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jueves, 8 de diciembre de 2016

En María Inmaculada aprendemos lo que es la sabiduría del amor realizando en nuestra vida y para nuestro mundo el proyecto del amor de Dios

En María Inmaculada aprendemos lo que es la sabiduría del amor realizando en nuestra vida y para nuestro mundo el proyecto del amor de Dios

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38
El proyecto de Dios es un proyecto de amor.  No puede ser de otra manera porque Dios es amor. Es lo que ha querido desde toda la eternidad para el hombre. Y a pesar de tantos rechazos por parte del hombre que en su orgullo se cree Dios cuando lo que hace es encerrarse en si mismo en su egoísmo – lo más lejano de Dios – sigue buscándonos y sigue ofreciéndonos su proyecto de amor. Y el amor es el que hace feliz al hombre. Es en ese amor de Dios donde podremos alcanzar la mayor felicidad y la más hermosa sabiduría.
Esta fiesta de María que hoy celebramos, su Inmaculada Concepción, es lo que nos viene a expresar de manera contundente. María es aquella mujer anunciada ya en los albores de la humanidad, en las primeras páginas del Génesis, cuya descendencia iba a vencer el mal a fuerza de bien, a fuerza de amor.
El texto que hemos escuchado del Génesis viene a describirnos ese rechazo del hombre a lo que es el proyecto de amor de Dios. Decimos es el relato del pecado del primer hombre, pero es el relato del pecado de todo hombre, de toda la humanidad pecadora que tantas veces va a la contra del proyecto de Dios. Siempre aparece nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia que cree sabérselo todo pero que nos encierra en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, en no pensar sino en nosotros mismos rompiendo así el proyecto de Dios.
Pero el amor de Dios es perseverante, es un amor eterno que no se cansa nunca de amarnos a pesar de nuestros rechazos y desamores. Nos ofrece una salvación. Hoy el Génesis nos habla de esa descendencia de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente. Llegaba el momento culminante de la historia, la plenitud de los tiempos que nos dice san Pablo, y Dios había de elegir a una mujer que fuera la madre de quien nos trajera la salvación.
Si la redención significaba limpiarnos de toda culpa para hacer un hombre nuevo de vida pura e inmaculada inundada por el amor, aquella mujer que habría de ser la madre del Redentor tendría que ser pura e inmaculada inundada también de ese amor. Dios podía hacerlo y quiso hacerlo y a María la preservo de toda culpa de pecado en virtud de los méritos de su Hijo, y es por eso que ella es ya Inmaculada desde su Concepción. Y es la fiesta que hoy celebramos. Por eso la llamamos también tiernamente la Purísima.
Entra en juego toda la intensidad del amor de Dios cuyo proyecto se ha de realizar en plenitud en el hijo de la mujer, en el Hijo de María que seria al mismo tiempo el Hijo del Altísimo, como le diría el ángel allá en la anunciación en Nazaret. Y es María la ‘llena de gracia’ – es de alguna manera el nombre que le da el ángel -, la que está inundada de Dios – ‘has encontrado gracia ante Dios’ -, de su vida y santidad, y de su amor, la que está abierta desde lo más hondo de si misma al proyecto de Dios, a lo que es la voluntad de Dios. ‘Hagase en mí según tu palabra’, que le responde María al Ángel de la Anunciación.
Es el proyecto de amor de Dios que se ha de seguir realizando en el hombre y en el mundo. Tanto nos amó Dios que nos dio a su Hijo único y Jesús en la plenitud de su amor por nosotros se ha entregado para redimirnos, para limpiarnos y hacernos resplandecientes por la gracia, para hacernos caminar en una vida nueva que es la vida de la plenitud en el amor.
Es el proyecto de amor que nosotros ahora hemos de vivir amando con un amor como el de Dios. El amor verdadero siempre tendrá un toque de Dios, siempre tendrá una resonancia divina en nuestra vida. Por eso cuando amamos de verdad, porque nos entregamos sin reservas y somos capaces de hacerlo en las características que Jesús nos enseña en el Evangelio estaremos siendo signos de ese amor de Dios en medio del mundo y de alguna manera estaremos como divinizándonos porque ese amor nos hace disfrutar de la vida de Dios. Entrando en la órbita de ese amor, y lo hacemos cuando creemos de verdad en Jesús y queremos vivir su misma vida, el Espíritu nos hace hijos, nos convertimos en verdad en hijos amados de Dios.
Sería la mejor ofrenda que le haríamos a María, que le haríamos a la Madre en este día de su fiesta, como tendría que ser el compromiso que de esta celebración surgiera en nosotros para vivir siempre según ese proyecto de amor de Dios. ¿No decimos que queremos hacer un mundo mejor? ¿No es ese nuestro empeño? Es el amor verdadero, decíamos antes, el que verdaderamente nos hace felices. Vivamos en ese amor y no solo sentiremos dentro de nosotros la dicha de ser capaces de amar, sino que estaremos contribuyendo a la dicha y a la felicidad de cuantos nos rodean. Si amamos así seguro que iremos quitando de nuestra vida y de nuestro mundo todos los signos de muerte con que tantas veces llenamos nuestra existencia desde nuestros orgullos y falsas sabidurías.
Aprendamos de verdad lo que es la sabiduría del amor, estaremos aprendiendo lo que es la sabiduría de Dios, y estaremos realizando su proyecto de amor como lo hizo María, la que se vació de si misma para llenarse de Dios.

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