Necesitamos
darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, ni nos dejemos
influir por la primera impresión
1 Timoteo 3, 14-16; Salmo 110; Lucas 7,31-35
Tantas veces que nos dejamos llevar por
la primera impresión; es una tentación fácil en la que podemos caer, juzgamos
por las apariencias, no nos detenemos a pensar y reflexionar, nos dejamos
influir por esa primera impresión en una mirada superficial o muchas veces
influidos ya sea por nuestros prejuicios, ya sea desde influencias externas que
recibimos desde quienes están interesados en que veamos todo según su punto de
vista, y caemos también nosotros en esa superficialidad y ligereza.
Así los juicios que nos hacemos de los
demás, de lo que hacen, y no nos preguntamos qué circunstancias están viviendo
esas personas para actuar así o cuales son los problemas por los que están
pasando, las motivaciones que puedan tener o el respeto que tendríamos que
tener a la forma de pensar o de actuar de los demás. Pronto estamos para exigir
que nos escuchen a nosotros y respeten nuestra opinión porque es la nuestra,
pero no somos capaces de respetar la opinión o el actuar de los demás. Así
andamos en una carrera loca en la vida.
Estaba pasando con Jesús como había
pasado con Juan Bautista; no gustaba el camino de exigencias y austeridad que
planteaba Juan, porque escucharle y seguirle significaba entrar en camino de
conversión, de cambio en sus vidas, de cosas con las que tendrían que actuar de
otro modo y se resquebrajaba la comodidad en la que vivían o las rutinas en las
que se movían sus vidas.
Cuando hay exigencias enseguida
volvemos la espalda para no enterarnos o para seguir por nuestro camino; aunque
había habido muchos que habían ido a escuchar a Juan en el desierto, otros poco
menos que iban a fiscalizar sus palabras, o le volvían la espalda, porque les
parecía insoportable.
Pero con Jesús estaba sucediendo lo
mismo. Muchos se sentían entusiasmados con sus enseñanzas, con sus milagros y
le seguían hasta lugares descampados o le salían al paso con sus enfermos, pero
otros no querían reconocer la autoridad con que hablaba y actuaba Jesús, veían
quizás en peligro sus posiciones y prestigios y bajarse de los pedestales no es
cosa fácil; por eso una cosa que hacían era querer desprestigiarlo diciendo que
comía y se juntaban con pecadores y gente de mala vida, le negaban la autoridad
de su palabra y el poder de Dios con que actuaba, se escandalizaban porque
perdonaba los pecados, o porque dejaba que sus discípulos, aunque fuera en
sábado, pudieran coger unas espigas por el camino para llevarse a la boca.
Por eso Jesús se preguntaba qué es lo
que buscaba aquella generación. Como les dice se parecen a los niños que juegan
en la plaza y no son capaces de ponerse de acuerdo en sus juegos y terminan dividiéndose
y peleándose. ¿No será imagen de ese infantilismo en que vivimos muchas veces?
¿De esa superficialidad que envuelve nuestra vida que se queda en vanidades y
apariencias? Son esos pocos criterios que tenemos para hacer nuestros juicios
por la superficialidad con que actuamos y juzgamos.
Pero no nos quedemos en hacer juicio
sobre aquellos que rodeaban a Jesús entonces, sino que tenemos que mirarnos a
nosotros mismos, dar cuenta también de nuestro actuar como iglesia. Andamos
muchas veces como veletas que se dejan llevar por el viento, por las corrientes
de aire.
Necesitamos tener unos criterios
firmes, necesitamos ahondar y reflexionar más, necesitamos ese respeto también
a los que están a nuestro lado en su forma de actuar, necesitamos darle hondura
a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, para que no nos dejemos
influir por la primera impresión, para que no nos dejemos engañar por tantos
cantos de sirena que escuchamos a nuestro alrededor y que quieren influir en
nosotros.
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