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domingo, 9 de abril de 2023

Gritamos fuerte ‘aleluya’ porque Cristo ha resucitado y porque con El nosotros también hemos resucitado

 


Gritamos fuerte ‘aleluya’ porque Cristo ha resucitado y porque con El nosotros también hemos resucitado

Romanos 6, 3-11; Sal 117; Mateo 28, 1-10

Valentía la de aquellas mujeres que aquel primer día de la semana muy temprano iban camino del sepulcro con aromas para embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús que en la tarde del viernes, en la cercanía de la pascua no pudieron hacer; valentía porque no habían pensado quién les correría la piedra de la entrada del sepulcro; no era fácil que un grupo de mujeres pudiera hacerlo pero a ellas parece que poco les importaba. Pero la sorpresa fue grande cuando encontraron que la piedra estaba corrida.


Va a ser una mañana de sorpresas, primero la piedra corrida, luego el ángel del Señor sentado sobre ella, luego que el cuerpo de Jesús no estaba allí. ¿Sorpresa y decepción? Como había pensado una de aquellas mujeres ¿Quién se había robado el cuerpo del Señor Jesús? Pero hablaron los ángeles – una sorpresa más – Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía…’ En medio de todas las sorpresas una palabra de ánimo, ‘no temáis’ y un encargo que cumplir ‘id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado’.

Es la gran noticia, la buena noticia, el evangelio de la noche de pascua. Es la buena noticia, el evangelio, que seguimos proclamando no solo hoy sino todos los días de nuestra vida. La Palabra de Dios se ha cumplido, ha llegado la hora de la victoria, ha llegado la hora en que comienza el Reino nuevo, es la hora en que nace la Iglesia porque comenzará a surgir de verdad el grupo de los que creen en Jesús. Es la noticia que nos identifica, que marca nuestra vida, que nos va a obligar a comenzar a vivir una vida nueva.

Tras esta noticia no nos podemos quedar como si no hubiera pasado nada; no solo es constatar que el sepulcro está vacío, sino comenzar a contemplar a Cristo vivo, Cristo resucitado. Es el momento en que comenzamos a proclamarlo con todo sentido el Señor. Como más tarde nos dirá san Pedro en el primer sermón de Pentecostés ‘a este Jesús a quien hemos visto crucificado, Dios lo ha constituido Señor y Mesías por su resurrección de entre los muertos’.

En la noche esplendorosa de la Pascua hemos ido haciendo un recorrido que vino a concluir en la proclamación de nuestra fe Jesús resucitado de entre los muertos. Un recorrido de las tinieblas a la luz que hemos simbolizado en esa primera parte de la liturgia cuando en el fuego nuevo hemos encendido el Cirio Pascual; ha sido el recorrido de la historia de la salvación a través de las diversas lecturas de la Palabra de Dios, que ha sido como ir reviviendo ese propio recorrido de nuestra fe; cruzamos con los israelitas peregrinos en el desierto el mar rojo para significar ese paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, cuando con Cristo en las aguas del bautismo nos hemos sumergido en la muerte de Cristo para con Cristo renacer vivificados a una vida nueva.

En nuestros corazones resonó fuerte el grito del Aleluya cuando pudimos proclamar a Cristo resucitado, cuando pudimos proclamar que con Cristo también nosotros nos sentimos resucitados, con Cristo nos vemos inmersos en una vida nueva de la que queremos arrancar ya para siempre las obras de las tinieblas, la esclavitud del pecado porque ya con Cristo nos sentimos unos hombres nuevos, el hombre de la gracia, el hombre nuevo que ha sido regalado por Dios con una vida nueva que nos hace hijos de Dios.

Ahora sí podemos entender aquellas palabras de Jesús que anunciaban su pascua y que tanto costó entender a sus discípulos. Tiene sentido esta entrega, este dolor y esta muerte. Todo era fruto del amor y el amor siempre tendrá la última palabra, es el que nos da el sentido y nos da la victoria. Jesús no solo había anunciado su pasión y su muerte sino que al tercer día resucitaría.

Era el paso más difícil de entender, porque es el paso que Cristo nosotros hemos de dar. No nos podemos quedar para siempre en las sombras de la esclavitud y de la muerte, resucita Cristo para que con El resucitemos, para que con El nos arranquemos de todo lo que sea oscuridad y muerte en nuestra vida. Dios nos está llamando para que salgamos de nuestros sepulcros, de nuestras rutinas, de nuestros malos sentimientos, de todo lo que sea sombra y oscuridad aunque las disimulemos en nuestra vida con nuestras vanidades de luz aparente, de nuestras tristezas porque ya para siempre tiene que reinar la paz en nuestro corazón desterrando nuestros miedos y cobardías, de esas heridas de las que tenemos que curarnos de una vez para siempre y también de la tristeza de ese mal que hayamos hecho porque en Cristo encontramos el perdón y la paz para siempre.

A nosotros nos dice también como a las mujeres a las que les salió al encuentro, ‘alegraos’. Y no es que cantemos porque esta noche y este día tengamos que cantar aleluyas, sino porque ya llevamos la alegría de ese aleluya en el corazón y tenemos que gritarlo a los demás. ‘No temáis, nos dice a nosotros también porque ya no tienen sentido los temores,  id a comunicar a mis hermanos…’ Lo hemos visto y lo veremos. Es la buena noticia, el evangelio, que tenemos que trasmitir.

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