Gritamos
fuerte ‘aleluya’ porque Cristo ha resucitado y porque con El nosotros también
hemos resucitado
Romanos 6, 3-11; Sal 117; Mateo 28, 1-10
Valentía la de aquellas mujeres que
aquel primer día de la semana muy temprano iban camino del sepulcro con aromas
para embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús que en la tarde del viernes, en
la cercanía de la pascua no pudieron hacer; valentía porque no habían pensado
quién les correría la piedra de la entrada del sepulcro; no era fácil que un
grupo de mujeres pudiera hacerlo pero a ellas parece que poco les importaba.
Pero la sorpresa fue grande cuando encontraron que la piedra estaba corrida.
Va a ser una mañana de sorpresas, primero la piedra corrida, luego el ángel del Señor sentado sobre ella, luego que el cuerpo de Jesús no estaba allí. ¿Sorpresa y decepción? Como había pensado una de aquellas mujeres ¿Quién se había robado el cuerpo del Señor Jesús? Pero hablaron los ángeles – una sorpresa más – ‘Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía…’ En medio de todas las sorpresas una palabra de ánimo, ‘no temáis’ y un encargo que cumplir ‘id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado’.
Es la gran
noticia, la buena noticia, el evangelio de la noche de pascua. Es la buena
noticia, el evangelio, que seguimos proclamando no solo hoy sino todos los días
de nuestra vida. La Palabra de Dios se ha cumplido, ha llegado la hora de la
victoria, ha llegado la hora en que comienza el Reino nuevo, es la hora en que
nace la Iglesia porque comenzará a surgir de verdad el grupo de los que creen
en Jesús. Es la noticia que nos identifica, que marca nuestra vida, que nos va a
obligar a comenzar a vivir una vida nueva.
Tras esta
noticia no nos podemos quedar como si no hubiera pasado nada; no solo es
constatar que el sepulcro está vacío, sino comenzar a contemplar a Cristo vivo,
Cristo resucitado. Es el momento en que comenzamos a proclamarlo con todo
sentido el Señor. Como más tarde nos dirá san Pedro en el primer sermón de
Pentecostés ‘a este Jesús a quien hemos visto crucificado, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías por su resurrección de entre los muertos’.
En la
noche esplendorosa de la Pascua hemos ido haciendo un recorrido que vino a
concluir en la proclamación de nuestra fe Jesús resucitado de entre los
muertos. Un recorrido de las tinieblas a la luz que hemos simbolizado en esa
primera parte de la liturgia cuando en el fuego nuevo hemos encendido el Cirio
Pascual; ha sido el recorrido de la historia de la salvación a través de las
diversas lecturas de la Palabra de Dios, que ha sido como ir reviviendo ese
propio recorrido de nuestra fe; cruzamos con los israelitas peregrinos en el
desierto el mar rojo para significar ese paso de la esclavitud a la libertad,
de la muerte a la vida, cuando con Cristo en las aguas del bautismo nos hemos
sumergido en la muerte de Cristo para con Cristo renacer vivificados a una vida
nueva.
En
nuestros corazones resonó fuerte el grito del Aleluya cuando pudimos proclamar
a Cristo resucitado, cuando pudimos proclamar que con Cristo también nosotros
nos sentimos resucitados, con Cristo nos vemos inmersos en una vida nueva de la
que queremos arrancar ya para siempre las obras de las tinieblas, la esclavitud
del pecado porque ya con Cristo nos sentimos unos hombres nuevos, el hombre de
la gracia, el hombre nuevo que ha sido regalado por Dios con una vida nueva que
nos hace hijos de Dios.
Ahora sí
podemos entender aquellas palabras de Jesús que anunciaban su pascua y que
tanto costó entender a sus discípulos. Tiene sentido esta entrega, este dolor y
esta muerte. Todo era fruto del amor y el amor siempre tendrá la última
palabra, es el que nos da el sentido y nos da la victoria. Jesús no solo había
anunciado su pasión y su muerte sino que al tercer día resucitaría.
Era el
paso más difícil de entender, porque es el paso que Cristo nosotros hemos de
dar. No nos podemos quedar para siempre en las sombras de la esclavitud y de la
muerte, resucita Cristo para que con El resucitemos, para que con El nos
arranquemos de todo lo que sea oscuridad y muerte en nuestra vida. Dios nos
está llamando para que salgamos de nuestros sepulcros, de nuestras rutinas, de
nuestros malos sentimientos, de todo lo que sea sombra y oscuridad aunque las
disimulemos en nuestra vida con nuestras vanidades de luz aparente, de nuestras
tristezas porque ya para siempre tiene que reinar la paz en nuestro corazón
desterrando nuestros miedos y cobardías, de esas heridas de las que tenemos que
curarnos de una vez para siempre y también de la tristeza de ese mal que
hayamos hecho porque en Cristo encontramos el perdón y la paz para siempre.
A nosotros
nos dice también como a las mujeres a las que les salió al encuentro, ‘alegraos’.
Y no es que cantemos porque esta noche y este día tengamos que cantar aleluyas,
sino porque ya llevamos la alegría de ese aleluya en el corazón y tenemos que
gritarlo a los demás. ‘No temáis, nos dice a nosotros también porque ya no
tienen sentido los temores, id a
comunicar a mis hermanos…’ Lo hemos visto y lo veremos. Es la buena
noticia, el evangelio, que tenemos que trasmitir.
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