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domingo, 6 de mayo de 2012


Una vid, unos sarmientos, unos frutos… desde nuestra unión con Jesús

Hechos, 9, 26-31; Sal. 21; 1Jn. 3, 18-24; Jn. 15, 1-8
La imagen que nos ofrece el evangelio es bien significativa. Jesús utiliza un lenguaje y unas imágenes que son fáciles de entender para aquel pueblo sencillo que vive entre las faenas del campo en la agricultura o en el cuidado de los animales. Son las imágenes que nos ofrecía el pasado domingo que nos hablaba del pastor y de las ovejas y es la imagen que hoy se nos ofrece: Una vid, unos sarmientos, el necesario cuidado de la vid, unos frutos que todos desean que serán hermosos racimos o rico y virtuoso vino que alegra el corazón del hombre, como se dice incluso en algun salmo.
Jesús nos va ofreciendo pautas de cómo ha de ser nuestra vida cuando queremos seguirle y vivir su vida, la vida cristiana que decimos. Laboriosa y cuidada, bien alimentada en los más generosos abonos y enriquecida y bendecida con la gracia del Señor. Y es que cuando se trata del seguimiento de Jesús es una hermosa tarea la que realizamos, pero nunca solos o aislados, ni con solo nuestras fuerzas.
Nos habla Jesús de unos sarmientos que necesariamente han de estar unidos a la cepa, a la vid, pero nos dice también quien es el labrador o viñador que tiene el cuidado de la vid; nos habla de cómo se ha de purificar, limpiar, podar de los ramajes infrutuosos o que llenarían de vicio la planta, como dicen los agricultores y nos habla también de esa savia que ha de circular por toda la planta para vivificarla y hacerle dar buenos frutos. Son claras y, como decíamos, significativas las imágenes.
Es importante que lleguemos a dar frutos. La tierra de nuestra vida no se puede quedar baldía ni infructuosa. Lo que quiere el Señor es que demos fruto y fruto abundante. Nos lo dice claramente Jesús y nos lo enseña con sus parábolas. La semilla es arrojada a la tierra para que caiga en tierra buena y dé fruto al ciento por uno, en el mejor de los deseos. No se podrán permitir ni pedruzcos ni abrojos; no podemos dejar que se siembre la mala semilla de la cizaña ni que su tierra sea pisoteada. Como no se dejarán ramajes infructuosos por lo que será necesaria la poda para quitar sarmientos inútiles y de risa.
Enviará a su tiempo el viñador quien venga a recoger los frutos, igual que había confiado su viña a unos labradores que la cuidaran. Creo que podemos entender muy bien esas ricas y variadas imágenes que nos ofrece el Señor en las diferentes parábolas para que nos demos cuenta de cómo hemos de cuidar esa viña de nuestra vida que el Señor quiere enriquecer continuamente con su gracia poniendo a nuestro lado tantos que nos puedan ayudar en el crecimiento de nuestra vida cristiana, o regalándonos continuamente la rica savia de su gracia que nos llega a través de los diversos sacramentos.
Creo que somos conscientes del cuidado que hemos de tener de nuestra vida cristiana. No se planta una semilla para dejarla crecer sola o por si misma, sino que el agricultor sabe cuidar esa planta que nace, la abona y la preserva de todo lo malo para que pueda llegar a crecer y dar fruto. Cómo hemos de cuidar esa planta de nuestra fe, de nuestra vida cristiana que ha sido sembrada en nuestro corazón desde el día del bautismo.
Plantados estamos en la Iglesia, para que no crezcamos solos y para que en la Iglesia y a través de la Iglesia llegue a nosotros ese alimento divino de la gracia que nos ayude a crecer espiritualmente y a dar fruto en abundancia.
Ahí tenemos en la Iglesia toda la riqueza de la Palabra de Dios que nos alimenta, que ilumina nuestra vida, que nos calienta con el sol de la gracia divina para que sepamos los caminos que hemos de recorrer.
Ahí tenemos la riqueza inmensa de la gracia que nos llega en los sacramentos; sacramentos que nos purifican y nos alimentan, como el sacramento de la Penitencia o de la Eucaristía, sacramentos que nos hacen presente a Dios con su gracia en las situaciones concretas de nuestra vida.
Y ahí tenemos toda la riqueza de la vida espiritual que hemos de cultivar en la oración, en la escucha de la Palabra y en todos los medios que se nos puedan ofrecer y nos ayuden a ese crecimiento espiritual. A nuestro lado tantos que en el nombre del Señor, el Buen Pastor, nos van a ayudar a encontrar esos caminos, a renovar nuestra vida con la gracia de Dios, nos van a acompañar a la manera del Buen Pastor.
Nos dice Jesús hoy en la alegoría de la vid que ‘como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mi y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada’. Asi tenemos que estar unidos a Jesús. Seguirle no es cosa que hagamos sólo desde nuestro propio voluntarismo sino que será siempre algo que hagamos con la fuerza de la gracia del Señor.
Necesitamos de Jesús; necesitamos de su gracia; necesitamos de los sacramentos; necesitamos de la Palabra del Señor; necesitamos ser personas de oración. Caminamos con los pies en la tierra, pero nuestra mente y nuestro corazón lo tenemos que poner muy alto, porque altas son nuestras metas, porque grande es lo que queremos vivir cuando seguimos a Jesús y queremos vivir su vida, porque el cristiano tiene que ser una persona de una espiritualidad grande, de una espiritualidad profunda. Solo podremos alcanzarlo desde nuestra unión profunda con el Señor; una unión con el Señor que hemos de saber cultivar, cuidar.
Es la tarea en la que hemos de estar empeñados cada día. Nos exige esfuerzo. Es como un entrenamiento que hemos de hacer cada día para sentirnos fuertes en el Señor, porque cuando venga la tentación y la dificultad hemos de saber sentir y aprovechar toda esa gracia que el Señor nos ofrece, nos da. No nos podemos dormir. No nos podemos dejar arrastrar por el materialismo y la sensualidad que nos rodea. Es algo que tenemos que aprender a gustar. El gusto y el sabor de la oración, el gusto y el sabor de nuestra unión con el Señor, el gusto y el sabor de la gracia divina. 
‘No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras’,  nos decía san Juan en su carta. Son los frutos que tenemos que manifestar cuando estamos bien unidos a la vid, cuando estamos bien unidos a Cristo. ‘Quien guarda sus mandamientos, permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio’. Que nada nos separe de El. que resplandezcamos por un amor verdadero.

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