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sábado, 10 de diciembre de 2016

Hagamos ese silencio que se siente en la montaña y en el desierto y podremos escuchar a Dios, podremos en verdad sentir su presencia

Hagamos ese silencio que se siente en la montaña y en el desierto y podremos escuchar a Dios, podremos en verdad sentir su presencia

Eclesiástico 48,1-4.9-11; Sal 79; Mateo 17,10-13

‘¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?’, le preguntan los discípulos a Jesús. Quizá venían impresionados por lo que habían contemplado en el Tabor. Junto a Jesús transfigurado habían aparecido las figuras de Moisés y Elías. Eran el símbolo de la Ley y los Profetas, sobre la que se fundamentaba la fe de todo israelita.
Moisés les había dado la ley, los mandamientos, allá en el Sinaí en nombre de Dios, que era la pauta de vida por la que había de regirse su existencia. Era el símbolo de la ley de Dios, de lo que era la voluntad de Dios que se habían plasmado en la Alianza.
Elías, por su parte era el símbolo de lo que significaban los profetas en la historia del pueblo de Dios. Los profetas, hombres de Dios, habían de ayudar al pueblo con sus enseñanzas a mantenerse fieles a la Alianza, preservando la fe de Israel de todo peligro. Elías había sido el gran profeta en momentos difíciles en la historia del pueblo de Israel que luchaba con todos sus medios por preservar la fe en el único Dios de la Alianza, frente a los baales, falsos dioses, que pretendían imponer al pueblo de Dios desde la influencia de las naciones vecinas. Extensamente se nos habla de él en los Libros de los Reyes y hoy la liturgia nos ofrece una reflexión de un sabio del Antiguo Testamento en los libros llamados sapienciales.
Un profeta había anunciado que Elías había de venir antes de la llegada del Mesías para ayudar al pueblo a prepararse en la fidelidad a Dios como lo había hecho en la historia. Y veremos más adelante cuando el ángel se le aparezca a Zacarías para anunciarle el nacimiento del Precursor del Señor, Juan el Bautista, le dirá que viene con el poder y el espíritu de Elías para preparar a Dios un pueblo bien dispuesto. 
En las interpretaciones de los escribas y maestros de la ley pensaban en una presencia física de nuevo de Elías en el mundo y Jesús viene a ayudarnos a comprender cómo en el Bautista se manifestaba ese poder y ese espíritu del profeta Elías. ‘Elías vendrá, les dice Jesús, y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo’.  Y ya el evangelista nos dice que comprendieron que Jesús se estaba refiriendo al Bautista.
La liturgia del Adviento nos va ayudando a realizar nuestro camino hacia el encuentro con el Señor presentándonos a los profetas y a Juan Bautista, profeta y más que profeta que diría Jesús de él. Fijarnos en Elías nos ayuda a considerar nuestra fe, nuestra fidelidad al Señor. El luchaba contra los falsos dioses, los ídolos que se pretendían imponer en el Reino de Israel; le valió persecuciones, pero se sintió siempre lleno de Dios.
Conocida es su experiencia de Dios que allá en el Horeb tuvo. El pan y la jarra de agua que el ángel del Señor le ofrecía, su experiencia mística sintiendo el paso de Dios junto a El fueron su fuerza para mantenerse en la fidelidad y seguir ayudando al pueblo caminar en esa misma fidelidad.
Son caminos que nosotros hemos de recorrer también. Podemos sentir también esa presencia mística de Dios si nos abrimos al misterio y nos dejamos inundar por su inmensidad. Es la profundidad que hemos de darle a nuestra oración que no sea simplemente repetir unos rezados.
Hagamos ese silencio que se siente en la montaña y en el desierto y podremos escuchar a Dios, podremos en verdad sentir su presencia. Pero hemos de alejarnos de muchos ruidos que nos ofrece hoy la vida. Parece que rehuimos el silencio y siempre queremos que esté sonando algo a nuestro lado. Apaguemos esos ruidos, esas voces, esas músicas que nos distraen, abramos la sintonía de Dios en nuestra vida y experimentando a Dios nuestra fe crecerá, nuestra fidelidad se mantendrá hasta el final.

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