor de Dios… Será tarea de la pastoral de las vocaciones ofrecer puntos de orientación para un fructífero recorrido. Elemento central será el amor a la Palabra de Dios, cultivando una familiaridad creciente con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero sobre todo que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios va unido al sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos siempre de nuevo a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino’.
Y nos habla también de la importancia de las familias en el surgimiento de las vocaciones. Tal dinámica, que responde a las instancias del mandamiento nuevo de Jesús, puede hallar elocuente y singular atención en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor mismo de Cristo que ha dado a su Iglesia (cf. Ef 5, 32). En las familias, «comunidad de vida y de amor», las nuevas generaciones pueden hacer una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no solo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden llegar a ser «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios», haciendo descubrir, precisamente dentro de la familia, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada.
Oremos por las vocaciones. Sintamos esa inquietud de la Iglesia en nuestro corazón.

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