Sintamos
en nuestro corazón la fuerza del Espíritu que nos impulsa y nos da fortaleza
para arriesgarnos por lo que en verdad merece la pena, nuestra fe
Efesios 6, 10-20; Sal 143; Lucas 13, 31-35
No nos gusta
exponernos a peligros innecesarios; si nos dicen que aquel es un lugar
peligroso, evitaremos ir él o iremos con todas las precauciones; si nos dicen
que hay personas que nos quieren mal y que estarían tramando hacernos daño de
la manera que fuera, ya andaríamos precavidos. Es de prudencia el hacerlo así,
no arriesgar innecesariamente.
En la vida
hoy hay muchos miedos, se ha creado una sensación de miedo, que quizás en otros
momentos incluso más peligrosos no teníamos esa sensación. Hay que ser
precavidos, nos dicen. ¿Lo haremos en todas las ocasiones así? ¿Pensaremos que
quizá hay cosas por las que arriesgarse enfrentándose a ellas sin ningún temor?
¿Habrá algo por lo que merezca la pena arriesgarse? Somos nosotros los que
hemos de tener unos criterios.
Me han venido
estos pensamientos que aun están medio confusos hasta en la forma de exponerlos
a raíz de lo que hoy nos dice el evangelio. En este caso son los fariseos los
que le avisan a Jesús – ¿acaso ellos por su posición tendrían más medios de
información? – de que Herodes está tramando algo contra Jesús; lo anda
buscando.
Pero Jesús no
se arredra, no tiene miedo de lo que pueda hacerle Herodes; de ahí ese recado
que le reenvía Jesús que podría parecer un poco atrevido. Pero Jesús está
subiendo a Jerusalén sabiendo lo que allí va a pasar; varias veces se lo ha
anunciado a los discípulos aunque ellos no acaban de entender; pero sabiendo la
Pascua que ha de vivir sube de manera consciente. Ahora, lo mismo, poco menos
que le dice a Herodes que no le tiene miedo y que seguirá haciendo un día y
otro lo que es su misión.
‘Mira,
yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra
quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque
no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’, y en sus palabras hay
como un anuncio velado de lo que un día
será su entrada en Jerusalén. ‘Os digo que no me veréis hasta el día en que
digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’
¿Habrá algo
por lo que merezca la pena arriesgarse?, nos preguntábamos. Hay cosas por las
que merece la pena arriesgarse. Ya nos dirá Jesús que merece la pena entregar
su vida. Es lo que está haciendo. Pero, nosotros andamos con nuestros miedos,
con nuestra poca valentía, con nuestra poca coherencia entre lo que decimos que
es nuestra fe y lo que luego estamos manifestando en nuestra vida. Tenemos que
quitarnos las caretas de una vez por todas; andamos con demasiados miedos,
porque no confiamos en la Palabra de Jesús, que nos ha prometido la fuerza de
su Espíritu para cuando lleguen esos momentos difíciles.
No busquemos
cosas extraordinarias, cosas especiales. Las circunstancias están ahí en lo que
estamos viviendo cada día; no nos dejemos arrinconar, porque es una forma de
cerrarnos la boca. Cualquiera puede hoy en nuestra sociedad presentar sus ideas,
siempre y cuando sean de un determinado color, por eso cuando los cristianos
queremos hablar nos arrinconan, tratan de desprestigiarnos, de arrimarnos a lo
que les parezca según sean sus conveniencias. Y nosotros seguimos callados ¿por
un plato de lentejas?
Sintamos en
nuestro corazón la fuerza del Espíritu que nos impulsa. Es nuestra sabiduría y
nuestra fortaleza.
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