Una vid, unos sarmientos, unos frutos… desde nuestra unión con Jesús
Hechos, 9, 26-31; Sal. 21; 1Jn. 3, 18-24; Jn. 15, 1-8
La imagen que nos ofrece el evangelio es bien
significativa. Jesús utiliza un lenguaje y unas imágenes que son fáciles de
entender para aquel pueblo sencillo que vive entre las faenas del campo en la
agricultura o en el cuidado de los animales. Son las imágenes que nos ofrecía
el pasado domingo que nos hablaba del pastor y de las ovejas y es la imagen que
hoy se nos ofrece: Una vid, unos sarmientos, el necesario cuidado de la vid,
unos frutos que todos desean que serán hermosos racimos o rico y virtuoso vino
que alegra el corazón del hombre, como se dice incluso en algun salmo.
Jesús nos va ofreciendo pautas de cómo ha de ser
nuestra vida cuando queremos seguirle y vivir su vida, la vida cristiana que
decimos. Laboriosa y cuidada, bien alimentada en los más generosos abonos y
enriquecida y bendecida con la gracia del Señor. Y es que cuando se trata del
seguimiento de Jesús es una hermosa tarea la que realizamos, pero nunca solos o
aislados, ni con solo nuestras fuerzas.
Nos habla Jesús de unos sarmientos que necesariamente
han de estar unidos a la cepa, a la vid, pero nos dice también quien es el
labrador o viñador que tiene el cuidado de la vid; nos habla de cómo se ha de
purificar, limpiar, podar de los ramajes infrutuosos o que llenarían de vicio
la planta, como dicen los agricultores y nos habla también de esa savia que ha
de circular por toda la planta para vivificarla y hacerle dar buenos frutos.
Son claras y, como decíamos, significativas las imágenes.
Es importante que lleguemos a dar frutos. La tierra de
nuestra vida no se puede quedar baldía ni infructuosa. Lo que quiere el Señor
es que demos fruto y fruto abundante. Nos lo dice claramente Jesús y nos lo
enseña con sus parábolas. La semilla es arrojada a la tierra para que caiga en
tierra buena y dé fruto al ciento por uno, en el mejor de los deseos. No se
podrán permitir ni pedruzcos ni abrojos; no podemos dejar que se siembre la
mala semilla de la cizaña ni que su tierra sea pisoteada. Como no se dejarán
ramajes infructuosos por lo que será necesaria la poda para quitar sarmientos
inútiles y de risa.
Enviará a su tiempo el viñador quien venga a recoger
los frutos, igual que había confiado su viña a unos labradores que la cuidaran.
Creo que podemos entender muy bien esas ricas y variadas imágenes que nos
ofrece el Señor en las diferentes parábolas para que nos demos cuenta de cómo
hemos de cuidar esa viña de nuestra vida que el Señor quiere enriquecer
continuamente con su gracia poniendo a nuestro lado tantos que nos puedan
ayudar en el crecimiento de nuestra vida cristiana, o regalándonos
continuamente la rica savia de su gracia que nos llega a través de los diversos
sacramentos.
Creo que somos conscientes del cuidado que hemos de
tener de nuestra vida cristiana. No se planta una semilla para dejarla crecer
sola o por si misma, sino que el agricultor sabe cuidar esa planta que nace, la
abona y la preserva de todo lo malo para que pueda llegar a crecer y dar fruto.
Cómo hemos de cuidar esa planta de nuestra fe, de nuestra vida cristiana que ha
sido sembrada en nuestro corazón desde el día del bautismo.
Plantados estamos en la Iglesia, para que no crezcamos
solos y para que en la Iglesia y a través de la Iglesia llegue a nosotros ese
alimento divino de la gracia que nos ayude a crecer espiritualmente y a dar
fruto en abundancia.
Ahí tenemos en la Iglesia toda la riqueza de la Palabra
de Dios que nos alimenta, que ilumina nuestra vida, que nos calienta con el sol
de la gracia divina para que sepamos los caminos que hemos de recorrer.
Ahí tenemos la riqueza inmensa de la gracia que nos
llega en los sacramentos; sacramentos que nos purifican y nos alimentan, como
el sacramento de la Penitencia o de la Eucaristía, sacramentos que nos hacen
presente a Dios con su gracia en las situaciones concretas de nuestra vida.
Y ahí tenemos toda la riqueza de la vida espiritual que
hemos de cultivar en la oración, en la escucha de la Palabra y en todos los
medios que se nos puedan ofrecer y nos ayuden a ese crecimiento espiritual. A
nuestro lado tantos que en el nombre del Señor, el Buen Pastor, nos van a
ayudar a encontrar esos caminos, a renovar nuestra vida con la gracia de Dios,
nos van a acompañar a la manera del Buen Pastor.
Nos dice Jesús hoy en la alegoría de la vid que ‘como el sarmiento no puede dar fruto por
sí, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mi y yo en él, ése da
fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada’. Asi tenemos que estar
unidos a Jesús. Seguirle no es cosa que hagamos sólo desde nuestro propio
voluntarismo sino que será siempre algo que hagamos con la fuerza de la gracia
del Señor.
Necesitamos de Jesús; necesitamos de su gracia;
necesitamos de los sacramentos; necesitamos de la Palabra del Señor;
necesitamos ser personas de oración. Caminamos con los pies en la tierra, pero
nuestra mente y nuestro corazón lo tenemos que poner muy alto, porque altas son
nuestras metas, porque grande es lo que queremos vivir cuando seguimos a Jesús
y queremos vivir su vida, porque el cristiano tiene que ser una persona de una
espiritualidad grande, de una espiritualidad profunda. Solo podremos alcanzarlo
desde nuestra unión profunda con el Señor; una unión con el Señor que hemos de
saber cultivar, cuidar.
Es la tarea en la que hemos de estar empeñados cada
día. Nos exige esfuerzo. Es como un entrenamiento que hemos de hacer cada día
para sentirnos fuertes en el Señor, porque cuando venga la tentación y la
dificultad hemos de saber sentir y aprovechar toda esa gracia que el Señor nos
ofrece, nos da. No nos podemos dormir. No nos podemos dejar arrastrar por el
materialismo y la sensualidad que nos rodea. Es algo que tenemos que aprender a
gustar. El gusto y el sabor de la oración, el gusto y el sabor de nuestra unión
con el Señor, el gusto y el sabor de la gracia divina.
‘No amemos de palabra
y de boca, sino de verdad y con obras’, nos decía san Juan en su carta. Son los
frutos que tenemos que manifestar cuando estamos bien unidos a la vid, cuando
estamos bien unidos a Cristo. ‘Quien
guarda sus mandamientos, permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que
permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio’. Que nada nos separe de
El. que resplandezcamos por un amor verdadero.
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