Conozco a mis ovejas y doy la vida por ellas
Hechos, 4, 8-12; Sal. 117; 1Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18
En la vida nuestra de cada día cuando suceden
acontecimientos importantes, o sucede algo que nos impresiona mucho o nos llama
la atención de manera especial, eso motivará para que de ese suceso se esté
hablando continuamente en todos los lugares donde nos relacionamos o
frecuentamos. Será un suceso especial, un acontecimiento deportivo, alguna
noticia de algo importante que de alguna manera influye en la vida de la
sociedad… pero se convierte en la comidilla, como decimos, en todas nuestras
conversaciones y no nos cansamos de repetir y comentar una y otra vez.
Pero ¿sucede así en el ámbito de nuestra fe y de
nuestra vida cristiana? Desgraciadamente en nuestro entorno cuando se habla de
religión, de la iglesia o de cosas así más bien muchas veces es para denigrar o
subrayar hasta la saciedad aspectos negativos de cosas que puedan suceder. No
sé si siempre los cristianos valoramos debidamente todo lo que atañe a nuestra
fe y a lo que es la vida de la Iglesia. ¿Qué relevancia le damos en la vida a
nuestra fe y a los hechos fundamentales de nuestra salvación? Sin embargo, si
nos fijamos bien, en la liturgia nos damos cuenta de que después de haber
celebrado la Pascua parece como si no se quisiera acabar de celebrar y una y
otra vez la Iglesia sí que quiere que repitamos, rumiemos con toda intensidad
todo el misterio de nuestra salvación que hemos celebrado.
Por eso no sólo hemos estado unas semanas reviviendo
intensamente todo lo que rodeó a la resurrección del Señor – en verdad está ahí
todo el centro y meollo de nuestra fe y de nuestra salvación – sino que
seguimos prolongando esa reflexión en todo el tiempo de pascua reviviendo,
recordando, meditando intensamente todas las palabras y los hechos de la vida
de Jesús. Es lo que nos va proponiendo la liturgia de la Iglesia en los diferentes
domingos de Pascua y así tenemos hoy estos hermosos textos que nos hablan de
Jesús como Buen Pastor.
No tendríamos que cansarnos de repetir una y otra vez
todo este acontecimiento de la Pascua, igual que en la vida ante otros
acontecimientos, como decíamos antes, repetimos y comentamos una y otra vez las
cosas que van sucediendo. Cuando seguimos contemplando y meditando toda la
entrega de Jesús en la Pascua surge hoy esta presentación de Jesús como Buen
Pastor. Una imagen con hondo y rico significado que nos viene a definir muy
bien a quien se entregó hasta dar su vida por nosotros. ‘Yo soy el Buen Pastor’, nos dice Jesús.
Fijémonos en diferentes aspectos en los que Jesús se
nos manifiesta como buen Pastor. Primero nos dice ‘el buen pastor da la vida por las ovejas’ en contraposición a
quien no es el dueño de las ovejas sino solamente un asalariado. Jesús es el
Buen Pastor que ama a sus ovejas, son suyas, las conoce y las defiende hasta
con la vida si fuera necesario. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué ha hecho por nosotros
para liberarnos del maligno? Dar su vida por nosotros para que pudiéramos tener
vida. Sí que le importamos nosotros a Jesús. Nos ama.
Es otro aspecto que podríamos subrayar. ‘Yo soy el buen Pastor que conozco a las
mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al
Padre; yo doy mi vida por mis ovejas’, nos dice. Donde haya muchas ovejas y
muchos pastores cada pastor conoce y distingue sus propias ovejas. De la misma
manera las ovejas sólo seguirán al pastor que conocen.
Mucho nos quiere decir Jesús con esto. Conocer es algo
más que distinguir una oveja de otra. Con la palabra conocer se quiere decir
algo mas hondo; se está hablando de amar. El buen pastor ama a sus ovejas y
cuando amamos llegamos a un conocimiento mucho más profundo que lo que nos
puedan ofrecer los ojos de la cara. Hay otra comunicación, otra comunión, la
del amor. Y claro cuando amamos, por aquel a quien amamos estamos dispuestos a
hacer lo que fuera necesario. Por eso Jesús dirá que nos conoce, nosotros le conocemos,
y El da la vida por sus ovejas. Es la consecuencia del amor. Es lo que hace
Jesús por nosotros. Así nos conoce, así nos ama.
Nos conoce Jesús y nosotros hemos de conocerle a El, y
escucharle, y seguirle, y amarle. Tendría que ser nuestra respuesta. ‘Yo conozco a las mías y las mías me
conocen’, nos ha dicho. El nos ama y nosotros hemos de amarle y de la misma
manera estar dispuestos a todo por El. La consecuencia del amor verdadero, como
decíamos. Es el camino que hemos emprendido cuando nos decimos que tenemos fe
en El, queremos ser sus discípulos y seguirle. Es la respuesta que, aunque nos
cuesta a causa de nuestra debilidad, queremos ir dando cada día cuando queremos
ser fieles, cuando queremos mantener nuestra fe, cuando ponemos todo nuestro empeño
por vivir nuestra vida cristiana.
Pero no estamos solos; El nos ayuda, porque como buen
Pastor siempre está dispuesto a ofrecernos los mejores pastos, siempre está
ofreciéndonos y regalándonos su gracia que se nos reparte en la Palabra que
escuchamos, en los sacramentos que celebramos y recibimos y en todo ese caudal
de gracia que continuamente de mil maneras nos está dando en cada momento de
nuestra vida. No es solo la gracia santificante que recibimos en los
sacramentos, sino todas esas gracias actuales que en cada momento nos ofrece el
Señor a cada situación de nuestra vida.
¡Cuánto nos ama el Señor! ¡Cómo tendría que ser también
por nuestra parte ese cultivo y cuidado de la amistad de Dios que vemos
enriquecido en nuestra oración al Señor! El cristiano tendría que ser de verdad
un hombre de oración, de oración intensa, para vivir esa comunicación y
comunión con Dios. ¿Cómo podríamos mantener esa unión con el Señor si no oramos
intensamente? Quien se siente amado por el Señor hasta ser su hijo, como nos
dice la carta de Juan hoy, siente que Dios habita en su corazón y tendría que
surgir de forma espontánea casi esa comunicación viva con Dios en la oración.
Necesitamos de la oración como del agua y la comida para vivir, como del aire
para respirar. Nos daría para más extensas reflexiones.
Una palabra final para la Jornada que celebramos en
este domingo del Buen Pastor. Es la Jornada de oración por las vocaciones,
sobre todo a la vida sacerdotal y a la vida religiosa y que se celebra este año
con el lema ‘las vocaciones, don de la
caridad de Dios’. El Señor ha querido hacer partícipes de su
función de pastor a aquellos que llama con una vocación especial dentro de la
Iglesia. Son los sacerdotes y son los religiosos y religiosas que han
consagrado su vida al Señor en la vida religiosa. Hoy es una especial jornada
de oración para que el Señor llame a muchos y sean muchos los que respondan a
esa llamada de amor del Señor y haya abundantes sacerdotes y también hombres y
mujeres que se consagren al Señor en la vida religiosa para bien de la Iglesia
y para la gloria del Señor.
Entresacamos algunos párrafos del mensaje del Papa. ‘Es importante que en la Iglesia se creen
las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, como generosas
respuestas a la llamada del amor de Dios… Será tarea de la pastoral de las
vocaciones ofrecer puntos de orientación para un fructífero recorrido. Elemento
central será el amor a la Palabra de Dios, cultivando una familiaridad
creciente con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta
y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas
voces que llenan la vida diaria. Pero sobre todo que la Eucaristía sea el
“centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios va
unido al sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde
aprendemos siempre de nuevo a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra,
oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una
vida totalmente gastada por el Reino’.
Y
nos habla también de la importancia de las familias en el surgimiento de las
vocaciones. ‘Tal dinámica, que
responde a las instancias del mandamiento nuevo de Jesús, puede hallar
elocuente y singular atención en las familias cristianas, cuyo amor es
expresión del amor mismo de Cristo que ha dado a su Iglesia (cf. Ef 5, 32). En las familias, «comunidad de vida y de amor», las
nuevas generaciones pueden hacer una admirable experiencia de este amor
oblativo. Ellas, efectivamente, no solo son el lugar privilegiado de la
formación humana y cristiana, sino que pueden llegar a ser «el primer y mejor
seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios», haciendo
descubrir, precisamente dentro de la familia, la belleza e importancia del
sacerdocio y de la vida consagrada.
Oremos por las
vocaciones. Sintamos esa inquietud de la Iglesia en nuestro corazón.
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